De este recorrido de memoria, reconciliación y sanación brota la esperanza por la Iglesia, en Canadá y en todos los lugares. Los discípulos de Emaús después de haber caminado con Jesús resucitado: con Él y gracias a Él pasaron del fracaso a la esperanza (cfr Lc 24,13-35).
Como decía al principio, el camino junto a los pueblos indígenas ha constituido la espina dorsal de este viaje apostólico. Sobre ella se construyeron los dos encuentros con la Iglesia local y con las autoridades del país, a las cuales deseo renovar mi gratitud sincera por la gran disponibilidad y la cordial acogida que me han reservado a mí, a mis colaboradores y también a los obispos.
Delante de los gobernantes, los jefes indígenas y del cuerpo diplomático reiteré la voluntad activa de la Santa Sede y de las Comunidades católicas locales de promover las culturas originarias, con recorridos espirituales apropiados y con la atención a las costumbres y a las lenguas de los pueblos.
Al mismo tiempo, señalé cómo la mentalidad colonizadora se presenta hoy bajo varias formas de colonizaciones ideológicas, que amenazan a las tradiciones, la historia y los vínculos religiosos de los pueblos, aplanando las diferencias, concentrándose solo en el presente y descuidando a menudo los deberes hacia los más débiles y frágiles. Se trata por tanto de recuperar un sano equilibrio, recuperar la armonía que es más que el equilibrio, recuperar la armonía entre la modernidad y las culturas ancestrales, entre la secularización y los valores espirituales. Y esto interpela directamente la misión de la Iglesia, enviada a todo el mundo a testimoniar y "sembrar" una fraternidad universal que respeta y promueve la dimensión local con sus múltiples riquezas (cfr Enc. Fratelli tutti, 142-153).