Hombres y mujeres en segunda línea, pero que sostienen el desarrollo de nuestra vida, de cada uno de nosotros, y que, con la oración, con el ejemplo, con la enseñanza, nos sostienen en el camino de la vida.
En el Evangelio de Lucas, José aparece como el custodio de Jesús y de María. Y por esto él es también «el Custodio de la Iglesia –si ha sido custodio de Jesús y de María, ahora que está en el Cielo trabaja todavía como custodio, en este caso de la Iglesia–, porque la Iglesia es la extensión del Cuerpo de Cristo en la historia, y al mismo tiempo en la maternidad de la Iglesia se manifiesta la maternidad de María.
José, a la vez que continúa protegiendo a la Iglesia, por favor, no olvidemos esto, hoy José sigue protegiendo a la Iglesia, y protegiendo a la Iglesia sigue amparando al Niño y a su madre, y nosotros también, amando a la Iglesia, continuamos amando al Niño y a su madre» (ibid., 5). Este aspecto de la custodia de José es la gran respuesta al pasaje del Génesis. Cuando Dios le pide a Caín que rinda cuentas sobre la vida de Abel, él responde: «¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?» (4,9).
José, con su vida, parece querer decirnos que siempre estamos llamados a sentirnos custodios de nuestros hermanos, custodios de quien se nos ha puesto al lado, de quien el Señor nos encomienda a través de las circunstancias de la vida.