El viaje del Papa León XIV a Turquía y el Líbano conlleva un importante simbolismo histórico y diplomático. Su decisión de hacer del mausoleo de Mustafá Kemal Atatürk su primera parada evoca inmediatamente el legado de su predecesor, San Juan XXIII, quien se convirtió en un puente cultural y espiritual entre Oriente y Occidente, muy similar a Estambul (antes llamada Constantinopla), la ciudad a la que llegó hace 90 años.
En enero de 1935, tan solo unas semanas después de ser nombrado delegado apostólico para Turquía y Grecia, el arzobispo Angelo Roncalli —el futuro San Juan XXIII— llegó a la estación de tren Haydar Pasha de Estambul procedente de Bulgaria. Comenzó su misión en un país que por entonces no mantenía relaciones diplomáticas formales con el Vaticano.
Inmediatamente después de su llegada, comenzó a evaluar la situación de las iglesias y comunidades católicas de todo el país: jesuitas, capuchinos, maronitas, melquitas, siríacos y otros. En un gesto sin precedentes, se reunió posteriormente con el patriarca ecuménico.
Mons. Roncalli también desempeñó un importante papel humanitario en relación con otros grupos minoritarios, en particular ayudando a los refugiados judíos de Polonia a huir de su patria durante la Segunda Guerra Mundial.
Desempeñó su misión en Turquía por 10 años, durante los cuales atestiguó los últimos años de la vida de Atatürk. Con un instinto diplomático excepcional, comprendió la transformación política y social que se estaba produciendo en la Turquía moderna. Respetó las leyes seculares del país, incluida la que prohibía la vestimenta religiosa fuera de los lugares de culto, y se aseguró de cumplirlas.