Un poco más de 10 años después de que redefiniera el matrimonio para incluir a las parejas del mismo sexo, la Corte Suprema de Estados Unidos decidió el 10 de noviembre no volver a examinar esa controvertida decisión, manteniendo al menos por ahora su fallo en Obergefell v. Hodges, que convirtió el “matrimonio gay” en ley en todo el país.
Una década después de ese fallo, casi un millón de parejas del mismo sexo en Estados Unidos participan en lo que la ley ahora define como matrimonio. Sin embargo, la Iglesia Católica ha continuado afirmando la definición del matrimonio como exclusivamente la unión entre un hombre y una mujer.
Esa ha sido la definición predominante del matrimonio en todo el mundo durante al menos unos 5.000 años de historia humana, aunque muchas sociedades han permitido la poligamia, o múltiples cónyuges, en diversas formas. La variante de matrimonio entre personas del mismo sexo, por su parte, sólo llegó a ser aceptada en las últimas décadas.
La Iglesia ha sostenido desde sus inicios que el matrimonio es estrictamente entre un hombre y una mujer. El Catecismo de la Iglesia Católica indica que el matrimonio se da cuando “el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida”. Por su naturaleza, está ordenado “al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole”.
Los Padres de la Iglesia y los teólogos desde los primeros días del catolicismo han sostenido de manera constante que el matrimonio está destinado a ser una unión permanente y para toda la vida entre un hombre y una mujer, y San Agustín nombra explícitamente a la “prole” como una de las bendiciones del matrimonio, junto con la “fidelidad” y el “vínculo sacramental”.