Este 17 de noviembre se celebra a Santa Isabel de Hungría, princesa del siglo XIII que vio el rostro de Cristo en los más necesitados, hizo de la caridad su baluarte y del Evangelio su forma de vida.
Isabel nació en 1207 en el seno de una familia real húngara. Desde joven realizaba obras de misericordia, atendiendo a los enfermos, a los presos y dando de comer al hambriento. Comprometida desde niña con Luis de Turingia, Isabel entendió la autoridad como una expresión de su fe y el poder como una forma de servicio y una oportunidad para promover el bien común.
De principios sólidos, Isabel solía vestir de forma sencilla, denunciaba las injusticias y libertinaje de muchos nobles y renunciaba a los propios de la corte de aquella época.
Fundó instituciones hospitalarias, donde ella misma atendía a los enfermos. Cuando el hambre azotó Turingia, la santa repartió incluso el grano reservado para la casa real, lo que le valió grandes críticas de parte de muchos nobles.
Como el castillo en el que vivía junto al landgrave quedaba sobre una colina, mandó construir un hospital al pie del monte, en el que se puso a atender a los enfermos personalmente, dando de comer a los más débiles con sus propias manos. Para paliar la escasez de recursos del hospital vendió joyas y vestidos, y con lo que sobró pagó el cuidado y la educación de muchos niños huérfanos.