5 de diciembre de 2025 Donar
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Madre que perdió a su único hijo, en el Jubileo de la Consolación: Jamás le reproché nada a Dios

Silvia Toma junto antes de participar en la Vigilia con el Papa León XIV/ Crédito: Victoria Cardiel/EWTN News

Silvia tiene una cicatriz en el alma: enterró a su único hijo, con 34 años y dos niñas pequeñas, hace cuatro años. “Fue una leucemia fulminante. Se internó el 25 de mayo de 2021 y falleció el 3 de junio”, asegura con el dolor todavía aferrado a su garganta.

En aquella época, la pandemia de covid no dejaba espacio para el acompañamiento. Las medidas de seguridad impidieron que pudiera acariciarle la mano en su lenta agonía.

“Nunca nos dejaron visitarlo. Estuvo internado en la unidad coronaria completamente solo”, recuerda. Solo podían comunicarse mínimamente con mensajes de WhatsApp.

Su hijo Gabriel y ella compartían la afición por el equipo de fútbol Racing Club de Avellaneda. Crédito: Cortesía de Silvia Toma

Rezar a su lado la Coronilla de la Divina Misericordia

Un día antes de morir, le dejaron entrar a verlo. “Estuvimos 15 minutos su esposa y otros 15, yo. Aproveché para rezar la Coronilla de la Divina Misericordia junto a él”. Después los médicos las invitaron a dejar la habitación y pocas horas después les pidieron que volvieran a la clínica.

“Cuando llegamos nos dieron la noticia de que había tenido tres paros cardíacos. Había salido de dos y del tercero ya no había podido salir”, explica Silvia con las cuencas de los ojos empañadas, pero una sonrisa grande y maternal que ayuda al que escucha a poder acoger todo lo que va a seguir narrando.

Agarrarse a la fe es lo único que le mantuvo en pie en los momentos más difíciles. “No estamos preparados para perder a un hijo, pero agradezco enormemente la fe”, afirma Silvia, que un día después de que internasen a su hijo se arrodilló  ante el sagrario de su parroquia San Juan Bautista, en la diócesis de Avellaneda Lanus, en la provincia de Buenos Aires. 

Una vez frente al Santísimo, “le dije que Él ya sabía lo que había en mi corazón, pero que se hiciera su voluntad. Y su voluntad era que mi hijo estuviera con Él”.

Silvia sigue sin entender las razones de Dios, pero tampoco busca respuestas. Este lunes participó en el Jubileo de la Consolación y dio testimonio de que la muerte no tiene la última palabra.

“Muchas veces me quiebro y lloro, pero jamás, gracias a Dios, salió de mí una palabra de reproche. Yo considero que Él debe saber por qué y algún día lo entenderé”, agrega.

Silvia junto al P. Juan Ramón Celeiro, sacerdote de su parroquia, quien la acompañó en esta peregrinación. Crédito: Victoria Cardiel/EWTN News

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Asegura que transitar por este dolor que te quema el alma, y para el que ni siquiera hay una palabra que pueda definirlo en el diccionario, “ha sido como participar un poquito de lo que sintió de la Virgen a los pies de la Cruz”. “A ella le pido que siempre lo guarde y lo bese de parte mía”, asegura con una serenidad desarmante.

El pequeño regalo que le concedió el Papa Francisco

Silvia está divorciada, pero mantiene buena relación con su expareja, quien es testigo de Jehová. Su hijo había recibido todos los sacramentos –bautismo, comunión, confirmación–,  pero en la adolescencia “se volcó a los testigos de Jehová”. “Incluso firmó el documento donde expresaba su negativa a recibir transfusión de sangre, como lo exige esa confesión religiosa”, explica.

El Papa Francisco bendice a Silvia Toma tras una Audiencia General en 2019. Crédito: Cortesía de Silvia Toma

En 2019, pudo compartir el sufrimiento que esto le causaba con el Papa Francisco a quien saludó después de una Audiencia General. “Cuando me terminó de escuchar, me dijo que rezaría por la vuelta de Gabriel a la Iglesia Católica”, explica.

Y poco a poco esto fue tomando forma. Para Silvia no hay duda de que fue un pequeño regalo que le hizo el Pontífice argentino.

“Yo creo que Dios trabajó en él”, dice. “Antes de morir, estuvo hablando con el sacerdote de nuestra parroquia, algo que no hacía desde hacía mucho. Se escribían por WhatsApp, conversaban. Creo que su corazón se estaba abriendo nuevamente”, asegura.

La situación se volvió crítica cuando fue internado. “El último día, la doctora nos dijo que si no le ponían la transfusión se moría. Él estaba consciente. La esposa, que es testigo de Jehová, dijo: ‘Yo no puedo firmar’. Entonces me pidieron a mí. Entré a la sala, lo miré a los ojos y le pregunté si realmente quería la transfusión, porque tampoco podía pasar por sobre su decisión personal. Me dijo que sí”.

En ese momento, madre e hijo firmaron juntos el consentimiento: “Cuando yo estaba firmando, él tocó su cabeza y le dijo a la doctora: ‘Lo que pasa es que mi madre es catequista’”.

Para esta madre, aquella decisión, aunque no logró salvar la vida de su hijo, significó una reconciliación interior. “Creo que Dios le dio la oportunidad de volver a Él en el momento más importante”, expresa Silvia. Para ella este último gesto fue también una verdadera consolación.


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