San Agustín dedicó un gran esfuerzo humano e intelectual para hallar la verdad y la encontró cuando comprendió que Dios es la suprema Verdad para el hombre, ha destacado el P. Pasquale Cormio, prior de la comunidad agustina de Roma.
En una columna publicada en la agencia SIR, el también rector de la Basílica de San Agustín de Campo Marzio recordó que el santo obispo de Hipona buscaba la verdad, “que es la búsqueda de la felicidad y la belleza, el preciado bien que se desea y se posee permanentemente”.
Antes de su conversión —por la cual rezaba su madre, Santa Mónica— el joven Agustín había caído en una vida de pecado y abrazado el maniqueísmo y luego el escepticismo académico. Sin embargo, su acercamiento a San Ambrosio, entonces Arzobispo de Milán, terminó por llevarlo al catolicismo.
“Aun recorriendo los caminos del error y el pecado, nunca dejó de sentir en su interior el anhelo y la pasión por la verdad. Y solo halló paz cuando comprendió que Dios es la suprema Verdad para el hombre: ‘Tú eres grande, Señor, y digno de gran alabanza... Nos hiciste para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti’”, señaló el P. Cormio, citando la obra Confesiones.
El prior agustino recuerda que “nada puede saciar la sed del hombre excepto Dios”, por tanto, cuando Agustín “descubre en sí la presencia de Dios, encuentra también la brújula para orientar su vida”.
Agustín encontró la saciedad, la paz y la felicidad “cuando su amor descubrió a Dios y pudo abrazarlo, sentirlo y saborearlo hasta el punto de lamentar cada minuto pasado sin Dios: ‘Tarde te amé, Belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé’”.