“Pero no, un padre y una madre de familia pueden servir a Dios viviendo con sus hijos y criándolos cristianamente. Un siervo puede servir fácilmente a Dios y a su amo, sin que nada lo detenga. No, queridos hermanos, el estilo de vida que significa servir a Dios no cambia nada en todo lo que tenemos que hacer. Al contrario, simplemente hacemos mejor todo lo que debemos hacer”.
La misericordia de Dios
Si bien el Cura de Ars tenía mucho que decir sobre el pecado y el camino al infierno, y quería inculcarlo y asustar de buena manera a aquellos que son simplemente indecisos y no se preocupan por vivir una vida buena, Juan María Vianney quería hacer que el amor y la misericordia de Dios predominaran, especialmente en sus últimos sermones.
Tomemos, por ejemplo, sus consejos sobre la Misa —y ejemplos de la Misa diaria—:
“No, queridos hijos, no debemos temer que la Misa nos impida cumplir con nuestros asuntos temporales; es todo lo contrario. Podemos estar seguros de que todo irá mejor e incluso nuestros negocios prosperarán mejor que si tenemos la desgracia de no asistir a Misa… Quienes asisten con frecuencia a la Santa Misa administran sus asuntos mucho mejor que quienes, por su poca fe, creen que no tienen tiempo para Misa. ¡Ay, si tan solo pusiéramos toda nuestra confianza en Dios y dependiéramos de nuestros propios esfuerzos para nada, cuánto más felices seríamos!”.
Como lo resumió en otra ocasión:
“Asistir a Misa es lo más importante que podemos hacer”.
Luego está el tema de la oración. Dice que una iglesia católica es “la morada de Aquel que me ama más que a sí mismo, pues murió por mí, cuyos ojos compasivos están atentos a mis acciones, cuyos oídos están atentos a mis oraciones, siempre dispuestos a escucharlas y a perdonar”.
Continúa:
“¡Oh, cuántas cosas tengo que decirle, cuántas gracias tengo que pedirle, cuánta gratitud tengo que mostrarle! Le hablaré de todas mis preocupaciones, y sé que me consolará. Le confesaré mis faltas, y me perdonará. Le hablaré de mi familia, y la bendecirá con toda clase de misericordias. Sí, Dios mío, te adoraré en tu santo templo, y regresaré de allí lleno de toda clase de bendiciones”.
Confesión y Misericordia
“La misericordia de Dios es como un torrente desbordante”, dice Vianney. “Arrastra corazones a su paso”.
Haciendo eco de la parábola del Buen Pastor, dice: “No es el pecador el que vuelve a Dios para pedir perdón, sino es Dios quien corre tras el pecador y lo hace volver a él”.
Al mismo tiempo, “El buen Dios siempre está dispuesto a recibirnos. ¡Su paciencia nos espera!”
También explica la Divina Misericordia de Dios de esta manera:
“Hay quienes le dan al Padre Eterno un corazón duro. ¡Qué equivocados están! El Padre Eterno, para desarmar su justicia, le dio a su Hijo un corazón excesivamente bueno: no se da lo que no se tiene”.
Esto sigue lo que hemos aprendido de Santa Faustina, Jesús y el mensaje de la Divina Misericordia. Vianney dice:
“Hay quienes dicen: ‘He hecho demasiado mal, Dios no puede perdonarme’. Esto es una blasfemia. Es ponerle un límite a la misericordia de Dios, que no tiene límites: es infinita”.
Y otra vez:
“Nuestras faltas son granos de arena al lado de la gran montaña de las misericordias de Dios”.
Una vez confesados los pecados, la gente no debería tener que preocuparse porque, como enseña Vianney:
“Cuando el sacerdote da la absolución, sólo debemos pensar en una cosa: que la sangre del buen Dios fluya sobre nuestra alma para lavarla, purificarla y hacerla tan hermosa como era después del bautismo”.
Y otra vez:
“El buen Dios, en el momento de la absolución, arroja nuestros pecados tras sus hombros, es decir, los olvida, los aniquila: nunca volverán a aparecer. … Ya no se hablará de pecados perdonados. Han sido borrados; ¡ya no existen!”.
Junto con sus otras predicaciones, podemos concluir con él: “Si entendiéramos bien lo que es ser hijo de Dios, no podríamos hacer el mal”.
Traducido y adaptado por el equipo de ACI Prensa. Publicado originalmente en el National Catholic Register
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