Ya el Papa León XIII – que vivió en un periodo histórico de transformaciones epocales y disruptivas– aspiraba a contribuir a la paz estimulando el diálogo social: entre el capital y el trabajo, entre las tecnologías y la inteligencia humana, entre las diversas culturas políticas, entre las naciones.
El Papa Francisco utilizó el término “policrisis” para evocar el dramatismo de la coyuntura histórica que estamos viviendo, en la que convergen guerras, cambios climáticos, desigualdades crecientes, migraciones forzadas y obstaculizadas, pobreza estigmatizada, innovaciones tecnológicas disruptivas, precariedad laboral y de derechos[1]. Frente a cuestiones de tanta importancia, la Doctrina Social de la Iglesia está llamada a ofrecer claves interpretativas que pongan en diálogo la ciencia y la conciencia, ofreciendo así una contribución fundamental al conocimiento, a la esperanza y a la paz.
La Doctrina Social, de hecho, nos educa a reconocer que lo más importante no son los problemas, ni siquiera las respuestas a ellos, sino el modo en que los afrontamos, con criterios de evaluación y principios éticos, y con apertura a la gracia de Dios.
Ustedes tienen la oportunidad de mostrar que la Doctrina Social de la Iglesia, con su particular visión antropológica, busca favorecer un verdadero acceso a las cuestiones sociales: no pretende enarbolar la bandera de la posesión de la verdad, ni respecto al análisis de los problemas ni a su resolución. En estas cuestiones es más importante saber acercarse que dar una respuesta apresurada sobre por qué ha ocurrido algo o cómo superarlo. El objetivo es aprender a afrontar los problemas, que siempre son diferentes, porque cada generación es nueva, con nuevos desafíos, nuevos sueños, nuevas preguntas.
Aquí encontramos un aspecto fundamental para la construcción de la “cultura del encuentro” a través del diálogo y la amistad social. Para la sensibilidad de muchos de nuestros contemporáneos, las palabras “diálogo” y “doctrina” suenan como opuestas e incompatibles. Tal vez, cuando oímos la palabra “doctrina”, pensamos en la definición clásica: un conjunto de ideas propias de una religión. Y con esta definición, nos sentimos poco libres para reflexionar, cuestionar o buscar nuevas alternativas.
Se vuelve urgente, entonces, la tarea de mostrar, a través de la Doctrina Social de la Iglesia, que existe un significado distinto – y prometedor – del término “doctrina”, sin el cual también el diálogo se vacía. Sus sinónimos pueden ser “ciencia”, “disciplina” o “saber”. Así entendida, toda doctrina se reconoce como fruto de la investigación, y por tanto de hipótesis, de voces, de avances y fracasos, a través de los cuales se busca transmitir un conocimiento fiable, ordenado y sistemático sobre una cuestión determinada. De este modo, una doctrina no equivale a una opinión, sino a un camino común, coral e incluso multidisciplinar hacia la verdad.