Uno de los momentos más icónicos y emocionantes del proceso de elección de un nuevo Papa es el anuncio por parte del cardenal protodiácono, desde el balcón central de la Basílica de San Pedro, del nombre que tomará el nuevo Pontífice.
Tras la decisión mayoritaria del Colegio Cardenalicio sobre quién debe ocupar la sede petrina después del fallecimiento del Papa Francisco, será el Cardenal Dominique Mamberti el encargado de anunciar al mundo que la Iglesia Católica tiene un nuevo Sucesor de Pedro, con la tradicional fórmula: Annuntio vobis gaudium magnum: Habemus Papam!
El Cardenal Mamberti presentará al nuevo Papa con su nombre bautismal, e inmediatamente después dirá el nombre que ha tomado para su pontificado.
Que los cardenales electos para asumir el trono papal cambien su nombre es una tradición que data del siglo VI. En el 533, el Papa Juan II decidió adoptar un nombre distinto a su nombre de pila, que era Mercurius, porque no le pareció apropiado llevar un nombre tomado de un dios pagano.
A pesar de este primer antecedente, siguió siendo común que los nuevos pontífices mantuvieran su nombre de bautismo para reinar. No fue sino hasta muchos siglos después que esta práctica se estandarizó. De hecho, el último Papa en mantener su nombre de pila fue Marcelo II, elegido en 1555.
No existen criterios oficiales para que un Papa elija su nuevo nombre. Pueden hacerlo por diversos motivos, como señalar la misión y el tono de su pontificado u honrar a alguno de sus antecesores. Tal fue el caso de Juan Pablo I, quien eligió su nombre en homenaje a Juan XXIII y Pablo VI. Juan Pablo II, por su parte, escogió su nombre para honrar a Juan Pablo I.