Las cualidades de un Papa van mucho más allá de ser simplemente una especie de director ejecutivo de la Iglesia Católica.
Inevitablemente, como mínimo, debe poseer una fe fuerte y humildad, estar dispuesto a adherirse a las enseñanzas de la Iglesia y a la tradición apostólica, y a personificar el antiguo título del Papa como Servus servorum Dei: el Siervo de los siervos de Dios.
Pero también debería poseer otras cualidades excepcionales e idealmente exhibir una gran santidad y una virtud sobresaliente que, como escribí en mi libro de 2020 El próximo Papa, se pueden entender mejor mirando el ejemplo de San Pedro en el Nuevo Testamento.
Ante la petición de Jesús Resucitado a Pedro, después de que le hubiera negado: “Cuida de mis corderos, apacienta mis ovejas”, un Papa debe manifestar un amor por Cristo que se extienda a todos los miembros de su Cuerpo místico, el “rebaño” para el que Cristo es el Buen Pastor.
A diferencia de un político centrado únicamente en este mundo, la principal responsabilidad de un Papa es ayudar a guiar a millones de almas al otro mundo. Por lo tanto, su caridad debe permitirle “pastorear” al rebaño mediante el gobierno, “alimentarlo” mediante la liturgia y enseñarle la sana doctrina como profeta; en esencia, los tres munera (deberes) de un obispo: enseñar, gobernar y santificar.
San Pedro amplía estos temas, exhortando a los sacerdotes: