En Haití, uno de los países más pobres del mundo y afectado por la violencia extrema de bandas criminales, los misioneros católicos luchan por mantener viva su misión. El P. Amos Jean, de los Misioneros del Sagrado Corazón, afirmó que la realidad del país caribeño no les “impide mirar al futuro”, sino que los llama a “estar donde la gente nos necesita”.
“Esta situación nos da una razón más para acompañar a la gente. Salir, detectar las necesidades, estar con las personas y, desde ahí, proyectar hacia el futuro, siempre con esperanza”, dijo el misionero en una entrevista con Vatican News.
La grave cotidianeidad en Haití
El P. Amos cuenta que las personas sólo abandonan sus hogares cuando es estrictamente necesario, por miedo al accionar de los grupos delictivos que, desde hace muchos meses, controlan un gran territorio de la capital, Puerto Príncipe. El mismo sacerdote tiene que elegir cuidadosamente el momento oportuno para ir desde la Casa de Formación de su congregación, la cual dirige, hasta la parroquia para poder celebrar Misa.
“Hay lugares que no tienen electricidad. Cada cual se las apaña como puede. Algunos tienen paneles solares o se han hecho con algún generador eléctrico. De alimentos y medicinas ya no queda casi nada. Hay que salir a buscar. Las farmacias fueron saqueadas, los hospitales también. Las carreteras principales están bloqueadas y controladas. Los alimentos de las provincias no llegan fácilmente”, lamenta el misionero.
La pobreza afecta a un gran porcentaje de la población haitiana, afectando su vida cotidiana hasta el punto de que una persona “sale para ver cómo ‘luchar’ el día y lo que consigue lo trae a casa”, explica el P. Amos. “Ese mismo día se termina. No tiene nada para mañana. A veces, ni siquiera para el día. Así, jornada tras jornada”, comenta.