Cristo crucificado al abrir su corazón hace gotear y brotar a su Iglesia, resumen del evangelio y fundamento del culto al Corazón de Jesús

Bertrand de Margerie S.J.

Estamos en presencia de la suprema manifestación del Corazón de Cristo en la Nueva Alianza como del fundamento por excelencia (todavía implícito) del culto que le rinde la Iglesia. Conviene, pues, presentar primeramente un análisis bastante detallado de algunos aspectos del texto, luego mostrar las connotaciones sacramentales y eclesiales del Costado traspasado, resumen del Evangelio e Cristo y de la catequesis cristiana que transmite a su Iglesia.

Análisis detallado (literal y espiritual)

Si queremos situar el relato del Evangelista en su contexto histórico, conviene recordar este hecho: A partir de Jn 19, 14, Jesús fue crucificado a la misma hora en que, en el templo, los corderos de las Pascuas eran inmolados. Por la misma razón, y a fortiori, Cristo no podía ser lapidado. Por el contrario, la legislación rabínica de los sacrificios prescribe que se abra el corazón del cordero degollado y que se deje gotear sangre”. Juan subraya que Jesús muere como víctima sacrificial. Para Juan, Jesús es el Cordero de Dios que, sobre la cruz quita el pecado del mundo (1,29). Los soldados fueron, con la autorización de Pilato, a verificar su muerte “no le quebraron las piernas”, pero, uno de ellos, con su lanza, le atraviesa el costado y sale de inmediato sangre y agua”, nos dice el Evangelista (vv. 33-34).El “costado” (pleuran), según una versión etíope, es el costado derecho. Corresponde al término empleado por Gn 2, 21-22 para designar la costilla de Adán, de donde salió Eva.

La herida del costado: amor supremo que debe existir entre marido y mujer

Para otros, Cristo, nuevo Adán, es herido en el costado izquierdo, lado del corazón de humano, como Eva, tal como Eva fue sacada del costado derecho de Adán, con miras a manifestar el amor supremo que debe existir entre marido y mujer. Para que la realidad corresponda a la figura y para que nos sea indicada la caridad suprema de Cristo hacia la Iglesia su Esposa, Cristo quiere ser herido en esta parte de su cuerpo que abre a los hombres el acceso a su Corazón, para que comprendan que pueden entrar ahí y hallar descanso (cf Mt 11, 28-29). Juan no dice – destaquémoslo- que sale del costado traspasado agua y sangre, sino sangre y agua. Orden intencional: la expiación sacrificial en la sangre precede lógicamente a la vivificación espiritual en el don del Espíritu, simbolizado por el agua (cf. •,5; 7, 38-39; 20, 22)

Después de haber evocado el hecho de la Transfixión, el Evangelista manifiesta el sentido: “Aquel que vio rinde testimonio (…) para que crean” (v.35). El fin del testimonio del discípulo bienamado es la fe del lector (cf 20,31): éste es invitado a creer que la muerte de Jesús es el resultado no de una violencia sino de un sacrifico voluntario de amor (cf 10, 17-18).

Luego, los versículos 36 y 37 quieren mostrar en el hecho de la Transfixión la realización de las profecías de la Antigua Alianza. “Ni un hueso le será quebrado” (cf. Ex 12,46; Sal 34, 21): Jesús crucificado es el verdadero Cordero Pascual, el verdadero Servidor sufriente (Is 53) Los huesos de la Pascua no debían ser quebrados y Yahvé libra al justo de todas sus desventuras, ninguno de sus huesos será quebrado, Yahvé los conserva todos. La significación simbólica de la interdicción dada en el libro del Éxodo y de s recuerdo en el Evangelio ha sido recientemente profundizado. Saveriano Talavera Tovar esclarece la primera a la luz del libro de los Jubileos (49, 13.14: Siglo II A.JC) reexaminado por el rabino converso E. Zolli: a un solo cordero debe corresponder una sola familia o a una sola comunidad de comensales; el respeto de la integridad del esqueleto quiere simbolizar la conservación de los miembros de la familia y por consiguiente la familia misma, idealmente incluid en el cuerpo del cordero, lo que le confiere la posibilidad de participar en los efectos del rito: Expiación (sangre), propiciación (carne), integridad (huesos no quebrados).

Cristo es ofrecido por la única familia de Dios

En el nuevo testamento, Jesús es el único Cordero (jn 1, 29-36) que se ofrece por la única familia de Dios (11,52) y también por los que no son este “aprisco” (10, 13-16); es el único pastor que unifica al único rebaño (10,16). La unidad que pide con tanta insistencia (17, 21-24) se funda sobre él, cuyos huesos permanecen intactos. Las piernas no quebradas de Jesús simbolizan la unidad irrompible de la Iglesia que funda muriendo. La transfixión del costado es así orientada hacia la manifestación de un amor unificador. De esta manera aparece la victoria visible del Cordero en su aparente derrota. La descripción joánica de la Transfixión culmina en la cita del Deutero-Zacarías (12-10): “Mirarán al que traspasaron”. Algunas citas son necesarias y esclarecedoras.

Releamos, primeramente los extractos pertinentes del Deutero-Zacarías:

Derramaré sobre la casa de David y sobre el habitante de Jerusalén un espíritu de gracia y de suplicación y mirarán hacia mí, aquel que traspasaron, y se lamentarán de él como se lamentan de un hijo único, y lo llorarán como se llora a un primogénito. (…) ese día habrá una fuente abierta para David y para los habitantes de Jerusalén, para lavar pecado y suciedad (…). En ese día, aguas vivas brotarán de Jerusalén. Yahvé será rey sobre toda la tierra; en ese día Yahvé será único y su nombre único (Za 12, 10; 13; 14, 8,9, 16)

Za 12, 10 hace alusión a la muerte del rey Josías, atravesado por una flecha en la llanura de Megido y regresado a Jerusalén para morir (2Re, 9; 2Par 35, 20-25). Había sido el más santo de los hijos de David; había purificado el Templo y todo el país de las prácticas idolátricas, restaurado el culto auténtico, celebrado la pascua como jamás se había hecho desde el éxodo, renovada la Alianza (2 Re 22, 8-23,30; 2 Par 34, 14-35).

El deutero Zacarías, en los textos que hemos citado, se inspira además en profetas precedentes (Ez 47, 1-12), anunciador de una fuente que brota del Templo nuevo, el Servidor sufriente (Is 53, 5-6), atravesado por nuestras transgresiones”, Ez 36, 25-38, etc.

Para Juan, el rey Josías, piadoso reformador, constituye una prefiguración del Mesías Jesús, rey y Pastor, muerto y traspasado. El pueblo es responsable de su muerte, como lo había sido de la muerte de Josías; de la muerte de un inocente. El agua que mana del costado trapazado de Jesús evoca la fuente de aguas vivas de la que hablaba el Deutero Zacarías; en Jesús se cumple su Profecía. La alusión joánica a Zacarías 12, 10 insinúa que Jesús será rey de toda la tierra. El deutero Zacarías había mostrado un rey mesías de tipo nuevo; la incredulidad de su pueblo, empujado al extremo, había provocado su muerte; pero su sacrificio instauraba una Nueva Alianza (13, 7-9) y terminaba en una extensión universal de salvación. Todos los pueblos son, finalmente, reunidos por la celebración común de la fiesta de las Tiendas.

La mirada de los creyentes hacia el rey Pastor (cf. Jn 8, 28 y Ap 1, 7) manifiesta el principio de los tiempos escatológicos con que terminaba el libro del Deutero Zacarías. Durante todas las épocas sucesivas de la historia de la salvación y aun durante la vida sin fin, el Traspasado será contemplado. Es la revelación de todos los misterios de nuestra fe, que convergen y culminan en él. “Mirarán al que traspasaron” tal es la profecía que cada uno debe cumplir.

El Evangelista nos dice en Jn 19, 35-37, que Jesús es el victorioso Cordero de Dios, el Cordero Pastor que nos guía hacia la fuente de aguas vivas, su propio Costado; cuando veamos con una fe amante ese Costado, el Corazón traspasado de Jesús crucificado nos hace participar en su triple victoria sobre el mundo, la carne y el demonio. Jospeh Ratzinger describió magníficamente el sentido profundo del misterio de la Transfixión del Señor y su importancia para el destino de cada persona humana:

Juan (…) concluye su presentación de Jesús terrestre a través de la imagen de la existencia que fue traspasada por los clavos, que no conoce ya límites firmes, que es esencialmente abertura: “Uno de los soldados atravesó con su lanza el costado y de inmediato salió Sangre y Agua”. Para Juan, la imagen del costado traspasado es el punto culminante, no sólo de la escena de la cruz, sino de toda la historia de Jesús. Ahora, después del golpe de lanza que puso fin a su vida terrestre, su existencia está completamente abierta. A partir de ahora es enteramente “para”; a partir de este momento dejó de estar aislado: “Adán” de cuyo costado es sacada Eva, es una nueva humanidad. Esta imagen profunda del Antiguo testamento que nos muestra a la mujer sacada del costado del hombre (Gn 2, 21 ss) y que expresa de manera admirable e inimitable, la perpetua interdependencia e interrelación de ambos, lo mismo que su unidad en el único ser humano, esta escena parece, pues, ser evocada aquí por el uso del término “costado”, que habitualmente se traduce erróneamente como “costilla”.

El costado abierto del nuevo Adán repite el misterio de la creación del costado abierto del hombre: es el comienzo de una comunidad nueva y definitiva entre los hombres, simbolizada aquí por la Sangre y el Agua, que figuran los sacramentos cristianos fundamentales del bautismo y la eucaristía y a través de ellos a la Iglesia, como signo de la nueva comunidad de los hombres. Ahora examinaremos ese simbolismo eclesial y sacramental de manera más precisa.

Sangre y Agua, símbolos de los sacramentos de la Iglesia

Explicando el Evangelio de Juan con ayuda de su primera Epístola, J. Heer manifestó vigorosamente el simbolismo de la escena de la Transfixión, que concierne al bautismo, eucaristía e Iglesia.

Releamos algunos versículos de esta primera carta:

v.5 ¿Cuál es el vencedor del mundo, sino aquel que cree que Jesús es el Hijo de Dios?
v.6 Es quien vino con agua y con sangre: Jesucristo, no con agua solamente, sino con el agua y con la sangre. Y es el Espíritu que da testimonio porque el espíritu es la verdad.
v.7. Así hay tres que dan testimonio:
v.8 El Espíritu el agua y la sangre, y los tres tienden al mismo fin.
v.9 Si recibimos el testimonio de los hombres el testimonio de Dios es más grande. Porque es el testimonio de Dios, el testimonio de Dios ha dado de su Hijo.
v. 10 Aquel que cree en el Hijo de Dios tiene ese testimonio en él (…)
v.11 He aquí este testimonio: Dios nos di la vida eterna y esta vida está en su Hijo. (1 Jn 5, 5-11)

Este texto significa que el Espíritu Santo da ahora testimonio de la muerte salvífica de Cristo, de su venida pasada en la Sangre y el agua; y este testimonio actual tiene lugar precisamente por medio de la Sangre y el Agua; mientras que el versículos 6 está en pasado (Jesús vino con agua y sangre), en los versículos 7 y 8, agua y sangre se convierten en testigos activos, presentes con el Espíritu Santo; este testimonio presente del Agua y de la Sangre no puede ser identificado con el derramamiento pasado del Agua y la Sangre del costado de Jesús; no puede ser sino una alusión al testimonio presente del espíritu en la vida de la Iglesia a través de los sacramentos de bautismo y de eucaristía (aunque no sin relación con la muerte pasada de Jesús, en tanto que fue expiadota y vivificadora).

El Espíritu glorifica a Jesús (Jn 15, 26; 16, 14); el Agua del bautismo y la Sangre de la eucaristía, por la existencia misma, apuntan hacia la muerte de Jesús, a la que deben su fuerza, que mediatizan. De esta manera los tres testigos son uno.

Ya que ese sentido sacramental de 1Jn 5, 7-8 parece cierto, no puede estar ausente en Jn 19, 34. En el Evangelio de Juan, la Sangre tiene una significación eucarística (6, 54, 55,56) y el Agua un sentido bautismal (3,5)

Para Domingo Muñoz León, la referencia de Jn 19, 34b a la Sangre y al Agua querría, primeramente, exaltar a Jesús crucificado como fuente del Espíritu y solo enseguida, de manera indirecta, expresar una alusión a la eucaristía y al bautismo.

Parece, por el contrario que este versículo, que no pretende citar ningún pensamiento de Jesús mismo, sino el del Evangelista, que escribe en los tiempos de la Iglesia, designa de manera directa el misterio de la Iglesia eucarística, la eucaristía celebrada en la Iglesia, en la que las lecturas de Juan son testigos constantes. Es por y mediante la Eucaristía que tienen acceso a Jesús crucificado; es al beber la Sangre del Cordero que beben el espíritu (cf. 1 Cor 12, 13: “Hemos sido abrevados con un solo Espíritu”, de acuerdo a la promesa de Jesús en Jn 7, 37-39.

Igualmente se puede admitir de manera análoga, que la prioridad concedida a la Sangre respecto del Agua en Jn 19, 34 corresponde a la experiencia de los lectores de Juan: su bautismo se sitúa a menudo ya lejos en su pasado, mientras que su participación en la eucaristía se renueva cada domingo. Y algunas veces cada día. Sin excluir, naturalmente, otras razones, como la reacción contra el docetismo de Cerinto. El bautismo está, por otro lado, orientado hacia la eucaristía que sola consumaba la unión entre el bautizado y Cristo. El Evangelista pudo marcar, invirtiendo el orden natural e histórico, la primacía de Cristo eucarístico en la economía sacramental y en la vida de la Iglesia.

Tomado de
Histoire doctrinal du culte au coeur de Jesús
Editorial MAME

Traducido del francés por José Gálvez Krüger para ACI Prensa

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