Una historia que nos enseña a confiar en el silencio de Dios
Según una antigua leyenda, había
un hombre llamado Haakon que cuidad una ermita. A ella acudía la
gente a orar con mucha devoción. En esta ermita había una
cruz muy antigua. Muchos acudían ahí para pedirle a Cristo
algún milagro. Un día el ermitaño Haakon quiso pedirle
un favor. Lo impulsaba un sentimiento generoso. Se arrodilló ante
la cruz y dijo:
"Señor, quiero padecer por ti. Déjame ocupar tu puesto.
Quiero reemplazarte en la Cruz". Y se quedó fijo con la mirada
puesta en la escultura, como esperando la respuesta.
El Señor abrió sus labios y habló. Sus palabras cayeron
de lo alto, susurrantes y amonestadoras: "Siervo mío, accedo
a tu deseo, pero ha de ser con una condición."
¿Cuál Señor? preguntó con acento suplicante
Haakon. ¿Es una condición difícil? ¡Estoy dispuesto
a cumplirla con tu ayuda Señor! respondió el viejo ermitaño.
"Escucha: Suceda lo que suceda y veas lo que veas, has de guardarte
en silencio siempre".
Haakon contestó: "Os lo prometo, Señor!"
Y se efectuó el cambio. Nadie advirtió el trueque. Nadie
reconoció al ermitaño, colgado con los clavos en la Cruz.
El Señor ocupaba el puesto de Haakon.
Y éste por largo tiempo cumplió el compromiso.
A nadie dijo nada, pero un día, llegó un rico, después
de haber orado, dejó allí olvidada su cartera. Haakon lo
vio y calló. Tampoco dijo nada cuando un pobre, que vino dos horas
después y se apropió de la cartera del rico. Ni tampoco
dijo nada cuando un muchacho se postró ante él poco después
para pedirle su gracia antes de emprender un largo viaje. Pero en ese
momento volvió a entrar el rico en busca de la bolsa. Al no hallarla,
pensó que el muchacho se la había apropiado. El rico se
volvió al joven y le dijo iracundo:
- "¡Dame la bolsa que me has robado!"
El joven sorprendido replicó:
- "¡No he robado ninguna bolsa!"
- "¡No mientas, devuélvemela enseguida!"
- "Le repito que no he cogido ninguna bolsa!"
El rico arremetió furioso contra él. Sonó entonces
una voz fuerte:
- "¡Detente!"
El rico miró hacia arriba y vio que la imagen le hablaba. Haakon,
que no pudo permanecer en silencio, gritó, defendió al joven,
increpó al rico por la falsa acusación. Este quedó
anonadado y salió de la Ermita. El joven salió también
porque tenía prisa para emprender su viaje. Cuando la ermita quedó
a solas, Cristo se dirigió a él y le dijo:
- "Baja de la Cruz. No sirves para ocupar mi puesto. No has sabido
guardar silencio".
- "Señor, ¿cómo iba a permitir esa injusticia?"
Se cambiaron los oficios. Jesús ocupó la Cruz de nuevo y
el ermitaño se quedó ante la cruz.
El Señor, siguió hablando: "Tú no sabías
que al rico le convenía perder la bolsa, pues llevaba en ella el
precio de la virginidad de una joven mujer. El pobre, por el contrario,
tenía necesidad de ese dinero e hizo bien en llevárselo;
en cuanto al muchacho que iba a ser golpeado, sus heridas le hubiesen
impedido realizar el viaje que para él resultaría fatal.
Ahora, hace unos minutos acaba de zozobrar el barco y él ha perdido
la vida. Tú no sabías nada. Yo sí sé. Por
eso callo".
Y el señor nuevamente guardó silencio.
Muchas veces nos preguntamos por qué razón Dios no nos contesta.
¿Por qué razón se queda callado Dios? Muchos de nosotros
quisiéramos que Él nos respondiera lo que deseamos oír,
pero, Dios no es así. Dios nos responde aún con el silencio.
Debemos aprender a escucharlo. Su divino silencio son palabras destinadas
a convencernos de que, Él sabe lo que está haciendo. En
su silencio nos dice con amor: confien en Mí, que sé bien
lo que debo hacer.

