Nuestros hijos y las nuevas tecnologías


Ignasi de Bofarull

En los últimos años del siglo XX y el los primeros del siglo XXI estamos asistiendo a unos avances tecnológicos sin precedentes en el marco de los que podríamos denominar la Revolución Digital. Muchos de nuestros hijos se han convertido, o podrían convertirse, en secreenagers.

Es decir, niños y adolescentes, que pasan muchas horas enganchados a las pantallas. Si en inglés screen significa pantalla y teenagers significa niños/adolescentes entre, aproximadamente, 10 y 20 años: los secreenagers son aquellos jóvenes que pasan muchas horas ante las pantallas: sean de televisión, del monitor de videojuegos, de Internet, de móvil o de música con auriculares. En España este fenómeno no está tan extendido como en otros países en que la mayor penetración de las nuevas tecnologías es evidente.
En España necesitamos pensar estos temas si padres no nos queremos convertir en verdaderos analfabetos en el mundo de los lenguajes, símbolos, habilidades que suponen el manejo de las nuevas tecnologías. Se trata de saber cómo orientarlos, educarlos, conectar con ellos: saber qué les pasa. Y si no nos formamos, si no profundizamos en estos mundo lo suficiente como para llegar a ellos, se producirá lo que ya se denomina, en algunos estudios, como ciberfractura generacional. Es decir: el crecimiento de un abismo generacional que supone que nuestros hijos no nos entienden porque no hablamos su idioma. Un abismo que señala que no sabemos por dónde van, qué les interesa ni qué les pasa por la cabeza. Los padres hoy debemos tener en cuenta que nos arriesgamos a no saber educar a nuestros hijos si no sabemos tratarles ni entendemos qué hacen.

No se trata de demonizar las nuevas tecnologías que hacen avanzar la economía, el saber, la ciencia, la transmisión de información... Sin embargo, para ellos hoy es sólo un juego que denominaremos ocio digital. Un juego muy atractivo, irresistible, que les atrae de un modo intenso pues les acerca al grupo de pares, les lleva a paraísos de infinitas posibilidades y de gran interactividad, pero que también les puede apartar de la realidad de cada día. Les puede engullir en la Realidad Virtual y alejarles de los requerimientos de la Realidad Real. Incluso, en algunos casos extremos, les puede llevar a actuaciones y comportamientos que nos hablan de unas actitudes adictivas nuevas ante las que debemos estar muy atentos.

Es importante precisar que serán pocos casos los que nos permitan hablar de comportamientos adictivos, sin embargo hay que señalar que la precaución siempre es necesaria pues el riesgo, aunque remoto, existe.
Es preciso destacar que se parte de un a priori muy claro: las nuevas tecnologías son neutrales: ni positivas ni negativas en sí mismas. Todo depende del uso que se haga. Todo depende del tiempo que se dedique y la capacidad crítica que se ejerza a la hora de saber situarlas en su justo lugar. Como padres, deberemos mantenernos alejados de cualquier tentación de rechazo simplista de la tecnología o, por el contrario, exaltación sin crítica de la última novedad. Habrá que huir de cualquier extremismo: ni todo es censurable ni todo es magnífico. Hay que matizar en cada caso y descubrir los elementos que nos permiten valorar los variados aspectos de las distintas tecnologías con un espíritu reflexivo y ajeno a prejuicios inútiles. Unas valoraciones que deben tener como horizonte la maduración y conquista de la autonomía de nuestros niños y jóvenes en el marco de una sociedad, la del siglo XXI, plagada de retos y cambios en todos los planos.

Se trata de profundizar en su mundo preguntándoles, leyendo, comentando con otros padres, asistiendo a cursos de orientación familiar. Y es que los últimos años, desde el inicio de la penetración de Internet en España que se podría situar entre 1998 y 1999, suponen una cambio acelerado y no podemos como padres perder el ritmo. Se nos ha dicho hasta la saciedad que educar hoy es más difícil. Este es un caso muy claro. Hace cuarenta años lidiábamos con cine, cómics, radio: hoy, la oferta de ocio audiovisual es inacabable.

Es decir debemos adentrarnos en este mundo e informarnos: qué hacen nuestros hijos y tutorados con el ordenador, con los walkman, con Internet, con los videojuegos, con la televisión interactiva. Pero habrá que meterse en faena y concretar.

De entrada un consejo sencillo de exponer y más complicado de llevar a cabo: estas nuevas tecnologías en casa deben ser compartidas: es el modo de sacarles el jugo, de criticarlas, valorarlas o rechazarlas. Para ello es oportuno tenerlas también en un lugar común. Eso facilita el control horario, la selección, el uso compartido. Que nuestro hijo tenga todos estos artilugios en su cuarto, disponibles a todas horas no es desde luego lo más oportuno.

A) La televisión ha cambiado: de los dos canales de inicios de los años ochenta hemos pasado a las televisiones públicas autonómicas; luego, en los noventa, a las privadas, y, entre estas últimas hay que distinguir las que emiten en abierto y las digitales (con decodificador). Luego existe la televisión por cable y más tarde hay antenas parabólicas que nos ponen en contacto con innumerables canales de todo el mundo. Las posibilidades son casi inagotables. Los contenidos inabarcables. Además nos hemos de olvidar de la televisión que se consume sólo en el hogar. Existen televisiones en todas partes: las de los bares, de las boleras, de las tiendas, de las discos. La oferta crece en cantidad, en los lugares de visionado y en tiempo. Los chicos ven de todo: fútbol, video clips, reportajes, publicidad... Y si no llegan tienen amigos que les graban vídeos. Y algunos no precisamente muy edificantes como las películas del Canal+. Y si no también pueden captar la televisión de pago con procedimientos piratas desde el ordenador.

Desde luego no siempre es así: y no todos los niños y jóvenes están todo el día ante el televisor. Pero hay que preguntarles. Hay que buscar el modo de compartir con ellos inquietudes y gustos. Hay que darles claves de interpretación: traer buen cine (del último) a casa. Analizar con ellos la publicidad. Ver video-clips y valorar con ellos qué tipo de mundo hay detrás de la música tecno, house, dance. Es una tarea ardua pero necesaria. Es preciso mantener una línea abierta con ellos en la que la nos puedan contar con claridad qué ven por ahí y, desde luego, racionalizar, seleccionar, y mejorar los contenidos que se contemplan en casa: sin imponer siempre contenidos excesivamente ideales y sin perder de vista sus gustos. Racionalizar su tiempo fuera: deporte, estudio, amigos, actividades... pero sabiendo que la tele (generalista, analógica, de cable, parabólica está ahí, omnipresente). Y desde luego evitar que esté en su cuarto. Ahí es donde perdemos la capacidad de supervisión ya en nuestra propia casa.

B) Videojuegos: Es un tema que crece día a día. Las grandes corporaciones se debaten en una lucha sin cuartel para dominar el sector ofreciendo consolas y juegos. Hay que saber entonces qué tipos de consolas hay, su precio, sus prestaciones; lógicamente también los juegos, su origen (pirata o compra), su calificación (para mayores, para adolescentes, o para niños), su género (plataforma, estrategia, simulación, arcade o educativos). Con los videojuegos pasa algo parecido a lo que sucede con la televisión: las consolas están en todas partes: en algunos videoclubes, en el colegio, en casa de un amigo, en el cuarto de nuestro hijo. Hay que tomar la iniciativa: invitar al uso compartido en casa con hermanos, amigos, con los propios padres. Entonces, en común, explicar los contenidos, señalar que la consola portátil es un mal sustituto del juego escolar, deportivo, en el barrio. Explicar qué juegos son oportunos y hasta educativos y qué juegos son crueles y, por ello, rechazables. Y recordar los horarios: tener presente que la consola, como la televisión, como Internet, consumidos en exceso, entran en conflicto con el estudio, con la compañía de amigos y familiares, o con el mismo sueño. Y es que hemos de jugar más con ellos: montar algún campeonato en casa de PC-fútbol. Con sus amigos, con sus primos. Que no se aíslen, de nuevo, que hablen, que nos cuenten cosas.

C) Ordenador e Internet. Hay que distinguir de entrada. Con el ordenador también se puede jugar a infinitos juegos. Por tanto hay que aplicar de nuevo las consideraciones del apartado anterior. Pero el ordenador se conecta a Internet. El capítulo de Internet exige que repitamos algo parecido a los anteriores apartados: es omnipresente: está en los cibercafés, en las bibliotecas, en la escuela, en casa de los amigos. Ellos saben que pueden acceder a los contenidos inacabables de la Red desde muchos lugares. Hay que hacerles saber qué supone este mundo. En casa podemos tener un filtro para evitar en el hogar lo peor de Internet. Pero en la calle eso no sucede. Debemos acercarnos a ellos y saber qué les gusta: si les interesa bajar música en MP3, o chatear.

Es muy posible que lo que les guste sea conectarse al Messenger y hablar con sus amigos, o enviar mensajes por correo electrónico, o quizá entrar en páginas deportivas. Las posibilidades son inacabables y en ese sentido las hay muy negativas. Las hemos de conocer: conocer los gustos de nuestros hijos en la Red. Quizá en casa no busquen pornografía pero pueden hacerlo por ahí. No es improbable que les guste hacer de hacker y entrar, saltándose las barreras, en sitios cerrados o piratear programas...El mismo chat tiene sus riesgos si quien está detrás es un desaprensivo. Las mismas letras de la música de MP3 pueden ser un tanto destructivas. Luego existe lo que se denomina el juego on line. Es decir: en vez de jugar contra la máquina, juegas contra otros chicos del resto del mundo dentro de Internet cada uno con sus personaje virtual en la pantalla. Estos juegos son muy atractivos y enganchan si no estamos al tanto.
De hecho se han utilizado unos cuanto términos que quizá resulten algo desconocidos: habrá que hacer un esfuerzo e informarse. Los primeros informadores son nuestros hijos: ¡Hay que escucharles! Para que nosotros les asesoremos ellos nos tienen que explicar primero. Compartir y explicar, seleccionar y construir un horario: pactar unas horas y unos contenidos. Y seguirles la pista desde la primera entrada (quizá 11 años). La realidad es que si queremos ponernos al día cuando tengan 17, quizá ya no nos cuenten nada. Hay que generar un clima de confianza cuánto antes mejor: tele, videojuego, Internet. Y el uso del ordenador, ¡siempre en un espacio compartido...!

D) Móvil. Lo primero que hay que pensar es hasta qué punto es imprescindible el móvil o si es una moda. El móvil es muy útil si queremos tener localizados a los hijos en casos excepcionales cuando hacen una salida a un lugar más o menos apartado. Pero cada día llevarlo al colegio es un exceso. El móvil se ha convertido en un juguete: hace fotos y las envía, graba voces o tonadillas y las convierte en timbre de llamada, admite cambios en la pantallas en forma de nuevos logos, también tiene juegos de pantallas muy básicos, sirve para escuchar música y enviar los famosos mensajes de texto, SMS. Esos mensajes son una pasión: se los envían a todas horas y suponen un lenguaje críptico y un tanto alejado de la ortografía. Estos mensajes lo son todo menos la comunicación de temas serios. Hay que decir que el móvil mal usado puede llevar a conductas adictivas. Hay que usarlo cuando es preciso y retenerlo en casa para mejor ocasión si no es imprescindible. A los adolescentes les sirve para marcar su adscripción al grupo, sus símbolos de estatus. Habrá que ir con cuidado y lograr que desde pequeños nuestros hijos vivan la sobriedad y entiendan que para ser aceptados por tres o cuatro compañeros no vale la pena gastarse los 300 euros que valen estos artilugios que no paran de ofrecer nuevas prestaciones.

E) Walkman. Hoy impera el discman que lee CDs . Los adolescentes corren el riesgo de aislarse de un modo total con los cascos del walkman, del discman. La música puede provenir de la compra o del pirateo. Si es del pirateo eso supone muchas horas de copiar CDs o de bajar música, canciones, albumes, en MP3 de la Red. Se dice que escuchar música con cascos supone un autismo social que nos sólo carga el cerebro de decibelios sino que exige pasar muchas horas ante las pantallas mencionadas con anterioridad. Viendo video-clips (a menudo de la MTV), y sobre todo en el ordenador, en Internet. Y uno de los riesgos ante esta música prácticamente gratis es lo que se conoce como el acopio compulsivo de información. Es decir: el adolescente, ciertamente codicioso, que acumula más música de la que puede o tiene tiempo de escuchar.

Conclusión. La conclusión es que hemos de empezar a relacionarnos con nuestros hijos para que nos sean unos aburridos consumidores de todo lo que cae en sus manos. La solución es lograr que sean austeros y eso pasa por que tengan aficiones, intereses, y un tiempo libre muy motivador y pautado sin espectaculares vacíos (a partir de los 16 años pueden trabajar en diciembre, enero o julio): los juegos de siempre, deporte, aficiones, lectura, salidas, naturaleza, cultura. Y por supuesto los valores precisos para contar con las habilidades sociales que les ayuden a mejorar en esas actividades.

Luego llegará el uso de las nuevas tecnologías que para ellos sólo es ocio. Ahí habrá que pautar selección de contenidos, horario, modo de uso, lugar de uso, turnos. No se puede dejar nada al azar: estos tiempos van muy acelerados y los padres avisados deben no perder el ritmo si no quieren que sus hijos sean atrapados por la (astuta y nada paternal) industria del ocio.