El camino del matrimonio: no te olvides del amor

Transportémonos a un museo de arte y detengámonos por unos instantes frente a una pintura abstracta. A través de ella podemos vislumbrar colores, formas, figuras, pero también podemos meternos en ella y tratar de pensar qué es lo que quiso transmitir el pintor. Dicha tarea no es fácil, pero es apasionante. Toda obra tiene un sentido para el pintor, no son simples pinceladas hechas al azar como muchos sostienen.

Ahora bien, al enfrentarnos al concepto del amor, podemos entrar con gran facilidad en una “Torre de Babel”, por los múltiples y variados significados, hasta a veces contrapuestos que se le dan en la actualidad. Éste es uno de los términos que más se utiliza, pero a la vez, uno de los que se abusa con más frecuencia, por tanto, tendremos que desenmarañarlo, llegar a entender, a develar lo que éste significa en su totalidad. Esto es fundamental, a la hora de preguntarnos ¿estoy enamorada/o?, al tomar la decisión de ponerse de novia/o, contraer matrimonio, etc.

Para adentrarnos en este tema tan apasionante, trasladémonos ahora a un cerro. A medida que lo escalemos iremos esclareciendo lo que significa el amor romántico, el amor de donación y llegaremos a la cumbre, donde nos encontraremos con el amor conyugal. Esto es un trabajo arduo, y por tanto, es recomendable para personas audaces, valientes y que quieran de verdad luchar contra corriente y consigo mismos.

Es la hora de emprender el viaje, y por tanto, es aconsejable luchar contra las dificultades que van a venir sin lugar a dudas; pero a no desanimarse ya que VALE LA PENA, si se quiere construir un matrimonio sólido.

Como indicamos el primer camino a recorrer es el amor romántico. Éste comprende el conocido enamoramiento. Según Tomás Melendo y Lourdes Millán Puelles (2002, pág 29) es “un amor sentimental, un amor estético y afectivo o de simpatía: de atracción física unida a un interés por la persona concreta de distinto sexo cuyas maravillas se comienzan a vislumbrar, y que, cuando resulta correspondido, despierta en los implicados un afán casi irresistible de verse y hablarse de nuevo, de saber más del otro, de relacionarse”. También expresan que “vivimos más en el otro que en nosotros mismos: es él quien otorga su entero significado a todo aquello con lo que nos relacionamos”. (o.c, 2002, pág.29)

El estar enamorado se caracteriza por estar “flotando en las nubes”, tener la sensación de tocar el techo y saltar de júbilo, por no ver la hora de encontrarse, a su vez, por parecer como si los minutos pasaran muy lentos cuando no se está con el/ella y por el contrario vuelan, cuando se están juntos. Todo esto surge de manera espontánea, nadie decide o se propone estar enamorado de una persona y por tanto, no exige esfuerzo de nuestra parte. Como expresa Hervada (1975, pág. 37): “el amante aparece como sujeto pasivo; el amor es algo que nace en él y no producido por él”. Por esta razón, es muy común sentir frases como esta: “el amor es más fuerte que yo”. Éste afecto inicial es limitado ya que reside en las emociones, en el sentimiento, que por naturaleza es instantáneo y cambiable, y por ello, esto es incapaz para adquirir compromisos y ser fieles a ellos.

De acuerdo a ello, este amor ha de madurar y desarrollarse. El aspecto negativo de este tipo de amor al cual no podemos dejar a un lado, es el de idealizar a la persona a quien se ama, el no ver más que sus cualidades positivas, e incluso magnificarlas, y por esta razón, no amamos tal cual es en verdad la persona, sino sólo un espejismo de la misma. Esto acarrea un desengaño si no se trata de perseguir el camino de querer al otro por lo que realmente es, por lo que tiene de único e irrepetible y no por las cualidades que tiene, como ser su aspecto físico, que en última instancia esto puede ser común a otras personas.

El segundo mojón, que nos encontramos en el camino que estamos recorriendo es el llamado amor de donación, el cual se caracteriza por establecer sus orígenes en el amor romántico, pero tiene otro género. Nace con vocación de una inclinación a la entrega de nuestro propio yo personal para siempre desde lo más profundo del ser, es decir, que nos descentramos de nosotros mismos para querer al otro no ya sólo desde la sensibilidad y las emociones, sino también, a través del entendimiento y la voluntad. También pesan más las cualidades personales, es decir, el quién eres, lo que eres o cómo eres. Las virtudes físicas o espirituales, según Tomás Melendo (2001 en o.c. 2002, pág. 36), “dejan de ser comunes o similares a las de otros individuos … y se atenúa casi hasta el infinito la posibilidad -¡la tentación!- de sentirnos atraídos por atributos semejantes de personas diversas: sencillamente porque al enraizarlos hasta la hondura de la condición personal, los de quien amamos se han trocado inesquivablemente únicos, sin parangón, y nada parecido podríamos encontrar”.

Y ahora nos preguntarnos, ¿cuál es el signo de que estamos frente a una auténtica entrega? No se requiere más que una palabra para contestar, FELICIDAD. Un noviazgo, un matrimonio es más feliz cuanto más grande sea la entrega mutua y esto requiere bajar de la escena al egoísmo, al individualismo, etc. y dejar que pase a ser el actor principal de la obra, la entrega, el desvivirse por el otro.

Después de recorrer un largo trecho, hemos llegado a la meta. Aquí nos encontramos con el amor conyugal. Tomás Melendo y Lourdes Millán-Puelles (o.c. 2002, pág 39) señalan que “es la elección consciente, libremente asumida, de entregarse por completo al otro, aceptándolo y queriéndolo tal como es, con objeto de formar una familia”. De esta manera el matrimonio se construye sobre roca, y no sobre arena. Por otra parte Hervada (o.c. 1975, pág. 30-31)) indica que: “el amor conyugal propiamente dicho no es –en su núcleo esencial- sentimiento afectuoso, ni instinto, ni enamoramiento; es voluntad de y en tendencia a la unión que impele y ordena a las distintas potencias del ser humano hacia ella, hacia la unión, según las exigencias de justicia y de ley natural que son inherentes a esa unión”.

El acto conyugal, no es un juego, sino una manifestación muy profunda de unión, de quienes se han entregado para siempre por medio del compromiso. Dicho amor conyugal, podrán alcanzarlo si hay un don de sí: fiel, perpetuo y profundo, como mencionan los autores recientemente citados. Ahora bien, no hay que pasar de largo que el acto conyugal para que sea auténtico tiene que ser fruto de la entrega y por tanto, una persona no puede ser usada, cosificada. Un síntoma claro de dicha cosificación, es el hastío, la soledad, la melancolía, la tristeza, el sentirse un vacío en su vida, etc. Por dicha razón, es importante tener presente que no se puede jugar con fuego.

Todo este recorrido que hicimos, puede servirnos como brújula para no perder el Norte, el cual es fundamental para ser feliz. Esto no es poca cosa, ya que es difícil encontrarse a alguien en la vida que decida no serlo. A su vez, como todo camino a recorrer uno puede desviarse por múltiples razones, pero lo más fantástico, es que siempre se pueda volver a empezar.


Por: Florencia Beltrán

Melendo, Tomás (2001): “Las dimensiones de la persona”. Palabra. Madrid.
Melendo, Tomás y Millán-Puelles, Lourdes (2002): “Asegurar el amor”. Rialp. Madrid.
Hervada (1975): “Diálogos sobre el Amor y el Matrimonio” EUNSA Pamplona.