Existe un dicho que afirma que "los hijos son la alegría del hogar". Y, sin embargo, todos los que tienen hijos pequeños -y no tan pequeños- han experimentado la tensión continua que supone el
esfuerzo por educar bien a los hijos.

Puede que estemos tan centrados en ayudarles a portarse correctamente, a adquirir buenos hábitos que nos olvidemos que también necesitan bromear y reír.., a carcajada limpia.

Efectivamente, nuestros hijos necesitan autoridad y disciplina, pero la infancia también necesita un tiempo para reírse. Casi puede decirse que nuestros hijos se encuentran en la edad de la risa: fácil,
espontánea, continua, por naderías... feliz.

Se encuentran en el período sensitivo para hacer del buen humor una forma de ser, una postura ante la vida. Fomentárselo les ayudará a contar con recursos para superar problemas y disgustos.

Nuestros hijos han de ser capaces de enfrentarse a las dificultades de la vida, pero también han de ser capaces de recordar su infancia como una época feliz, unos años de risas continuas (junto a nuestra
exigencia, que también es igual de necesaria). Y, para ello, hay que aprender a reírse en familia.

Hogares poco risueños

Los hijos necesitan un ambiente en el que, habitualmente, se esté de buen humor. Y, cuando no es así, ese hogar va cayendo poco a poco en un sopor parecido a la tristeza, que nunca es productiva ni
libera en nada de los problemas.

Probablemente, no existan ya las severas familias decimonónicas que aparecen en las novelas de Charles Dickens, en las que las risas estaban prohibidas y se consideraban como algo casi profano.

Sin embargo, sí podremos reconocernos más en aquellos padres que llegan cansados de trabajar y que lo único que les apetece es ver el partido de la televisión, leer el periódico o limpiar la pipa.

O aquellos padres, quizá ya por encima de la cuarentena, que piensan que lo de jugar y reír son los hijos ya ha pasado para ellos. O aquellos padres, buenos, tranquilos, nada gruñones... pero serios
habitualmente que no suelen sonreír.

Divertirse

Pero para ganarse el afecto de los hijos es necesario que nosotros colguemos los problemas en el perchero, al entrar a casa.

Y lo mismo que nos proponemos besar a nuestra mujer o marido al llegar, también nos decidamos a sonreír.

Estar de buen humor no cuesta tanto y, además, es mucho más gratificante. Hay que esforzarse por sonreír, aunque a veces se haga difícil. Así acabará por enraizarse en el carácter un sólido sentido del
humor.

En definitiva, los hijos aman a aquellos que tienen tiempo no sólo para enseñarles, sino para divertirse con ellos. Por lo tanto, podemos buscar las mil y una ocasiones que presta la vida normal para convertirlas en carcajadas, es decir, para reírnos con nuestros
hijos.

Cómo reir

Cuando nuestros hijos eran más pequeños, incluso ya de bebés, nosotros les enseñamos a reír al hacerles caricias, cosquillas, masajes y cucamonas... Pues nosotros somos los mismos y ellos también, y quizá ahora, con ocho o diez años, les sigan haciendo gracia esa mueca vuestra especial (cada uno tiene la suya), o
veros despeinados.

Es el momento de continuar riéndose en familia, con más frecuencia y con las más simples "tonterías": ante las preguntas impertinentes o ingenuas de los pequeños, ante el desastroso resultado de un pastel casero preparado por ellos, en los viajes jugando a "el novio de Martita se parecerá al hombre que conduce el próximo coche"... Ver a sus padres riendo habitualmente -y serios y preocupados cuando haga falta, aunque sin perder la serenidad- les ayudará a adquirir las bases de una personalidad segura.

Humoristas profesionales

Los hijos son unos excelentes humoristas y tienen siempre muchas ganas de reír. Podemos aprovecharnos de esta característica continuamente. Una situación tirante, puede solucionarse con un gesto del padre simulando la terquedad del hijo o una frase maliciosa
de la madre.

Muchas veces un rasgo de humor servirá para salvaguardar el tesoro de la autoridad al no tener que ejercerla. El humor sirve para relajar un ambiente tenso y pone aceite lubricante al engranaje de la
autoridad.

No pensemos que debemos ser muy ocurrentes y graciosos, o que nos pasemos todo el día contándonos chistes. Pero buscar, de vez en cuando, frases amables y divertidas, comparaciones precisas y oportunas, y hasta tratar de imitar sus actitudes, puede servirnos
para que ellos comprueben lo desfasado y hasta ridículo de muchos de sus comportamientos.

Por otro lado, tampoco puede acomplejarnos la realidad de nuestra carencia de dotes interpretativas y agudeza mental para contar chistes, o acertar con un gesto o frase. Actuamos ante un público predispuesto a favor.

Con confianza

El ambiente risueño es propicio a la confianza y a la confidencia. Quizá así podamos entrar en intimidades que de otra forma nos serían vedadas. Además, el humorismo nos permite siempre una salida airosa en nuestras reprimendas o castigos: el humor es un signo visible de cariño, que se trasluce en el deseo de
hacer llegar suavemente un mensaje.

Porque la alegría y el optimismo de nuestro hogar deben asentarse en el amor.

En resumen....

Siempre hay "momentos tontos" a lo largo del día (viajes, colas en la tienda) que puedes aprovechar para hacer reír los hijos, recordando anécdotas divertidas, contando algún chiste, diciendo alguna
frase ocurrente...

Sorprende a tus hijos con "locuras": actúa como Romeo y Julieta con tu mujer o marido, pon voces raras imitando a ciertos personajes o gasta alguna broma en la cena.

No hace falta gastarse dinero para divertirse; podeis pedir prestada una tienda de campaña o iros a acampar al monte; o pelearos con globos de agua en verano.

El humor y el optimismo son factores formidables para avivar la inteligencia. Propón a tus hijos que organicen ellos una salida familiar, o una tarde especial... pero estate también dispuesto a aguantar de todo con sonrisa y buen humor.

Puede ocurrir que los chistes que cuenten los hijos no te hagan gracia. Al menos, puedes intentar escucharlos y reírte para que poco a poco vayan aprendiendo a soltarse. Es un buen medio para que se acostumbren a hablar en público.

Hay que enseñarles a disfrutar de las cosas sencillas y cotidianas presentes en la vida. Hacer de un simple paseo dominical toda una aventura, disfrutar de la conversación o de una cena... Para todo ello, hay que pasarlo bien en familia.

También hay que dejarles claro que la vida no es sólo reírse a todas horas; hay situaciones (visitas, momentos de descanso) en las que hay que saber comportarse, lo mismo que hay conversaciones serias (por ejemplo, sobre los estudios).

Realiza, de vez en cuando, una "supernoche familiar": podéis juntaros en la sala de estar contando historias, chistes, comiendo palomitas... Será muy divertido. Los más atrevidos pueden, incluso, acabar durmiendo allí en colchones o en sacos de dormir.

Los hijos necesitan un ambiente en el que, habitualmente, se esté de buen humor. Y, cuando no es así, ese hogar va cayendo poco a poco en un sopor parecido a la tristeza, que nunca es productiva ni
libera en nada de los problemas.

Por: Ricardo Regidor
Fuente: Edufam.