Homilía del Papa Juan Pablo II en la Misa de Noche Buena 2002

1. "Dum medium silentium tenerent omnia... - Un silencio sereno lo envolvía todo, y, al mediar la noche su carrera, tu Palabra todopoderosa, Señor, vino desde el trono real de los cielos" (Ant. Magn. 26 diciembre).

En esta Noche Santa se cumple la antigua promesa: el tiempo de la espera ha terminado, y la Virgen da a luz al Mesías.

Jesús nace para la humanidad que va en busca de libertad y de paz; nace para todo hombre oprimido por el pecado, necesitado de salvación y sediento de esperanza.

Dios responde en esta noche al clamor incesante de los pueblos: ¡Ven, Señor, sálvanos!: su eterna Palabra de amor ha asumido nuestra carne mortal. "Sermo tuus, Domine, a regalibus sedibus venit". El Verbo ha entrado en el tiempo: ha nacido el Emmanuel, el Dios-con-nosotros.

En las catedrales y en las basílicas, así como en las iglesias más pequeñas y diseminadas por todos los lugares de la tierra, se eleva con emoción el canto de los cristianos: "Hoy nos ha nacido el Salvador" (Salmo resp.).

2. María "dio a la luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre" (Lc 2,7).

He aquí el icono de la Navidad: un recién nacido endeble, que las manos de una mujer envuelven con ropas pobres y acuestan en el pesebre.

¿Quién puede pensar que aquel pequeño ser humano es el "Hijo del Altísimo"? (Lc 1,32). Sólo ella, su Madre, conoce la verdad y guarda su misterio.

En esta noche también nosotros podemos 'pasar' a través de su mirada, para descubrir en este Niño el rostro humano de Dios. También para nosotros, hombres del tercer milenio, es posible encontrar a Cristo y contemplarlo con los ojos de María.

La noche de Navidad se convierte así en escuela de fe y vida.

3. En la segunda Lectura, proclamada antes, el apóstol Pablo nos ayuda a comprender el acontecimiento-Cristo, que celebramos en esta noche de luz. Él escribe: "Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres" (Tt 2,11).

La "gracia de Dios aparecida" en Jesús es su amor misericordioso, que dirige toda la historia de la salvación y la lleva a su cumplimiento definitivo. La revelación de Dios "en la humildad de nuestra carne" (Prefacio de Adviento I) anticipa en la tierra su "manifestación" gloriosa al final de los tiempos (cf. Tt 2,13).

No sólo eso. El acontecimiento histórico que estamos viviendo en el misterio es el "camino" que nos ofrece para llegar al encuentro con Cristo glorioso. En efecto, con su Encarnación, Jesús, -como observa el Apóstol- nos enseña a "renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, y a llevar desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos" (Tt 2,12-13).

¡Oh Navidad del Señor, que has inspirado a Santos de todos los tiempos! Pienso, entre otros, en san Bernardo y en sus elevaciones espirituales ante la escena conmovedora del belén; pienso en san Francisco de Asís, inventor inspirado de la primera animación "en vivo" del misterio de la Noche Santa; pienso en santa Teresa del Niño Jesús, que con su "pequeño camino" propuso el auténtico espíritu de la Navidad a la orgullosa conciencia moderna.

4. "Encontraréis un niño, envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2,12).

El Niño acostado en la pobreza de un pesebre: ésta es la señal de Dios. Pasan los siglos y los milenios, pero queda la señal, y vale también para nosotros, hombres y mujeres del tercer milenio. Es señal de esperanza para toda la familia humana: señal de paz para cuantos sufren a causa de todo tipo de conflictos; señal de liberación para los pobres y los oprimidos; señal de misericordia para quien se encuentra en el círculo vicioso del pecado; señal de amor y de consuelo para quien se siente solo y abandonado.

Señal pequeña y frágil, humilde y silenciosa, pero rica de la fuerza de Dios, que se hizo hombre por amor.

5. Señor Jesús, junto con los pastores
nosotros nos acercamos a tu pesebre
para contemplarte envuelto en pañales
y acostado en el pesebre.
Oh Niño de Belén,
te adoramos en silencio con María,
tu Madre siempre Virgen.
A ti la gloria y la alabanza por los siglos,
divino Salvador del mundo. Amén.