El Laico Católico testigo de la Fe en la Escuela

INTRODUCCIÓN

1. Los laicos católicos, hombres y mujeres, dedicados a la escuela elemental y media han ido cobrando con el paso del tiempo una importancia cada vez más relevante.(1) Importancia merecida, que se extiende tanto a la escuela en general como a la escuela católica en particular. De ellos, junto con los demás laicos, sean o no creyentes, depende fundamentalmente en la actualidad que la escuela pueda llevar a la práctica la realización de sus propósitos e iniciativas.(2) La función y la responsabilidad que de esta situación se desprende para todos los laicos católicos que ejercen, en cualquier escuela de los dichos niveles, trabajos de todo tipo como educadores, sean docentes, directivos, administrativos o auxiliares, ha sido reconocida por la Iglesia en el Concilio Vaticano II, específicamente en su Declaración sobre la Educación Cristiana, que nos invita a su vez a ulteriores reflexiones sobre su contenido. Lo cual no significa desconocer ni dejar de admirar las grandes realizaciones que en este campo llevan a cabo los cristianos de otras Iglesias y los no cristianos.

2. La razón de más peso de ese relieve adquirido por el laicado católico, relieve que la Iglesia contempla como positivo y enriquecedor, es teológica. La verdadera entidad del laico dentro del Pueblo de Dios ha ido esclareciéndose en la Iglesia sobre todo en el último siglo hasta desembocar en los dos documentos del Concilio Vaticano II, que establecen en profundidad toda la riqueza y peculiaridad de la vocación laical, la Constitución Dogmática sobre la Iglesia y el Decreto sobre el Apostolado de los Laicos.

3. A esa profundización teológica no han sido ajenas las situaciones sociales, económicas y políticas de los tiempos recientes. El nivel cultural, íntimamente ligado a los avances científicos y técnicos, se ha elevado progresivamente y exige en consecuencia una mayor preparación para el ejercicio de cualquier profesión. A ello se suma la conciencia cada vez más extendida del derecho de la persona a la educación integral, es decir la que responde a todas las exigencias de la persona humana. Estos dos avances de la humanidad han demandado y en parte obtenido un amplísimo desarrollo de la escuela en todo el mundo y un extraordinario aumento en el número de profesionales a ella consagrados y, consiguientemente, del laicado católico que trabaja en la misma.

Este proceso ha coincidido, además, con un considerable descenso del número de sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la enseñanza registrado en los últimos años, a causa de la escasez de vocaciones, la urgencia de atender a otras necesidades apostólicas y, en ocasiones, por el erróneo criterio de que la escuela no era un campo apropiado para la pastoral de la Iglesia.(3) Pero, dado el meritorio trabajo —sumamente apreciado por la Iglesia— que tradicionalmente vienen realizando numerosas familias religiosas en el campo de la enseñanza, la Iglesia no puede menos de lamentar esa disminución de personal que ha afectado a la escuela católica especialmente en algunos países, porque considera que la presencia de los religiosos y de los laicos católicos es necesaria para la integral educación de la niñez y de la juventud.

4. Este conjunto de hechos y causas impulsan a esta S. Congregación a ver en ello un verdadero «signo de los tiempos» para la escuela, a reflexionar especialmente sobre el laico católico como testigo de la fe en lugar tan privilegiado para la formación del hombre y, sin ánimo de exhaustividad, pero con verdadera ponderación de la trascendencia del tema, ofrecer una serie de consideraciones que, completando las ya hechas en el documento «La Escuela Católica», puedan ayudar a todos los interesados en esta cuestión y potenciar ulteriores y más profundos desarrollos de la misma.

I.
IDENTIDAD DEL LAICO CATÓLICO
EN LA ESCUELA

5. Es necesario, en primer lugar, tratar de perfilar la identidad del laico católico en la escuela, pues su manera de ser testigo de la fe en élla depende de su peculiar identidad en la Iglesia y en su campo de trabajo. Esta S. Congregación, al intentar contribuir a ello, desea prestar un servicio, tanto al laico católico que trabaja en la escuela y que debe tener muy claros los caracteres que conforman su propria vocación, como al Pueblo de Dios, que necesita tener la verdadera imagen de ese laico que forma parte de él y realiza con su trabajo una tarea trascendente para toda la Iglesia.

El laico en la Iglesia

6. Como todo cristiano el laico católico que trabaja en la escuela forma parte del Pueblo de Dios y, como miembro del mismo unido a Cristo por el bautismo, participa de la fundamental y común dignidad de todos los que a él pertenecen. Porque es común la dignidad «por su regeneración en Cristo, común la gracia de hijos, común la vocación a la perfección, una la salvación, una la esperanza y una la indivisa caridad».(4) Y aunque en la Iglesia «algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos doctores, dispensadores de los misterios y pastores para los demás, se da una verdadera igualdad entre todos en lo referente a la dignidad y a la acción común de todos los fieles para la edificación del Cuerpo de Cristo».(5)

Como todo cristiano, también el laico es partícipe «del oficio sacerdotal, profético y real de Cristo»(6) y su apostolado «es la participación en la misma misión salvífica de la Iglesia, apostolado al cual todos están llamados por el mismo Señor».(7)

7. Esta vocación a la santidad personal y al apostolado, común a todos los fieles, adquiere en muchos aspectos características propias que convierten la vida laical en una vocación específica «admirable» dentro de la Iglesia. «A los laicos pertenece por propia vocación buscar el Reino de Dios, tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales».(8) Viviendo en todas las actividades y profesiones del mundo y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, están llamados por Dios a cumplir en ella «su propio cometido, guiándose por el espíritu evangélico, de modo que, igual que la levadura, contribuyan desde dentro a la santificación del mundo y de este modo manifiesten a Cristo a los demás, brillando, ante todo, con el testimonio de su vida, de su fe, esperanza y caridad».(9)

8. La restauración y animación cristiana del orden temporal, que corresponde de manera específica a los laicos, comprende tanto el saneamiento de «las estructuras y los ambientes del mundo» (10) que puedan incitar al pecado, como la elevación de esas realidades a la mayor concordia posible con el Evangelio, «de suerte que el mundo se impregne del espíritu de Cristo y alcance más eficazmente su fin en la justicia, la caridad y la paz».(11) «Procuren, pues, seriamente, que por su competencia en los asuntos profanos y por su actividad elevada interiormente por la gracia de Cristo, los bienes creados se desarrollen al servicio de todos y cada uno de los hombres y se distribuyan mejor entre ellos».(12)

9. La evangelización del mundo entraña, con frecuencia, tal variedad y complejidad de circunstancias que sólo los laicos podrán ser testigos eficaces del Evangelio en situaciones concretas y ante muchos hombres. Por eso «están llamados, particularmente, a hacer presente y operante a la Iglesia en los lugares y condiciones donde ella no puede ser la sal de la tierra si no es a través de ellos».(13) Para esa presencia de la Iglesia toda y del Señor a quien ella proclama, los laicos tendrán también que estar preparados y dispuestos a anunciar con la palabra ese mensaje y dar razón del mismo.

10. La experiencia acumulada por los laicos, por su género de vida y su presencia en todos los campos de la actividad humana, los capacita de manera especial para contribuir, dentro de la comunidad que es la Iglesia, a señalar con acierto cuáles son los signos de los tiempos que caracterizan la época histórica que vive actualmente el Pueblo de Dios. Contribuyan, pues, con sus iniciativas, su creatividad y su trabajo competente y entusiasta en este campo, como cosa propia de su vocacion, para que todo el Pueblo de Dios pueda distinguir con más precisión los valores evangélicos y los contravalores que esos signos encierran.

El laico católico en la escuela

11. Los rasgos propios de la vocación de los laicos en la Iglesia, corresponden evidentemente también a aquellos que viven esa vocación en la escuela. El hecho de que los laicos realicen su vocación especifica en muy diversas áreas y estados de la vida humana, hace que su vocación común adquiera características peculiares según sean esas situaciones. Resulta, pues, imprescindible para comprender mejor la vocación del laico católico en la escuela, hacer algunas indicaciones sobre la misma.

La escuela

12. Si bien los padres son los primeros y obligados educadores de sus hijos (14) y su derecho-deber en esta tarea es «original y primaria respecto al deber educativo de los demás»,(15) la escuela tiene un valor y una importancia básica entre todos los medios de educación que ayudan y completan el ejercicio de este derecho y deber de la familia. Por tanto, en virtud de su misión, corresponde a la escuela cultivar con asiduo cuidado las facultades intelectuales, creativas y estéticas del hombre, desarrollar rectamente la capacidad de juicio, la voluntad y la afectividad, promover el sentido de los valores, favorecer las actitudes justas y los comportamientos adecuados, introducir en el patrimonio cultural conquistado por las generaciones anteriores, preparar para la vida profesional y fomentar el trato amistoso entre los alumnos de diversa fndole y condición, induciéndolos a comprenderse mutuamente.(16) También por estos motivos entra la escuela en la misión propia de la Iglesia.

13. La escuela ejerce una función social insustituíble, pues hasta hoy se ha revelado como la respuesta institucional más importante de la sociedad al derecho de todo hombre a la educación, y por tanto a la realización de sí mismo, y como uno de los factores más decisivos para la estructuración y la vida de la misma sociedad. La importancia creciente del entorno y de las instrumentos de comunicación social, con sus contradictorias y a veces nocivas influencias, la extensión continua del ámbito cultural, la cada vez más compleja y necesaria preparación para la vida profesional, de día en día más diversificada y especializada, y la consiguiente incapacidad progresiva de la familia para afrontar por sí sola todos esos graves problemas y exigencias, hace cada vez más necesaria la escuela.

14. A causa de la importancia de la escuela en orden a la educación del hombre, es el mismo educando y, cuando él no esté capacitado todavía para ello, sus padres —a quienes incumbe en primer lugar el derecho de educar a sus hijos(17)— los que tienen el derecho de elegir el modo de esa formación y, por lo tanto, la clase de escuela que prefieren.(18) Aparece así con claridad que no es admisibile, en principio, el monopolio de la escuela por parte del Estado,(19) y que el pluralismo de escuelas hace posible el respeto al ejercicio de un derecho fundamental del hombre y a su libertad, aunque ese ejercicio esié condicionado por múltiples circunstancias según la realidad de cada país. En esa pluralidad de escuelas, la Iglesia presta su contribución específica y enriquecedora con la escuela católica.

Ahora bien, el laico católico desempeña una función evangelizadora en las diversas escuelas, y no sólo la escuela católica, dentro de las posibilidades que los diversos contextos sociopolfticos existentes en el mundo actual le permiten.

El laico católico como educador

15. El mismo Concilio Vaticano II pondera de manera especial la vocación del educador, que es tan propia de los laicos (20) como de aquellos que asumen otras formas de vida en la Iglesia.

Siendo educador aquel que contribuye a la formación integral del hombre, merecen especialmente tal consideración en la escuela por su número y por la finalidad misma de la institución escolar, los profesores que han hecho de semejante tarea su propria profesión. A ellos hay que asociar a todos los que participan en distinto grado, en dicha formación, bien sea de manera eminente en cargos directivos, bien como consejeros, tutores o coordinadores, completando el trabajo educativo del profesor, bien en puestos administrativos y en otros servicios. El análisis de la figura del laico católico como educador, centrado en su función de profesor, puede servir a todos los demás, según sus diversas actividades, como elemento de profunda reflexión personal.

16. Efectivamente no se habla aquí del profesor como de un profesional que se limita a comunicar de forma sistemática en la escuela una serie de conocimientos, sino del educador, del formador de hombres. Su tarea rebasa ampliamente la del simple docente, pero no la excluye. Por esto requiere, como ella y más que ella, una adecuada preparación profesional. Ésta es el cimiento humano indispensable sin el cual sería ilusorio intentar cualquier labor educativa.

Pero además la profesionalidad de todo educador tiene una característica específica que adquiere su significación más profunda en el caso del educador católico: la comunicación de la verdad. En efecto para el educador católico cualquier verdad será siempre una participación de la Verdad, y la comunicación de la verdad como realización de su vida profesional se convierte en un rasgo fundamental de su participación peculiar en el oficio profético de Cristo, que prolonga con su magisterio.

17. La formación integral del hombre como finalidad de la educación, incluye el desarrollo de todas las facultades humanas del educando, su preparación para la vida profesional, la formación de su sentido ético y social, su apertura a la trascendencia y su educación religiosa. Toda escuela, y todo educador en ella, debe procurar «formar personalidades fuertes y responsables, capaces de hacer opciones libres y justas», preparando asf a los jóvenes «para abrirse progresivamente a la realidad y formarse una determinada concepción de la vida».(21)

18. Toda educación está, pues, guiada por una determinada concepción del hombre. Dentro del mundo pluralista de hoy, el educador católico está llamado a guiarse conscientemente en su tarea por la concepción cristiana del hombre en comunión con el magisterio de la Iglesia. Concepción que, incluyendo la defensa de los derechos humanos, coloca al hombre en la más alta dignidad, la de hijo de Dios; en la más plena libertad, liberado por Cristo del pecado mismo; en el más alto destino, la posesión definitiva y total del mismo Dios por el amor. Lo sitúa en la más estrecha relación de solidaridad con los demás hombres por el amor fraterno y la comunidad eclesial; lo impulsa al más alto desarrollo de todo lo humano, porque ha sido constituido señor del mundo por su propio Creador; le da, en fin, como modelo y meta a Cristo, Hijo de Dios encarnado, perfecto Hombre, cuya imitación constituye para el hombre fuente inagotable de superación personal y colectiva. De esta forma, el educador católico puede estar seguro de que hace al hombre más hombre.(22) Corresponderá, sobre todo, al educador laico comunicar existencialmente a sus alumnos que el hombre inmerso cotidianamente en lo terreno, el que vive la vida secular y constituye la inmensa mayoría de la familia humana, está en posesión de tan excelsa dignidad.

19. Todo educador católico tiene en su vocación un trabajo de continua proyección social, ya que forma al hombre para su inserción en la sociedad, preparándolo a asumir un compromiso social ordenado a mejorar sus estructuras conformándolas con los principios evangélicos, y para hacer de la convivencia entre los hombres una relación pacifica, fraterna y comunitaria. Nuestro mundo de hoy con sus tremendos problemas de hambre, analfabetismo y explotación del hombre, de agudos contrastes en el nivel de vida de personas y países, de agresividad y violencia, de creciente expansión de la droga, legalización del aborto y, en muchos aspectos, minusvaloración de la vida humana, exige que el educador católico desarrolle en sf mismo y cultive en sus alumnos una exquisita sensibilidad social y una profunda responsabilidad civil y polftica. El educador católico está comprometido, en último término, en la tarea de formar hombres que hagan realidad la «civilización del amor».(23)

Al mismo tiempo, el educador laico está llamado a aportar a esa proyeccion y sensibilidad sociales su propia vivencia y experiencia, en orden a que esa inserción del educando en la sociedad pueda alcanzar mejor la fisonomfa específicamente laical que la casi totalidad de los educandos están llamados a vivir.

20. La formación integral del hombre tiene en la Escuela su medio especifico: la comunicación de la cultura. Para el educador católico tiene especial importancia considerar la profunda relación que hay entre la cultura y la Iglesia. Pues ésta, no sólo influye en la cultura y es, a su vez, condicionada por ella, sino que la asume, en todo aquello que es compatible con la Revelación, y le es necesaria para proclamar el mensaje de Cristo, expresándolo adecuadamente según los caracteres culturales de cada pueblo y cada época. En la relación entre la vida de la Iglesia y la cultura se manifiesta con luminosidad peculiar la unidad existente entre creación y redención.

Por eso mismo, la comunicación de la cultura, para merecer la calificación de educativa, además de ser orgánica tiene que ser crítica y valorativa, histórica y dinámica. La fe proporciona al educador católico algunas premisas esenciales para realizar esa crítica y esa valoración, y le hace ver el quehacer histórico del hombre como una historia de salvación llamada a desembocar en la plenitud del Reino, que sitúa constantemente a la cultura en una linea creadora de perfeccionamiento y de futuro.

También en la comunicación de la cultura es el educador laico, como autor y partícipe de los aspectos más seculares de la misma, quien, desde su perspectiva de laico, tiene la misión de hacer comprender al educando el carácter global propio de la cultura, la síntesis que en ella alcanzan los aspectos laicales y religiosos y la aportación personal que le corresponde ofrecer desde su estado de vida.

21. La comunicación educativa de la cultura en la escuela se realiza a través de una metodología, cuyos principios y aplicaciones se recogen en la sana pedagogía. Dentro de los diversos enfoques pedagógicos debe ser aspiración del educador católico, en virtud de la misma concepción cristiana del hombre, la práctica de una pedagogía que conceda especial relieve al contacto directo y personal con el alumno. Ese contacto, realizado por parte del educador con la convicción del fundamental papel activo que el alumno tiene en su propia educación, ha de conducir a una relación de diálogo que dejará el camino expedito al testimonio de fe que debe constituir la propia vida.

22. Todo este trabajo del educador católico en la escuela, tiene lugar en una estructura, la comunidad educativa, que es el conjunto de estamentos —alumnos, padres, profesores, entidad promotora y personal no docente— relacionados entre sí, que caracterizan a la escuela como institución de formación integral. La concepción de la escuela como tal comunidad, aunque no se agote en ella, y la conciencia generalizada de esta realidad es uno de los avances más enriquecedores de la institución escolar de nuestro tiempo. El educador católico ejerce su profesión como parte de un estamento fundamental de esa comunidad. Ello le brinda, precisamente a través de su estructura profesional, la posibilidad de vivir personalmente y hacer vivir a sus alumnos la dimensión comunitaria de la persona, a la que está llamado todo hombre, como ser social, y como miembro del Pueblo de Dios.

La comunidad educativa de la escuela es así, a su vez, escuela de pertenencia a comunidades sociales más amplias, y cuando esa comunidad educativa llega al mismo tiempo a ser cristiana, como está llamada a ser en último término la comunidad de la escuela católica, dicha comunidad es el espacio donde el educador tiene la gran oportunidad de enseñar a vivir experimentalmente al educando lo que significa ser miembro de la gran comunidad que es la Iglesia.

23. La estructura comunitaria que es la escuela, pone al educador católico en contacto con un número especialmente amplio y rico de personas; no sólo los alumnos, que son la razón misma de la existencia de la escuela y de su propia profesión, sino sus propios compañeros en la tarea educativa, los padres de los alumnos, el resto del personal de la escuela, la entidad promotora. Con todos ellos, con los organismos escolares y culturales con los que se relaciona la escuela, con la Iglesia local y parroquial, y con el entorno humano en que aquella está enclavada y en el que de diversas maneras ha de proyectarse, está llamado el educador católico a desarrollar un trabajo de animación espiritual, que puede abarcar diferentes formas de evangelización.

24. Como resumen puede decirse que el educador laico católico es aquel que ejercita su ministerio en la Iglesia viviendo desde la fe su vocación secular en la estructura comunitaria de la escuela, con la mayor calidad profesional posible y con una proyección apostólica de esa fe en la formación integral del hombre, en la comunicación de la cultura, en la práctica de una pedagogía de contacto directo y personal con el alumno y en la animación espiritual de la comunidad educativa a la que pertenece y de aquellos estamentos y personas con los que la comunidad educativa se relaciona. A él, como miembro de esa comunidad, confían la familia y la Iglesia la tarea educativa en la escuela. El educador laico debe estar profundamente convencido de que entra a participar en la misión santificadora y educadora de la Iglesia, y, por lo mismo, no puede considerarse al margen del conjunto eclesial.

II.
COMO VIVIR LA PROPIA IDENTIDAD

25 El trabajo es la vocación del hombre y una de las características que lo distinguen del resto de las criaturas,(24) pero es evidente que no basta tener una identidad vocacional, que afecta al ser personal entero, si esa identidad no se vive. Más concretamente, si el hombre con su trabajo debe contribuir «sobre todo a la incesante elevación cultural y moral de la sociedad» (25) el educador que no realice su tarea educativa deja, por ello mismo, de ser educador. Y si la realiza sin que en esa tarea deje huella alguna su condición de católico, tampoco podrá definirse como tal. Esa puesta en práctica de la identidad tiene algunos rasgos comunes, esenciales, que no podrán estar ausentes en ningún caso, cualquiera que sea la escuela en la que el educador laico viva su vocación; pero habrá otros que necesitarán una adaptación específica a las diversas clases de escuelas, según la naturaleza de éstas.

Rasgos comunes de una identidad vivida

Realismo esperanzado

26. La identidad del educador laico católico reviste necesariamente los caracteres de un ideal ante cuya consecución se interponen innumerables obstáculos. Éstos provienen de las propias circunstancias personales y de las deficiencias de la escuela y de la sociedad, que repercuten de manera especial en la niñez y en la juventud. Las crisis de identidad, la ausencia de fe en las estructuras sociales, la consiguiente inseguridad y falta de convicciones personales, el contagio de la progresiva secularización del mundo, la pérdida del sentido de la autoridad y del debido uso de la libertad no son más que algunas de las múltiples dificultades que los adolescentes y jóvenes de nuestro tiempo presentan, más o menos, según las diversas culturas y los diferentes países, al educador católico, que, además, en su condición de laico se ve afectado por las crisis de la familia y del mundo del trabajo.

Las dificultades existentes han de ser admitidas con sincero realismo y al mismo tiempo tienen que ser vistas y afrontadas con el sano optimismo y el denodado esfuerzo que reclaman de todos los creyentes la esperanza cristiana y la participación en el misterio de la Cruz. Pues el primero e indispensable fundamento para intentar vivir la identidad del educador laico católico es condividir plenamente y hacer propias las enseñanzas que sobre tal identidad la Iglesia, iluminada por la Revelación divina, ha expresado y procurar adquirir la necesaria fortaleza en la personal identificación con Cristo.

Profesionalidad. Concepción cristiana del hombre y de la vida

27. Si la profesionalidad es uno de los rasgos de identidad de todo laico católico, lo primero en que debe esforzarse el laico educador que quiere vivir su propia vocación eclesial, es en alcanzar una sólida formación profesional, que en este caso abarca un amplio abanico de competencias culturales, psicológicas y pedagógicas.(26) No basta, sin embargo, alcanzar un buen nivel inicial. Hay que mantenerlo y elevarlo, actualizándolo. Sería vivir de espaldas a la realidad ignorar las grandes dificultades que ésto implica para el educador laico que, con frecuencia no adecuadamente retribuido, tiene que ejercer a veces un pluriempleo casi incompatible con ese trabajo de perfeccionamiento profesional, tanto por el tiempo que demanda como por el cansacio que genera. Estas dificultades son por ahora insolubles en muchos países, especialmente en los menos desarrollados.

Saben, sin embargo los educadores, que la mala calidad de la enseñanza originada por la insuficiente preparación de las clases o el estancamiento en los métodos pedagógicos, redunda necesariamente en merma de esa formación integral del educando, a la que están llamados a colaborar, y del testimonio de vida que están obligados a ofrecer.

28. La tarea del educador católico está orientada a la formación integral de un hombre a quien se le abre el maravilloso horizonte de respuestas que sobre el sentido último del hombre mismo, de la vida humana, de la historia y del mundo ofrece la Revelación cristiana. Esas respuestas han de ser ofrecidas al educando desde la más profunda convicción de la fe del educador, pero con el más exquisito respeto de la conciencia del alumno. Es cierto que las diversas situaciones de éste en relación con la fe admiten muy diversos niveles de presentación de la vision cristiana de la existencia, que pueden ir desde las formas más elementales de evangelización hasta la comunión con la misma fe, pero, en cualquier caso, esa presentación deberá revestir siempre el carácter de un ofrecimiento, por apremiante y urgente que sea, y nunca el de una imposición.

Tal ofrecimiento no puede, por otra parte, hacerse fríamente y desde un punto de vista meramente teórico, sino como una realidad vital que merece la adhesión del ser entero del hombre para hacer de ella vida propia.

Síntesis entre fe cultura y vida

29. El logro de esta vasta tarea requiere la convergencia de diversos elementos educativos en cada uno de los cuales el educador católico laico tiene que comportarse como testigo de la fe. La comunicación orgánica, crítica y valorativa de la cultura (27) comporta, evidentemente, una trasmisión de verdades y saberes y en ese aspecto el educador católico debe estar continuamente atento a abrir el correspondiente diálogo entre cultura y fe —profundamente relacionadas entre sí-—, para propiciar a ese nivel la debida síntesis interior del educando. Síntesis que el educador deberá haber conseguido en sí mismo previamente.

30. Ahora bien, esa comunicación crítica comporta también por parte del educador la presentación de una serie de valores y contravalores, cuya consideración como tales depende de la propria concepción de la vida y del hombre. Pero el educador católico no puede contentarse con presentar positivamente y con valentía una serie de valores de carácter cristiano como simples y abstractos objetos de estima, sino como generadores de actitudes humanas, que procurará suscitar en los educandos; tales son: la libertad respetuosa con los demás, la responsabilidad consciente, la sincera y permanente búsqueda de la verdad, la crítica equilibrada y serena, la solidaridad y el servicio hacia todos los hombres, la sensibilidad hacia la justicia, la especial conciencia de ser llamados a ser agentes positivos de cambio en una sociedad en continua transformación.

Dado el ambiente general de secularización e increencia en el que el educador laico frecuentemente ejerce su misión, es importante que, superando una mentalidad meramente experimental y crítica, pueda abrir la conciencia de sus alumnos a la trascendencia y disponerlos así a acoger la verdad revelada.

31. A partir de tales actitudes el educador podrá ya subrayar con más facilidad lo positivo de unos comportamientos consecuentes con esas actitudes. Su máxima aspiración tiene que tender a que dichas actitudes y comportamientos lleguen a estar motivados y conformados por la fe interior del educando, alcanzando así su máxima riqueza y extendiéndose a realidades que, como la oración filial, la vida sacramental, la caridad fraterna y el seguimiento de Jesucristo, son patrimonio específico de los creyentes. La plena coherencia de saberes, valores, actitudes y comportamientos con la fe, desembocará en la síntesis personal entre la vida y la fe del educando. Por ello pocos católicos tan calificados como el educador, para conseguir el fin de la evangelización, que es la encarnación del mensaje cristiano en la vida del hombre.

Testimonio de la propia vida. Contacto directo y personal

32. Ante el alumno en formación cobra un relieve especial la preeminencia que la conducta tiene siempre sobre la palabra. Cuanto más viva el educador el modelo de hombre que presenta como ideal tanto más será éste creíble y asequible. Porque el alumno puede entonces contemplarlo no sólo como razonable, sino como vivido, cercano y realizado. Especialísima importancia alcanza aquí el testimonio de la fe del educador laico. En el podrá ver el alumno las actitudes y comportamientos cristianos que tantas veces brillan por su ausencia en el entorno secular en que vive, y que puede creer por ello mismo irrealizables en la vida. No se olvide que también en estos tiempos de crisis «que afectan sobre todo a las generaciones jóvenes», el factor más importante de la tarea educativa es «siempre el hombre, y su dignidad moral, que procede de la verdad de sus principios y la conformidad de sus acciones con estos principios».(28)

33. En este aspecto alcanza un peso específico lo dicho acerca del contacto directo y personal del educador con el alumno,(29) que es un medio privilegiado para ese testimonio de vida. Esa relación personal, que nunca puede ser un monólogo y debe estar presidida en el educador por la convicción de que constituye un mutuo enriquecimiento, exige al mismo tiempo del educador católico la permanente conciencia de su misión. El educador no puede olvidar la necesidad de compañía y guía que el alumno tiene en su crecimiento y la ayuda que precisa para superar sus dudas y desorientaciones. Tiene al mismo tiempo que dosificar con prudente realismo y adaptación en cada caso, la cercanía y la distancia. La cercanía, porque sin ella carecería de base la relación personal; la distancia, porque el educando debe ir afirmando su propria personalidad y hay que evitar la inhibición en el uso responsable de su libertad.

Conviene recordar en este punto que el uso responsable de esa libertad comprende la elección del proprio estado de vida y que no puede ser ajeno al educador católico respecto a sus alumnos creyentes, el tema de la vocación personal del educando dentro de la Iglesia. Aquí entran tanto el descubrimiento y cultivo de las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa, como la llamada a vivir un particular compromiso en los Institutos Seculares o en Movimientos Católicos de Apostolado, —tareas muchas veces abandonadas—, como la ayuda al discernimiento de la llamada al matrimonio o al celibato, incluso consagrado, dentro de la vida laical.

Por otra parte el contacto personal y directo no es sólo una metodología apropiada para que el educador vaya formando al educando, es la fuente misma en la que el educador bebe el necesario conocimiento que ha de poseer del alumno para formarlo. Ese conocimiento es hoy tanto más indispensable cuanto mayores han sido —en profundidad y frecuencia— los cambios generacionales en los últimos tiempos.

Aspectos comunitarios

34. A una con la afirmación de su personalidad, y como parte de ella, el alumno tiene que ser guiado por el educador católico hacia una actitud de apertura y sociabilidad para con los demás miembros de la comunidad educativa, de las otras comunidades de que forma parte y de la entera comunidad umana. Por otra parte, la pertenencia a la comunidad educativa y la influencia que a la escuela le toca ejercer y espera recibir de su entorno social, pide del educador laico católico una amplia comunicación y el debido trabajo en equipo con sus propios compañeros, la relación con los otros estamentos de dicha comunidad y la disponibilidad necesaria para colaborar en las diversas áreas que lleva consigo la participación en la tarea educativa común del centro escolar.

Siendo la familia «la primera y fundamental escuela de socialidad»,(30) el educador laico deberá, en especial, aceptar gustosamente y aún procurar, los debidos contactos con los padres de los alumnos. Estos contactos son necesarios, por otra parte, para que la tarea educativa de la familia y de la escuela se oriente conjuntamente en los aspectos concretos, para facilitar «el grave deber de los padres de comprometerse a fondo en una relación cordial y efectiva con los profesores y directores de las escuelas»,(31) y para satisfacer la necesidad de ayuda de muchas familias para poder educar convenientemente a sus proprios hijos y cumplir así la función «insustituible e inalienable» (32) que les corresponde.

35. Al mismo tiempo necesita también el educador prestar una constante atención al entorno sociocultural, económico y político de la escuela, tanto al más inmediato del barrio o zona donde la escuela se halla enclavada, como al contexto regional y nacional, que muchas veces, a través de los medios de comunicación social, ejercen tanta o mayor influencia que aquél. Sólo ese seguimiento de la realidad global inmediata, nacional e internacional le proporcionará los datos precisos para salir al paso de las necesidades actuales de formación de sus alumnos e intentar prepararlos para el mundo futuro que intuye.

36. Aunque es justo esperar que el educador laico católico dé, preferencialmente, su adhesión a las asociaciones profesionales católicas tampoco puede considerar como ajenas a su tarea educativa: su participación y colaboración en otros grupos y asociaciones profesionales o conectadas con la educación, su aportación, por módica que sea, al logro de una adecuada política educativa nacional y su posible actividad sindical en consonancia siempre con los derechos humanos y los principios cristianos sobre la educación.(33) Considere el educador laico cuán alejada puede estar a veces su vida profesional de los movimientos asociativos y las graves repercusiones que un indebido absentismo puede tener en cuestiones educativas importantes.

Es verdad que muchas de estas actividades no son retribuidas, y el realizarlas depende de la generosidad de quien participa en ellas. Hay que hacer, sin embargo, una llamada apremiante a esa generosidad cuando están en juego realidades de tanta trascendencia que no pueden ser ajenas al educador católico.

Una vocación más que una profesión

37. El educador laico realiza una tarea que encierra una insoslayable profesionalidad, pero no puede reducirse a ésta. Está enmarcada y asumida en su sobrenatural vocación cristiana. Debe, pues, vivirla efectivamente como una vocación en la que, por su misma naturaleza laical, tendrá que conjugar el desinterés y la generosidad con la legítima defensa de sus proprios derechos, pero vocación al fin con toda la plenitud de vida y de compromiso personal que dicha palabra encierra y que abre amplfsimas perspectivas para ser vivida con alegre entusiasmo.

Es, pues, altamente deseable que todo educador laico católico cobre la máxima conciencia de la importancia, riqueza y responsabilidad de semejante vocación y se esfuerce por responder a lo que ella exige, con la seguridad de que esa respuesta es capital para la construcción y constante renovación de la ciudad terrena y para la evangelización del mundo.

Rasgos específicos del laico católico en las diversas escuelas

En la escuela católica

38. Es nota distintiva de la escuela católica «crear en la comunidad escolar un ambiente animado por el espíritu evangélico de libertad y caridad, ayudar a los adolescentes a que, a la vez que en el desarrollo de la propia persona, crezcan según la nueva creatura que por el bautismo han sido hechos, y ordenar últimamente toda la cultura humana según el mensaje de la salvación, de manera que el conocimiento que gradualmente van adquiriendo del mundo, de la vida y del hombre, quede iluminado por la fe».(34) Es obvio por todo ello que la escuela católica «entra de lleno en la misión salvífica de la Iglesia y particularmente en la exigencia de la educación en la fe»,(35) incluye una adhesión sincera al Magisterio de la Iglesia, una presentación de Cristo como modelo supremo del hombre y un especial cuidado de la calidad de la enseñanza religiosa escolar.

Ante estos ideales y objetivos específicos que constituyen el proyecto educativo general de la escuela católica, el laico católico que trabaja en ella debe ser consciente de los mismos y de que la escuela católica es por este motivo el espacio escolar donde puede desarrollar su entera vocación con mayor libertad y profundidad y el modelo de su acción apostólica en cualquier escuela, según sus posibilidades. Todo lo cual debe llevarle a contribuir corresponsablemente en la consecución de tales ideales y objetivos, en actitud de plena y sincera adhesión a los mismos. Ello no implica, como es lógico, la ausencia de dificultades, entre las cuales cabe mencionar, por sus muchas consecuencias, la mayor heterogeneidad interna del alumnado y profesorado en las escuelas católicas de muchos países.

39. Dentro de los rasgos comunes a toda escuela católica existen diversas realizaciones posibles que, en la práctica, responden en muchas ocasiones al carisma especifico del Instituto religioso que la funda y promueve. Pero ya sea su origen una institución del clero secular, de religiosos, o de laicos, cada escuela católica puede tener sus propias características que se plasmarán en su proyecto educativo particular o en su pedagogía propia. En ese caso, el laico católico que trabaja en ella deberá buscar la comprensión de esas características y las razones de las mismas y procurar identificarse con ellas en grado suficiente para que los rasgos propios de la escuela se realicen a través de su trabajo personal.

40. Es importante que, de acuerdo con la fe que profesan y el testimonio de vida que están llamados a dar,(36) los laicos católicos que trabajan en esta escuela participen sencilla y activamente en la vida litúrgica y sacramental que en su ámbito se desarrolle. Los alumnos asimilarán así mejor, a través del ejemplo vivo, la importancia que esa vida tiene para los creyentes. Es sumamente positivo que, en una sociedad secularizada donde los alumnos ven a muchos laicos que se dicen católicos vivir habitualmente apartados de la liturgia y de los sacramentos, puedan contemplar la conducta de otros laicos adultos que toman seriamente esas realidades como fuente y alimento de su vivencia cristiana.

41. La comunidad educativa debe aspirar a constituirse en la escuela católica en comunidad cristiana, es decir, en verdadera comunidad de fe. Ello es irrealizable, ni siquiera inicialmente, sin el compromiso cristiano compartido, al menos por una parte de los principales estamentos —padres, profesores y alumnos— de la comunidad educativa. Es sumamente deseable que el laico católico y muy especialmente el educador, esté dispuesto a participar activamente en grupos de animación pastoral o cualesquiera núcleos válidos de fermento evangélico.

42. Frecuentan, a veces, las escuelas de la Iglesia alumnos que no profesan la fe católica o que, tal vez, carecen de toda creencia religiosa. Como respuesta voluntaria del hombre a Dios que se le revela, la fe no admite violencia. Por consiguiente, los educadores católicos, al proponer la doctrina en consonancia con sus propias convicciones religiosas y con la identidad de la escuela, tendrán sumo respeto para con la libertad de los alumnos no católicos. Estarán siempre abiertos al auténtico diálogo, convencidos de que el aprecio afectuoso y sincero para quienes honestamente buscan a Dios, representa, en tales circunstancias, el testimonio más acertado de su propia fe.(37)

43. La escuela católica, como comunidad educativa que tiene como aspiración última educar en la fe, será tanto más idónea para cumplir su cometido, cuanto más represente la riqueza de la comunidad eclesial. La presencia simultánea en ella de sacerdotes, religiosos o religiosas y laicos constituye para el alumno un reflejo vivo de esa riqueza que le facilita una mejor asimilación de la realidad de la Iglesia. Considere el laico católico que, desde este punto de vista, su presencia en la escuela católica, como la de los sacerdotes, religiosos o religiosas, es importante. Pues cada una de estas formas de vocación eclesial aporta al educando el ejemplo de una encarnación vital distinta: el laico católico, la entrañable vinculación de las realidades terrenas a Dios en Cristo, la profesionalidad secular como ordenación del mundo a Dios; el sacerdote, las múltiples fuentes de gracia que Cristo ha dejado en los sacramentos a todos los creyentes, la luz reveladora de la Palabra, el carácter de servicio que reviste la estructura jerárquica de la Iglesia; los, religiosos y religiosas, el espíritu renovador de las bienaventuranzas, la continua llamada al Reino como única realidad definitiva, el amor de Cristo y de los hombres en Cristo como opción total de la vida.

44. Las características propias de cada vocación deben hacer pensar a todas ellas en la gran conveniencia de la mutua presencia y complementación para asegurar el carácter de la escuela católica, y animar a todos a la búsqueda sincera de la unión y coordinación. Contribuyan asimismo los laicos con su actitud a la debida inserción de la escuela católica en la pastoral de conjunto de la Iglesia local, perspectiva que nunca debe descuidarse, y en los campos convergentes de la pastoral parroquial. Aporten también sus iniciativas y su experiencia para una mayor relación y colaboración de las escuelas católicas entre sí, con otras escuelas, especialmente aquellas que participan de un mismo pensamiento cristiano, y con la sociedad.

45. Piensen al mismo tiempo muy seriamente los laicos educadores católicos en la amenaza de empobrecimiento que puede suponer para la escuela católica la desaparición o disminución de sacerdotes, religiosos y religiosas en la misma, cosas ambas que deben evitarse en la medida de lo posible, y prepárense de forma adecuada para ser capaces de mantener por sí solos, cuando fuera necesario o conveniente, las escuelas católicas actuales o futuras. Pues el dinamismo histórico que rige la actualidad hace prever que, al menos durante un periodo de tiempo bastante cercano, la existencia de la escuela católica en algunos países de tradición católica dependerá fundamentalmente de los laicos, como ha dependido y depende, con gran fruto, en tantas Iglesias jóvenes. Semejante responsabilidad no puede desembocar en actitudes meramente pasivas de temor o lamentación, sino impulsar a acciones decididas y eficaces, que deberían ya empezar a preverse y planificarse con la ayuda de aquellos mismos Institutos Religiosos que ven disminuir sus posibilidades en un inmediato futuro.

46. A veces los Obispos, aprovechando la disponibilidad de laicos competentes y deseosos de dar un abierto testimonio cristiano en el campo educativo, les confían la gestión total de escuelas católicas, incorporándolos así a la misión: apostólica de la Iglesia.(38)

Dada la extensión siempre creciente del campo escolar la Iglesia necesita aprovechar todos los recursos disponibles para educar cristianamente a la juventud y, en consecuencia, incrementar la participación de educadores laicos católicos, lo cual no quita importancia a las escuelas dirigidas por las familias religiosas. El cualificado testimonio, tanto individual como comunitario, de los religiosos y religiosas en los propios centros de enseñanza, hacen en que éstos sean más necesarios que nunca en un mundo secularizado.

Los miembros de las Comunidades religiosas tienen pocos campos tan aptos como sus escuelas, para dar este testimonio. En estos centros los religiosos y religiosas pueden establecer un contacto inmediato y duradero con la juventud, en un contexto que espontáneamente reclama con frecuencia la verdad de la fe para iluminar las diversas dimensiones de la existencia. Este contacto tiene una especial importancia en una edad en la que las ideas y las experiencias dejan una huella permanente en la personalidad del alumno.

Sin embargo, la llamada que hace la Iglesia a los educadores laicos para incorporarlos a un apostolado activo escolar, no se limita a los propios centros, sino que se extiende a todo el vasto campo de la enseñanza, en la medida en que sea posible dar en él un testimonio cristiano.

En las Escuelas de proyectos educativos varios

47. Se toman aquí en consideración las escuelas, estatales o no, que estén guiadas por proyectos educativos distintos del de la Escuela Católica, siempre que esos proyectos no sean incompatibles con la concepción cristiana del hombre y de la vida. Estas escuelas, que son la mayoría de las existentes en el mundo, pueden estar orientadas en su proyecto educativo por una determinada concepción del hombre y de la vida o, más simple y estrechamente, por una determinada ideología,(39) o admitir, dentro de un marco de principios bastante generales, la coexistencia de diversas concepciones o ideologías entre los educadores. Se entiende dicha coexistencia como una pluralidad manifestada, ya que en tales escuelas cada educador imparte sus enseñanzas, expone sus criterios y presenta como positivos determinados valores en función de la concepción del hombre o de la ideología que comparte. No se habla aquí de la escuela neutra, porque en la práctica ésta no existe.

48. En nuestro mundo pluralista y secularizado, la presencia del laico católico es con frecuencia la única presencia de la Iglesia en dichas escuelas. En ellas se cumple lo expresado más arriba de que sólo a través del laico puede la Iglesia llegar a determinados lugares, ambientes o instituciones.(40) La clara conciencia de esta situación ayudará mucho al laico católico en la asunción de sus responsabilidades.

49. El educador laico católico deberá impartir sus materias desde la óptica de la fe cristiana, de acuerdo con las posibilidades de cada materia y con las circunstancias del alumno y de la escuela. De esta manera ayudará a los educandos a descubrir los auténticos valores humanos y, aunque con las limitaciones propias de una escuela que no pretende la educación en la fe y en la que muchos factores pueden ser contrarios a ella, contribuirá a iniciar en sus alumnos ese diálogo entre la cultura y la fe que puede llegar un día a la síntesis deseable entre ambas. Esta tarea puede ser especialmente fecunda para los alumnos católicos y constituirá una forma de evangelización para aquellos que no lo sean.

50. Semejante actitud de coherencia con su fe tiene que ir acompañada, en una escuela pluralista, de un marcado respeto hacia las convicciones y la tarea de los otros educadores, siempre que éstos no conculquen los derechos humanos del alumno. Dicho respeto debe aspirar a llegar a un diálogo constructivo, sobre todo con los hermanos cristianos separados y con todos los hombres de buena voluntad. Así aparecerá con major claridad que la fe cristiana apoya en la práctica la libertad religiosa y humana que defiende y que desemboca lógicamente en la sociedad en un amplio pluralismo.

51. La participación activa del laico católico en las actividades de su propio estamento, en las relaciones con los otros miembros de la comunidad educativa y en particular con los padres de los alumnos, es también de suma importancia para que los objetivos, programas y métodos educativos de la escuela en que trabaja se impregnen progresivamente del espíritu evangélico.

52. Por su seriedad profesional, por su apoyo a la verdad, a la justicia y a la libertad, por la apertura de miras y su habitual actitud de servicio, por su entrega personal a los alumnos y su fraterna solidaridad con todos, por su integra vida moral en todos los aspectos, el laico católico tiene que ser en esta clase de escuela el espejo viviente en donde todos y cada uno de los miembros de la comunidad educativa puedan ver reflejada la imagen del hombre evangélico.

En otras escuelas

53. Se consideran aquí, más en particular, aquellas otras escuelas establecidas en países de misión o descristianizados en la práctica, donde se acentúan de manera especial las funciones que el laico católico, por exigencia de su fe, tiene que desempeñar cuando es él la única o casi exclusiva presencia de la Iglesia, no sólo en la escuela, sino en el lugar en que está situada. En esas circunstancias él será con mucha frecuencia la única voz para hacer llegar a sus alumnos, a los miembros de la comunidad educativa y a todos los hombres con quienes se relaciona como educador y como persona, el mensaje evangélico.(41) Lo que se acaba de decir sobre la conciencia de la propia responsabilidad, el enfoque cristiano de la enseñanza y la educación, el respeto a las convicciones ajenas, el diálogo constructivo con otros cristianos y con los no creyentes, la participación activa en los diversos estamentos de la escuela y, muy especialmente, el testimonio de vida, cobra en este caso un relieve excepcional.

54. No se puede olvidar, finalmente, a aquellos laicos católicos que trabajan en escuelas de países donde la Iglesia es perseguida y donde la misma condición de católico constituye un veto para ejercer la función de educador. Laicos que tienen que ocultar su condición de creyentes para poder trabajar en una escuela de orientación atea. Su mera presencia, de por sí difícil, si se ajusta silenciosa pero vitalmente a la imagen del hombre evangélico, es ya un anuncio eficaz del mensaje de Cristo, que contrarrestará la perniciosa intención que persigue la educación atea en la escuela. El testimonio de vida y el trato personal con los alumnos puede, además, conducir, a pesar de todas las dificultades, a una evangelización más explícita. Para muchos jóvenes de esos países, el educador laico que, por causas humana y religiosamente dolorosas, se ve forzado a vivir su catolicismo en el anonimato, podrá ser tal vez, el único medio de llegar a conocer genuinamente el Evangelio y la Iglesia que son desfigurados y atacados en la escuela.

55. En cualquier tipo de escuelas, sobre todo en algunas regiones, el educador católico se encontrará no raras veces con alumnos que no son católicos. Deberá guardar hacia ellos una actitud no sólo respetuosa, sino acogedora y dialogante, motivada por un universal amor cristiano. Tenga presente, además, que la verdadera educación no se limita a impartir conocimientos sino que fomenta la dignidad y fraternidad humanas y prepara a abrise a la Verdad que es Cristo.

El educador católico como profesor de religión

56. La enseñanza de la religión es propia de la escuela en general, siempre que ésta aspire a la formación del hombre en sus dimensiones fundamentales, de las cuales no puede excluirse la religiosa. En realidad la enseñanza religiosa escolar es un derecho —con el correlativo deber— del alumno y de los padres de familia, y para la formación del hombre es, además, un instrumento importantísmo, al menos en el caso de la religión católica, para conseguir la adecuada síntesis entre fe y cultura, que tanto se ha encarecido. Por ello la enseñanza de la religión católica, distinta y al mismo tiempo complementaria de la catequesis propiamente dicha,(42) debería ser impartida en cualquier escuela.

57. La enseñanza religiosa escolar es también, como la catequesis, «una forma eminente de apostolado laical»,(43) y por ello y por el número de profesores que tal enseñanza exige en las dimensiones alcanzadas por la organización escolar en el mundo actual, corresponderá a los laicos impartirla en la mayoría de las ocasiones, sobre todo en los niveles básicos de enseñanza.

58. Tomen, pues, conciencia los educadores católicos laicos, según lugares y circunstancias, de la ingente tarea que se les brinda en este campo. Sin su generosa colaboración, la enseñanza religiosa escolar no podrá adecuarse a las necesidades existentes, como ya ocurre en algunos países. La Iglesia se encuentra en este aspecto, como en tantos otros, cada vez más necesitada de la acción de los laicos. Esta necesidad puede ser especialmente apremiante en las Iglesias jóvenes.

59. La función del profesor de religión resulta, ciertamente, incomparable por el hecho de que «se transmite no la propia doctrina o la de otro maestro, sino la enseñanza de Jesucristo».(44) Por consiguiente en la transmisión de la misma, y tomando en cuenta el auditorio al que se dirigen, los profesores de religión, al igual que los catequistas, «tendrán ... el buen criterio de recoger en el campo de la investigación teológica lo que pueda iluminar su propia reflexión y su enseñanza, acudiendo ... a las verdaderas fuentes, a la luz del Magisterio», del que dependen en el desempeño de su función, y «se abstendrán de turbar el espíritu de los niños y de los jóvenes ... con teorías extrañas».(45) Sigan con fidelidad las normas de los episcopados locales en lo concerniente a la propia formación teológica y pedagógica y a la programación de la materia y tengan especialmente en cuenta la gran importancia que el testimonio de vida y una espiritualidad intensamente vivida juegan en este campo.

III.
FORMACIÓN DEL LAICO CATÓLICO PARA SER
TESTIGO DE LA FE EN LA ESCUELA

60. La vivencia práctica de una vocación tan rica y tan profunda como la del laico católico en la escuela, requiere la correspondiente formación, tanto en el plano profesional como el religioso. Especialmente se requiere en el educador una personalidad espiritual madura que se exprese en una profunda vida cristiana. «Esta vocación —dice el Concilio Vaticano II refiriéndose a los educadores— exige ... una preparación diligentísima».(46) «Prepárense (los profesores) con especial cuidado de suerte que posean una ciencia, lo mismo profana que religiosa, garantizada con los debidos títulos, y se enriquezcan, a tono con los avances del progreso, en el arte de educar a la juventud».(47) Esta necesidad de formación suele acentuarse en el orden religioso y espiritual donde con frecuencia el laico católico no perfecciona su formación inicial en el mismo grado que lo hace en el orden cultural en general y, sobre todo, en el profesional.

Conciencia y estímulo

61. Los laicos católicos que se preparan para trabajar en la escuela son habitualmente muy conscientes de que necesitan una buena formación profesional para poder realizar su misión educadora, para la que suelen tener una auténtica vocación humana. Este tipo de conciencia, aun dentro del campo profesional, no es, sin embargo, todavía la propia de un laico católico que tiene que vivir su tarea educativa como medio fundamental de santificación personal y de apostolado. Es precisamente la conciencia de tener que vivir así su vocación la que se postula del laico católico que trabaja en la escuela. Hasta qué punto poseen dichos laicos esta conciencia es algo que se deben cuestionar ellos mismos.

62. Relacionada con esta conciencia específica del laico católico está la que se refiere a la necesidad de ampliar y actualizar su formación religiosa, de manera que acompañe, paralela y equilibradamente, su entera formación humana. Por tanto, el laico católico debe tener conciencia viva de la necesidad de esta formación religiosa porque de ella depende no sólo su posibilidad de apostolado, sino el debido ejercicio de su tarea profesional, especialmente cuando se trata de la tarea educativa.

63. Estas consideraciones intentan ayudar a despertar esa conciencia y a reflexionar sobre la situación personal en este punto, fundamental para llegar a vivir en plenitud la vocación laica de educador católico. El ser o no ser, que se pone en juego, debería constituir el mejor estímulo para entregarse al esfuerzo que siempre supone intentar adquirir una formación, que se ha descuidado, o mantenerla al debido nivel. De todas formas, dentro de la comunidad eclesial, el educador laico católico puede fundadamente esperar de los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, sobre todo los dedicados al apostolado de la educación, y de los movimientos y asociaciones de educadores laicos católicos, que le ayuden a adquirir plena conciencia de sus necesidades personales en el campo de la formación y le estimulen, de la forma más adecuada, para entregarse más enteramente al compromiso social que tal formación exige.

Formación profesional y religiosa

64. Conviene advertir que no todos los centros de formación del profesorado proporcionarán de igual manera al educador católico la base profesional más idónea para realizar su misión educativa, si se tiene en cuenta la profunda relación existente entre la manera de exponer el contenido de las disciplinas, sobre todo de las más humanísticas, y la concepción del hombre, de la vida y del mundo. Puede ocurrir fácilmente que en centros de formación del profesorado en los que exista un pluralismo ideológico, el futuro docente católico tenga que hacer un esfuerzo suplementario para conseguir, en determinatas disciplinas, su propia síntesis entre fe y cultura. No puede olvidar tampoco, mientras se forma, que luego será él mismo quien tenga que enfocar las materias ante sus alumnos de manera que propicie en ellos, primero el diálogo y luego la ulterior síntesis personal entre la cultura y la fe. Teniendo en cuenta estos diversos aspectos, es especialmente recomendable la asistencia a los centros de formación del profesorado dirigidos por la Iglesia, allí donde existan, así como la creación de los mismos donde sea posible y no existan aún.

65. La formación religiosa, por su parte, no puede detenerse para el educador católico al término de sus estudios medios. Tiene que acompañar y completar su formación profesional, estar a la altura de su fe de hombre adulto, de su cultura humana y de su vocación laical específica. En efecto, la formación religiosa debe estar orientada a la santificación personal y al apostolado, elementos inseparables a su vez en la vocación cristiana. La formación para el apostolado «supone una cierta íntegra formación humana acomodada al carácter y a las cualidades de cada uno» y requiere «además de la formación espiritual ..., una sólida instrucción doctrinal, es decir, teológica, ética, filosófica».(48) No puede olvidarse tampoco, en el caso del educador, la adecuada formación en la enseñanza social de la Iglesia, que es «parte integrante de la concepción cristiana de la vida» (49) y ayuda a mantener intensamente viva la indispensable sensibilidad social.(50)

Respecto del plano doctrinal y refiriéndose a los profesores, recuérdese que el Concilio Vaticano II habla de la necesidad de una ciencia religiosa garantizada con los debidos títulos.(51) Es, pues, muy recomendable que todos los laicos católicos que trabajan en la escuela, y muy especialmente los educadores, sigan en las facultades eclesiásticas y en los institutos de ciencias religiosas apropiados para ello, donde sea posible, cursos de formación religiosa hasta la obtención de los correspondientes títulos.

66. Acreditados con dichos títulos y con una adecuada preparación en pedagogía religiosa, quedarán fundamentalmente capacitados para la enseñanza de la religión. Los episcopados promoverán y facilitarán toda esta capacitación para la enseñanza religiosa, así como para la catequesis, sin olvidar el diálogo de mutua iluminación con el profesorado que se forma.

Actualización. Formación permanente

67. El extraordinario avance de las ciencias y la técnica y el permanente análisis critico al que toda clase de realidades, situaciones y valores, son sometidos en nuestro tiempo, han hecho, entre otras causas, que nuestra época histórica se caracterice por un cambio continuo y acelerado que afecta al hombre y a la sociedad en todos los órdenes. Este cambio provoca el rápido envejecimiento de los conocimientos adquiridos y de las estructuras vigentes y exige nuevas actitudes y métodos.

68. Ante esta realidad, que el laico es el primero en constatar, es obvia la exigencia de constante actualización que al educador católico se le presenta respecto de sus actitudes personales, de los contenidos de las materias que imparte y de los métodos pedagógicos que utiliza. Recuérdese que la vocación de educador requiere «una continua prontitud para renovarse y adaptarse».(52) El hecho de que esa necesidad de actualización sea constante, la convierte en una tarea de formación permanente. Ésta no afecta sólo a la formación profesional, sino también a la religiosa y, en general, al enriquecimiento de toda la personalidad, pues la Iglesia tiene que adaptar constantemente su misión pastoral a las circunstancias de los hombres de cada época, en orden a hacerles llegar de manera comprensible y apropiada a su condición, el mensaje cristiano.

69. Dada la variedad de los aspectos que abarca, la formación permanente requiere una búsqueda constante, personal y comunitaria, de sus formas de realización. Entre ellas, la lectura de revistas y libros apropiados, la asistencia a conferencias y cursillos de actualización, la participación en convivencias, encuentros y congresos, e incluso la disponibilidad de ciertos periodos de tiempo libre, se han convertido en instrumentos ordinarios y prácticamente imprescindibles de dicha formación. Traten, pues, todos los laicos católicos que trabajan en la escuela, de incorporarlos habitualmente a su propia vida humana, profesional y religiosa.

70. Nadie ignora que tal formación permanente, como su mismo nombre indica, es una tarea ardua ante la que muchos desfallecen. Especialmente, si se considera la creciente complejidad de la vida actual, las dificultades que entraña la misión educativa y las insuficientes condiciones económicas que tantas veces la acompañan. A pesar de todo ello ningún laico católico que trabaje en la escuela puede eludir ese reto de nuestro tiempo y quedarse anclado en conocimientos, criterios y actitudes superados. Su renuncia a la formación permanente en todo su campo humano, profesional y religioso lo colocaría al margen de ese mundo que es, precisamente, el que tiene que ir llevando hacia el Evangelio.

IV.
APOYO DE LA IGLESIA AL LAICADO CATÓLICO
EN LA ESCUELA

71. Las diversas circunstancias en que se desarrolla el trabajo del laico católico en la escuela, hacen que muchas veces éste se sienta aislado, incomprendido y, consecuentemente, tentado al desaliento y al abandono de sus responsabilidades. Para hacer frente a estas situaciones y, en general, para la mejor realización de la vocación a la que está llamado, el laico católico que trabaja en la escuela debería poder contar siempre con el apoyo y la ayuda de la Iglesia entera.

Apoyo en la fe, la palabra y la vida sacramental

72. Es primero en su propia fe donde el laico católico tiene que buscar ese apoyo. En la fe hallará con seguridad la humildad, la esperanza y la caridad que necesita para perseverar en su vocación.(53) Porque todo educador precisa de humildad para reconocer sus limitaciones, sus errores, la necesidad de constante superación y la constatación de que el ideal que persigue le desbordará siempre. Precisa también de una firme esperanza, porque nunca puede llegar a percibir en plenitud los frutos de la tarea que realiza con sus alumnos. Y necesita, en fin. una permanente y creciente caridad que ame siempre en sus alumnos al hombre hecho a imagen y semejanza de Dios y elevado a hijo suyo por la redención de Jesucristo.

Ahora bien, esa fe humilde, esa esperanza y esa caridad, reciben su ayuda de la Iglesia a través de la Palabra, de la vida sacramental y de la oración de todo el Pueblo de Dios. Porque la Palabra le dice y le recuerda al educador la inmensa grandeza de su identidad y su tarea, la vida sacramental le da la fuerza para vivirla y le reconforta cuando falla y la oración de toda la Iglesia presenta ante Dios por él y con él, en la seguridad de una respuesta prometida por Jesucristo, lo que su corazón desea y pide y hasta aquello que no alcanza a desear y pedir.

Apoyo comunitario

73. La tarea educativa es ardua, de inmensa trascendencia y por lo mismo de delicada y compleja realización. Requiere calma, paz interior, ausencia de sobrecarga de trabajo y un continuo enriquecimiento cultural y religioso, condiciones que pocas veces pueden darse juntas en la sociedad de hoy. La naturaleza de la vocación del educador laico católico debería ser dada a conocer con más frecuencia y profundidad a todo el Pueblo de Dios por quienes están más capacitados para ello en la Iglesia. El tema de la educación, con todas sus implicaciones, debería ser abordando con más insistencia ya que es uno de los grandes campos de acción de la misión salvífica de la Iglesia.

74. De ese conocimiento nacerá lógicamente la comprensión y estima debidos. Todos los fieles deberían ser conscientes de que sin el educador laico católico la educación en la fe en la Iglesia carecería de uno de sus fundamentos. Por ello, todos los creyentes deben colaborar activamente, en la medida de sus posibilidades, a que el educador tenga el rango social y el nivel económico que merece, junto con la debida estabilidad y seguridad en el ejercicio de su noble tarea. Ningún miembro de la Iglesia debe considerarse ajeno al trabajo de procurar en su propio país, que la política educativa del mismo refleje lo más posible, en la legislación y en la práctica, los principios cristianos sobre la educación.

75. Las condiciones del mundo contemporáneo deben mover a la jerarquía y a los Institutos religiosos consagrados a la educación, a impulsar los grupos, movimientos y asociaciones católicas existentes, de todos los laicos creyentes implicados en la escuela, y a la creación de otros nuevos, buscando las formas más adecuadas a los tiempos y a las diversas realidades nacionales. Muchos de los objetivos educativos, con sus implicaciones sociales y religiosas, que reclama la vocación del laico católico en la escuela, serán dificilmente, alcanzables sin la unión de fuerzas que suponen los cauces asociativos.

Apoyo de las propias instituciones educativas.
La escuela católica y los laicos

76. La relevancia de la escuela católica invita a centrar en ella una especial reflexión que pueda servir de ejemplo concreto a las demás instituciones católicas, respecto a la ayuda que deben prestar a los laicos que en ellas trabajan. Aun esta misma S. Congregación, refiriéndose a los laicos, no ha dudado en afirmar que «los profesores, con la acción y el testimonio, están entre los protagonistas más importantes que han de mantener el carácter específico de la escuela católica».(54)

77. Los laicos deben encontrar ante todo en la escuela católica un ambiente de sincera estima y cordialidad, donde puedan establecerse auténticas relaciones humanas entre todos los educadores. Manteniendo cada uno su característica vocacional propia,(55) sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos deben integrarse plenamente en la comunidad educativa y tener en ella un trato de verdadera igualdad.

78. Fundamentales para vivir conjuntamente unos mismos ideales por parte de la entidad promotora y los laicos que trabajan en la escuela católica, son dos logros. Primero, una adecuada retribución económica —garantizada por contratos bien definidos— del trabajo realizado en la escuela, que permita a los laicos una vida digna, sin necesidad de pluriempleo ni sobrecargas que entorpezcan su tarea educativa. Eso no será inmediatamente factible sin imponer un grave peso financiero a las familias y hacer la escuela tan costosa que sólo sea accesible a una pequeña élite; sin embargo, mientras esta retribución plenamente adecuada no sea posible, los laicos deben poder apreciar en los promotores de la escuela una verdadera preocupación por alcanzar esta meta.

Segundo, una auténtica participación de los laicos en las responsabilidades de la escuela, según su capacidad en todos los órdenes y su sincera identificación con los fines educativos que caracterizan a la escuela católica. Esta debe procurar, además, por todos los medios, cultivar esa identificación, sin la cual no podrán alcanzarse tales fines. No se puede olvidar que la escuela misma se crea incesantemente gracias al trabajo realizado por todos los que están comprometidos en ella y muy especialmente los docentes.(56) Para conseguir esa deseable participación serán condiciones indispensables la auténtica estima de la vocación laical, la debida información, la confianza profunda y, cuando se viera conveniente, el traspaso a los laicos de las distintas responsabilidades de enseñanza, administración y gobierno de la escuela.

79. Pertenece también a la misión de la escuela católica el solícito cuidado de la formación permanente, profesional y religiosa de sus miembros laicos. De ella esperan éstos las orientaciones y ayudas necesarias —incluida la difícil concesión del tiempo requerido— para esa indispensable formación, sin la cual la misma escuela se alejaría progresivamente de sus objetivos. Asociada con otros centros educativos católicos y con asociaciones profesionales católicas, no es difícil muchas veces para una escuela católica organizar conferencias, cursos y connivencias que faciliten dicha formación. Esta podría extenderse, además, según las circunstancias, a otros educadores católicos que no trabajan en la escuela católica, prestándoles un servicio que muchas veces necesitan y no encuentran fácilmente.

80. La mejora continua de la escuela católica y la ayuda que ella, junto con las demás instituciones educativas de la Iglesia, puede aportar al educador laico católico dependen en gran manera del apoyo que las familias católicas en general y más en particular las que envían a ella sus hijos, le presten. Apoyo en el que les incumbe una fuerte responsabilidad y que debe extenderse a todos los órdenes: el interés y el aprecio, la colaboración general y económica. No todas las familias podrán aportar esa colaboración en el mismo grado y de la misma manera, pero sí deben estar dispuestas a la mayor generosidad dentro de sus posibilidades. Esa colaboración debe aplicarse también a la participación en conseguir los objetivos y en las responsabilidades de la escuela. Esta, por su parte, debe ofrecerles información de la realización y perfeccionamiento del proyecto educativo, de la formación, de la administración y, en su caso, de la gestión.

CONCLUSIÓN

81. No pueden dudar los laicos católicos que trabajan en la escuela en tareas educativas como profesores, directivos, administrativos o auxiliares, de que representan para la Iglesia una inmensa esperanza. En ellos confía, en general, la Iglesia para la progresiva configuración de las realidades temporales con el Evangelio y para hacerlo llegar a todos los hombres, y, de una manera particular, para la trascendente tarea de la formación integral del hombre y la educación de la fe de la juventud, de quien depende que el mundo del futuro esté más cerca o más lejos de Jesucristo.

82. La S. Congregación para la Educación católica, al hacerse eco de esta esperanza y considerar el enorme caudal evangélico que representan en el mundo los millones de católicos laicos que dedican su vida a la escuela, recuerda las palabras con que el Concilio Vaticano II termina su Decreto sobre el Apostolado de los laicos y «ruega encarecidamente en el Señor a todos los laicos que respondan con gozo, con generosidad y prontitud de corazón a la voz de Cristo, que en esta hora invita con más insistencia...; recíbanla, pues, con entusiasmo y magnanimidad... y, tomando sus cosas como propias (cf. Flp. 2, 5), asóciense a su misión salvadora..., para que, con las diversas formas y modos del único apostolado de la Iglesia, que ha de adaptarse continuamente a las nuevas necesidades de los tiempos, se muestren como cooperadores de ella, trabajando siempre con generosidad en la obra de Dios, teniendo presente que sú trabajo no es vano delante del Señor (cf. 1 Cor 15; 58)».(57)

Roma, 15 de octubre de 1982, fiesta de Santa Teresa de Jesús, en el IV centenario de su muerte.

WILLIAM Card. BAUM
Prefecto

Antonio M. Javierre, Secretario
Arzobispo tit. de Meta


Notas

(1) Conc. Ec. Vat. II: Cons. Lumen Gentium, n. 31: «Con el nombre de laicos se designan aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia».

(2) Cf. Conc. Ec. Vat. II: Decl. Gravissimum educationis, n. 8.

(3) Cf. S. Congregación para la Educación Católica: La Escuela Católica, 19 marzo 1977, nn. 18-22.

(4) Lumen Gentium, n. 32.

(5) Ibid.

(6) Ibid., n. 31.

(7) Ibid., n. 33.

(8) Ibid., n. 31.

(9) Ibid.

(10) Lumen Gentium, n. 36; Cf. Conc. Ec. Vat. II: Decr. Apostolicam actuositatem, n. 7.

(11) Lumen Gentium, n. 36.

(12) Ibid.

(13) Ibid., n. 33.

(14) Cf. Gravissimum educationis, n. 3.

(15) Juan Pablo II, Ex. Ap. Familiaris consortio, 22 noviembre 1981, AAS 74 (1982) n. 36, p. 126.

(16) Cf. Gravissimum educationis, n. 5.

(17) Ibid., n. 3.

(18) Ibid., n. 6; cf. Declaración universal de los Derechos humanos, art. 26, 3.

(19) Cf. Gravissimum educationis, n. 6.

(20) Ibid., n. 5; cf. Pablo VI, Ex. Ap. Evangelii nuntiandi, 8 diciembre 1975, AAS 68 (1976) n. 70, pp. 59-60.

(21) La Escuela Católica, n. 31.

(22) Cf. Pablo VI, Enc. Populorum progressio, 26 marzo 1967, AAS 59 (1967) n. 19, pp. 267-268; cf. Juan Pablo II, Discurso en la UNESCO, 2 junio 1980, AAS 72 (1980) n. 11, p. 742.

(23) Paulo VI, Discurso en la noche de Navidad, 25 diciembre 1975, AAS 68 (1976) p. 145.

(24) Cf. Juan Pablo II, Enc. Laborem exercens, 14 setiembre 1981, AAS 73 (1981) párrafo inicial, p. 578.

(25) Juan Pablo II, Enc. Laborem exercens, ibid., p. 577.

(26) Cf. supra n. 16.

(27) Cf. supra n. 20.

(28) Juan Pablo II, Discurso en la UNESCO, 2 junio 1980, AAS 72 (1980) n. 11 p. 742.

(29) Cf. supra n. 21.

(30) Juan Pablo II, Ex. Ap. Familiaris consortio, AAS 74 (1982) n. 37 p. 127.

(31) Ibid., n. 40 p. 132.

(32) Ibid., n. 36 p. 126.

(33) Cf. Juan Pablo II, Enc. Laborem exercens, AAS 73 (1981) n. 20 pp. 629-632.

(34) Gravissimum educationis, n. 8; cf. La Escuela Católica, n. 34.

(35) La Escuela Católica, n. 9.

(36) Cf. supra nn. 29 y 32.

(37) Cf. Conc. Ec. Vat. II: Decl. Dignitatis humanae, n. 3.

(38) Cf. Apostolicam actuositatem, n. 2.

(39) Se concibe aquí, ampliamente, como un sistema de ideas ligado a estructuras sociales, económicas y/o políticas.

(40) Cf. supra n. 9.

(41) Cf. Conc. Ec. Vat. II: Decr. Ad gentes, n. 21.

(42) Cf. Juan Pablo II, Discurso al clero de Roma sobre Enseñanza de la Religión y Catequesis: ministerios distintos y complementarios, 5 marzo 1981, Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 1981, IV, 1, n. 3, p. 630.

(43) Juan Pablo I I, Ex. Ap. Catechesi tradendae, 16 octubre 1979, AAS 71 (1979) n. 66, p. 1331.

(44) Ibid., n. 6.

(45) Ibid., n. 61.

(46) Gravissimum educationis, n. 5.

(47) Ibid., n. 8.

(48) Apostolicam actuositatem, n. 29.

(49) Juan Pablo II, Discurso con ocasión del 90° aniversario de la «Rerum novarum», 13 mayo 1981 (no pronunciado por el Papa), «L'Osservatore Romano», 15 maggio 1981, p. 2, n. 8; cf. Insegnamenti di Giovanni Paolo II 1981, IV, I, pp. 1190-1202.

(50) Cf. Ibid.

(51) Cf. Gravissimum educationis, n. 8.

(52) Gravissimum educationis, n. 5.

(53) Cf. La Escuela Católica, n. 75.

(54) La Escuela Católica, n. 78.

(55) Cf supra n. 43.

(56) Cf. Juan Pablo II, Enc. Laborem exercens, AAS 73 (1981) n. 14, p. 614.

(57) Apostolicam actuositatem, n. 33.