Cada 25 de mayo, la Iglesia celebra a Santa Magdalena Sofía Barat, fundadora de la Sociedad del Sagrado Corazón de Jesús.

Santa Magdalena Sofía nació en 1779 en Joigny (Francia). Desde pequeña se sintió atraída por la oración y la vida religiosa, pero no sería hasta pasados los peores años de la Revolución Francesa -cuando la libertad religiosa se fue restituyendo- que descubriría el llamado a consagrarse al servicio de Dios y de la Iglesia.

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Magdalena nació en un hogar humilde, no obstante, gracias a su hermano mayor -quien se convertiría en su preceptor-, recibió un tipo de educación considerada un privilegio para la época. Esto se debía, en primer lugar, a que la mayoría de familias no tenían dinero, y, en segundo lugar, las mujeres casi no tenían acceso a la educación. Su hermano, un joven sacerdote, la puso en contacto con los autores clásicos y con la tradición teológica.

Una “revolución” impulsada por la caridad

La pequeña Magdalena tenía 10 años cuando estalló la Revolución (1789). Este proceso histórico-político estuvo preñado de aspiraciones de libertad y justicia, pero entendidas a partir del rechazo de toda tradición. Además, los ‘revolucionarios’ se dejaron contagiar por el espíritu anticlerical de muchas de las ‘nuevas ideas’ que flotaban acríticamente en el ambiente, lo que se convirtió en caldo de cultivo para la violencia y el descontrol. Fueron tantas las atrocidades que se cometieron que la Revolución produjo uno de los capítulos más dolorosos de la historia del catolicismo francés.

Mientras Magdalena va creciendo, empieza a asumir un compromiso cada vez más sólido con su fe en un contexto bastante complicado. El movimiento revolucionario había dejado una estela de rencor y ruptura entre los franceses, y muchos de ellos se habían apartado de la fe en la que habían crecido. Es así que Magdalena Sofía percibe la necesidad de contribuir, desde el seno de la Iglesia, a reconstruir el tejido social e instaurar una auténtica ‘fraternidad’ -no de esa que devino en la guillotina y en la proliferación de patíbulos, sino una que respetase de verdad los derechos de los seres humanos-.

Cristo ha mostrado su corazón

Magdalena, entonces, se dedica a la formación de niñas y jóvenes, y a conocer y desarrollar la espiritualidad del Corazón de Cristo. En su niñez había pasado horas orando con su familia frente a una imagen del Sagrado Corazón de Jesús por la liberación de su hermano, preso durante la Revolución solo por ser sacerdote. Esa experiencia marcó profundamente su espiritualidad personal y la animó a aferrarse al Sagrado Corazón. Con el tiempo, las intuiciones y sueños se fortalecieron y la impulsaron a dar pasos más sólidos en su camino vocacional: junto a cuatro compañeras realizó sus primeros votos religiosos en 1800, en la que sería la novel Sociedad del Sagrado Corazón, asumiendo un proyecto que combinaba la contemplación y el apostolado.

A inicios del siglo XIX una epidemia diezmó a parte de la sociedad francesa. La cantidad de muertos dejó un saldo terrible: muchos niños quedaron huérfanos o completamente desamparados. Sor Magdalena Sofía y sus hermanas dieron una respuesta eficaz ante el reto que tenían enfrente. La religiosa lo resumió así: “¿No tienen madre? La Sociedad del Sagrado Corazón está fundada para ellos. Aunque no quedaran plazas en el colegio, crearía uno nuevo inmediatamente para los niños huérfanos o abandonados por sus padres”.

Amar a los pobres como Jesús

Santa Magdalena Sofía Barat solía decir: “A los pobres les daría yo mi piel”. Esa era la hermosa forma con la que expresaba cuánto amaba a Cristo y a sus hijos sufrientes. Esas palabras portaban un claro mensaje: no se guardaría nada para sí. Y como sucede cuando alguien tiene el corazón inflamado por la caridad, la Madre Magdalena ayudó a muchos a fortalecer su amistad y trato con el Señor. Como cabeza de su institución, se preocupó también por la formación en el conocimiento y la virtud de los educadores católicos.

“Si volviera a nacer, lo haría solo para obedecer al Espíritu Santo y actuar movida por él” (Santa Magdalena Sofía Barat).

La santa partió a la Casa del Padre el 25 de mayo de 1865. Hoy, la pequeña sociedad que fundó se ha convertido en una congregación que cuenta con más de 3500 religiosas en el mundo, especialmente en Europa y América. La Madre fue canonizada en 1925 por el Papa Pio XI.

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