Condiciones para el éxito de la educación

Antes del Nacimiento

"La educación de un niño comienza veinte años antes de su nacimiento, con la educación de su madre".

¿No hay una parte de verdad en esta frase de Napoleón? ¿No han mostrado la experiencia y los estudios científicos que la madre graba profundamente en su hijo lo que ella misma es? Si existe un período durante el cual la madre desempeña un papel preponderante en lo que serán las tendencias y hábitos morales de su hijo, es, ciertamente, el período prenatal, durante el cual puede la madre decir con toda verdad: "yo soy algo él, y él es algo de mi misma", tan íntima es la participación orgánica del niño y de su madre; tan grande es también la interdependencia en lo físico y en lo moral.

En el curso de esos nueve meses de pre-educación, la madre debe pensar: puedo ayudar a mi hijo a llegar a ser lo que debe siéndolo yo misma, puedo ayudarle a ser tranquilo permaneciendo yo en calma, a ser sonriente si sonrío yo, a ser fuerte siendo yo valiente, a ser bueno siendo yo bondadosa para todos.

Y en el plano sobrenatural, de qué cantidad de gracias no puede una madre rodear a su hijo por poco que piense de cuando en cuando en la presencia en ella de Cristo por la gracia y en su pequeño por la sangre. ¿Mística se dirá? Simple lógica de nuestra fe. No es tiempo perdido para una futura madre el que reserve cada día (por ejemplo, al comienzo de la tarde) algunos minutos de reposo, tendida. Ocasión maravillosa para volver a la tranquilidad interior. Las mejores condiciones físicas y psicológicas para que el niño se desenvuelva lo mas sanamente posible son las que se derivan del hecho de ser muy deseado.

Algunos niños llegan a sentirse casi culpables de haber nacido. El niño no sólo necesita alimento; tiene también necesidad de cariño. Hay niños que son deseados por la madre como compensación a su fracaso conyugal; es éste un deseo egoísta: por amor de sí mismo quier3e encontrarse de nuevo en él; es casi un papel de niño vengador el que se le quiere hacer representar. No es esto garantía de un buen desarrollo; al contrario, las mejores condiciones tiene lugar cuando el niño es deseado no solo como hijo, sino como consagración del amor mutuo; es decir, cuando la mujer desea un "hijo de su marido", y el marido, "de su mujer".

La solidaridad tan íntima que une a la madre con su hijo, lejos de desaparecer cuando éste viene al mundo, continúa largo tiempo todavía. Por eso es tan esencial que se encargue la madre misma de la educación, y cuidado de su hijo y no se resigne a confiarlo a otros más que en caso de fuerza mayor.

Los niños deben aprender a estar solos, a divertirse solos. Si la madre o persona encargada de su cuidado se ingenian para llenar cada uno de sus minutos, se acostumbran a estar divertidos, y después pueden convertirse en tiranos insaciables. Conozco niños que acaparan a su madre desde los primeros años, preguntándoles constantemente: "mamá, ¿qué hago?", o "Mamá cuéntame un cuento. ¡me aburro tanto...!", Estos pobres niños sufren a consecuencia de su continua agitación, y el vacío del tiempo constituye para ellos un problema imposible de resolver. ...... Con su maternal e irreemplazable sonrisa, mucho más que cediendo a los caprichos de su hijo, es como da la madre su ración de cariño.

El razonamiento con los niños muy pequeños debe reducirse al mínimo, puesto que no está aun en posesión de su pensamiento lógico. Querer hacerle razonar demasiado pronto es como si se quisiera hacerle andar a los seis meses. Se corre el riesgo de convertirlo en enfermo para toda su vida. Uno de los mayores servicios que podéis proporcionar al niño es reglamentar sus automatismos, porque es librarlo par más adelante de trabas, cuidados, incertidumbres, inhibiciones. Facilitar su desenvolvimiento moral y físico: ayudarle a conquistar su verdadera libertad. El orden y la regularidad son casi tan indispensables en esta edad como el cariño. Depende de ti, su madre, el que a los seis meses el pequeño sepa leer.

El libro donde aprenderá el niño a discernir lo que es necesario hacer o no hacer es tu rostro, con sus distintas expresiones. Tu sabes lo que quieres de él, y cada vez que su manera de ser corresponda a tu voluntad, tu mirada y tu sonrisa le dirán: "Está bien". Cuando la mirada amorosa y esta sonrisa desaparezcan y sean reemplazadas por una expresión seria, tendrá el niño la impresión de un "está mal". Tu lenguaje, si bien él no comprende todavía las palabras, tiene un sentido que él aprecia. Un tono de enfado y otro acariciador no son lo mismo para él; las inflexiones de tu voz refuerzan notablemente la comprensión de tu sonrisa o tu seriedad.

Es un contrasentido obligar a un niño a repetir veinte veces "buenos días" a una misma persona con el pretexto de acostumbrarlo o para divertir a los concurrentes. Los pequeños desean comportarse como personas mayores, y les repagan el oficio de perros sabios, y si no les repugnara sería todavía peor, porque supondría que tiene alma de cómicos ambulantes. Evitad hablar a vuestro hijo en lenguaje "bebé", por enternecedor que éste sea. Le haréis un mal servicio imitando su manera de expresarse. Le será útil para más tarde que le enseñéis a pronunciar de manera correcta su lengua materna y hacerle repetir los giros defectuosos.

El papel del padre en estos primero años de la existencia de sus hijos es y debe ser, ciertamente, menos destacado. Indudablemente, puede manifestar a sus hijos su naciente ternura: el hombre, en general, es poco apropiado para manifestar tales sentimientos. Es conveniente y bueno que se ocupe algunas veces de ellos para que se acostumbren a él y él a su hijos. Pero que no intente dominar prematuramente sobre el papel de la madre, creándose una fácil popularidad. ¿No es el elemento nuevo, a quien los niños ven menos que a la madre, y que puede por este solo hecho tener un atractivo particular? Que sepa oscurecerse de momento en relación con sus hijos pequeños para dejar a la madre el primer papel.

Es de desear que la fuerte autoridad que le confiere su fuerza física, el vigor de su voz, contribuya alguna vez a sostener la autoridad de la madre cuan ella, fatigada, es incapaz de llevar a cabo sola la tarea educadora. Sin embargo, esto debe ocurrir lo más raramente posible, sobre todo delante de los muy pequeños. La desproporción de fuerzas crea en el niño el miedo. El miedo es lo inconsciente que se revela, y es también la inhibición de las mejores facultades. No se logra la educación completa con el miedo. Nos parece preferible que su autoridad se ejerza directamente en la forma de plena aprobación de la decisiones maternas.

Si el marido no aprueba a su esposa en tal o cual de sus actos en relación con sus hijos, que se lo diga a ella sola, explicándole las razones. El hombre, que ve las cosas más de fuera, ve también más lejos y más ampliamente, y puede dar un consejo útil a su esposa en cuanto a la educación; y decimos un consejo y no esa amarga crítica que desanima, y meno una burla o mofa estériles. Que se guarde de esas intervenciones de enfado, donde muchos padres encuentra una aparente satisfacción en su papel de educador. No debe ser él una máquina que haga las graves observaciones, los castigos ejemplares, todo ese aparato dramático y nefasto en la educación. Su calma firme y la claridad de una reprimenda valdrán más que una actitud alborotada de padre enojado.

Que se preocupe de que no le tenga mido sus hijos. la violencia de los gestos, la hinchazón extrema de la voz, las miradas fulgurantes, son a menudo en él manifestaciones de un nerviosismo pasajero y sin importancia para el adulto, pero ejercen sobre los pequeños repercusiones inesperadas. Os corresponde a vosotras, madres, interesar a vuestro esposo en la vida del pequeño. En vez de guardar celosamente para vosotras vuestros descubrimientos e intuiciones, reveládselas, haced que observe el despertar de sus facultades y todos los signos d su desarrollo.

La confianza mutua beneficiará vuestro esfuerzo. Nada hace aumentar tanto la confianza de marido en su esposa como sentirse ayudado por ella a penetrar el secreto íntimo de ese pequeño ser, todo enigmas, a quien juntos han dado la vida.