Efectivamente se constata un sensible descenso en la respuesta a la vocación sacerdotal así como a la vida consagrada. Se trata de un fenómeno complejo. Dios llama. Vocación es propiamente llamado de Dios. Y Dios continúa llamando. Así que sí hay vocaciones. El problema no está en el amor de Dios que es fiel y perseverante. Está de parte nuestra, los seres humanos que nos mostramos ignorantes y por ello reticentes al llamado de Dios. No existe crisis de vocaciones. Si de crisis se debe hablar hay que llamarla claramente crisis de respuesta a la vocación. Las posibles razones de esta falta de respuesta son muchas y complejas, dependiendo además de los países. Por mencionar algunas habría que señalar al secularismo, al materialismo, a la superficialidad existencial, al egoísmo, a una presión social que arremete contra quien descubre tener vocación y desea responder. En fin son muchas las posibles causas.
¿Cuáles cree Ud. que son los temas más urgentes, desde la perspectiva de un Fundador laico consagrado, en torno a la renovación en la piedad eucarística: la participación en la Misa, la adoración a la Eucaristía, la renovación litúrgica...?
En una entrevista es difícil responder con la extensión que sería deseable. El cumplimiento del precepto Dominical, del encuentro con el Señor en la comunidad que celebra el Dies Domini ha descendido por causas semejantes a las señaladas como fermento de la falta de respuesta a la vocación. Debe señalarse que varía según países y continentes. Sin embargo quisiera resaltar como un elemento que parece estar presente a la ignorancia. Falta catequesis, educación en la fe. Se hace necesario ahondar en lo que es la Santa Misa, y la vida litúrgica y piadosa en general. Y este tema tiene una serie de secuelas como la pasividad en muchos lugares de quienes sí participan en la Misa. A veces se ve como una mera obligación y no como el oxígeno que da aliento y vida. Evidentemente hay otras causas o concausas. La renovación de una ardorosa piedad eucarística tiene mucho que ver con la práctica de la fe. La incoherencia entre fe y vida es un mal terrible que debe resolverse. Esa ruptura que se alimenta por múltiples causas es un elemento determinante en el descenso de la piedad eucarística. Superficialidad, crisis de identidad, vacíos existenciales que se buscan llenar infructuosamente con sucedáneos, todo ello tiene que ver con el problema. Precisamente por ello el Papa Juan Pablo II insistía tanto en la urgencia de una nueva evangelización. Es decir se trata de anunciar la fe en todo momento y circunstancia. La perspectiva misionera de la vida de todo creyente debe ponerse de relieve. La fe debe hacerse vida cristiana. Si se presta atención a lo que viene haciendo y predicando el Papa Benedicto XVI se constatará que viene aplicando la nueva evangelización. Se trata de seguir ese camino, pues no habrá renovación si no se aviva la conciencia evangelizadora del hijo y de la hija de la Iglesia. La nueva evangelización parece ser el paso lógico en el que uno debe comprometerse con todo su ser. Y en ello la celebración, comunión y adoración eucarística es la fuente, así como la cumbre.
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