Se comprende entonces que no se aprende a esperar solos. Nadie aprende a esperar solo. No es posible. La esperanza, para alimentarse, necesita necesariamente de un "cuerpo", en el cual los diferentes miembros se sostengan y se animen recíprocamente.
Esto entonces quiere decir que, si esperamos, es porque muchos de nuestros hermanos y hermanas nos han enseñado a esperar y han tenido viva nuestra esperanza. Y entre ellos, se distinguen los pequeños, los pobres, los sencillos, los marginados.
Sí, porque no conoce la esperanza quien se cierra en su propio bienestar: espera solamente en su bienestar y esto no es esperanza: es seguridad relativa; no conoce la esperanza quien se cierra en su propia satisfacción, quien se siente siempre bien… Los que esperan son en cambio aquellos que experimentan cada día la prueba, la precariedad y el propio limite.
Son estos nuestros hermanos los que nos dan el testimonio más bello, más fuerte, porque permanecen firmes en la confianza en el Señor, sabiendo que, más allá de la tristeza, de la opresión y de la inevitabilidad de la muerte, la última palabra será la suya, y será una palabra de misericordia, de vida y de paz.