Santo Padre propone a una santa africana y un mártir vietnamita como ejemplos de esperanza cristiana

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En la segunda encíclica de su pontificado, "Spe Salvi" (Salvados por la Esperanza), el Papa Benedicto XVI pone como ejemplos de la vivencia de la esperanza cristiana a una santa africana, Josefina Bakhita y a un mártir vietnamita del siglo XIX, Pablo Le-Bao-Thin.

En la primera parte de su encíclica, el Pontífice señala que "el ejemplo de una santa de nuestro tiempo puede en cierta medida ayudarnos a entender lo que significa encontrar por primera vez y realmente a este Dios. Me refiero a la africana Josefina Bakhita, canonizada por el Papa Juan Pablo II. Nació aproximadamente en 1869 –ni ella misma sabía la fecha exacta– en Darfur, Sudán. Cuando tenía nueve años fue secuestrada por traficantes de esclavos, golpeada y vendida cinco veces en los mercados de Sudán".

El Pontífice recuerda que Josefina "terminó como esclava al servicio de la madre y la mujer de un general, donde cada día era azotada hasta sangrar; como consecuencia de ello le quedaron 144 cicatrices para el resto de su vida".

"Por fin, en 1882 fue comprada por un mercader italiano para el cónsul italiano Callisto Legnani que, ante el avance de los mahdistas, volvió a Italia. Aquí –escribe el Papa en Spe Salvi– después de los terribles ‘dueños’ de los que había sido propiedad hasta aquel momento, Bakhita llegó a conocer un dueño totalmente diferente –que llamó ‘paron’ en el dialecto veneciano que ahora había aprendido–, al Dios vivo, el Dios de Jesucristo".

El Pontífice destaca que "hasta aquel momento solo había conocido dueños que la despreciaban y maltrataban o, en el mejor de los casos, la consideraban una esclava útil. Ahora, por el contrario, oía decir que había un Paron por encima de todos los dueños, el Señor de todos los señores, y que este Señor es bueno, la bondad en persona. Se enteró de que este Señor también la conocía, que la había creado también a ella; más aún, que la quería. También ella era amada, y precisamente por el ‘Paron’ supremo, ante el cual todos los demás no son más que míseros siervos. Ella era conocida y amada, y era esperada".

"Incluso más: –explica el Pontífice– este Dueño había afrontado personalmente el destino de ser maltratado y ahora la esperaba ‘a la derecha de Dios Padre’. En este momento tuvo esperanza’; no solo la pequeña esperanza de encontrar dueños menos crueles, sino la gran esperanza: yo soy definitivamente amada, suceda lo que suceda; este gran Amor me espera. Por eso mi vida es hermosa. A través del conocimiento de esta esperanza ella fue ‘redimida’, ya no se sentía esclava, sino hija libre de Dios. Entendió lo que Pablo quería decir cuando recordó a los Efesios que antes estaban en el mundo sin esperanza y sin Dios; sin esperanza porque estaban sin Dios".

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"Así, –agrega el Papa– cuando se quiso devolverla a Sudán, Bakhita se negó; no estaba dispuesta a que la separaran de nuevo de su ‘Paron’. El 9 de enero de 1890 recibió el Bautismo, la Confirmación y la primera Comunión de manos del Patriarca de Venecia. El 8 de diciembre de 1896 hizo los votos en Verona, en la Congregación de las hermanas Canosianas, y desde entonces –junto con sus labores en la sacristía y en la portería del claustro– intentó sobre todo, en varios viajes por Italia, exhortar a la misión: sentía el deber de extender la liberación que había recibido mediante el encuentro con el Dios de Jesucristo; que la debían recibir otros, el mayor número posible de personas".

"La esperanza que en ella había nacido y la había ‘redimido’ no podía guardársela para sí sola; esta esperanza debía llegar a muchos, llegar a todos", agrega el Papa.

Un mártir desde el "infierno"

Más adelante en la encíclica, al hablar del valor de la esperanza a la luz del sufrimiento del cristiano, Benedicto XVI señala que "quisiera citar algunas frases de una carta del mártir vietnamita Pablo Le-Bao-Thin (+1857) en las que resalta esta transformación del sufrimiento mediante la fuerza de la esperanza que proviene de la fe".

La carta del mártir, citada por el Papa describe: "esta cárcel es un verdadero infierno: a los crueles suplicios de toda clase, como son grillos, cadenas de hierro y ataduras, hay que añadir el odio, las venganzas, las calumnias, palabras indecentes, peleas, actos perversos, juramentos injustos, maldiciones y, finalmente, angustias y tristeza".

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"Pero Dios, que en otro tiempo libró a los tres jóvenes del horno de fuego, está siempre conmigo y me libra de las tribulaciones y las convierte en dulzura, porque es eterna su misericordia. En medio de estos tormentos, que aterrorizarían a cualquiera, por la gracia de Dios estoy lleno de gozo y alegría, porque no estoy solo, sino que Cristo está conmigo".

El Santo Padre sigue citando a Pablo Le-Bao-Thin: "¿cómo resistir este espectáculo, viendo cada día cómo los emperadores, los mandarines y sus cortesanos blasfeman tu santo nombre, Señor, que te sientas sobre los querubines y serafines?. ¡Mira, tu cruz es pisoteada por los paganos! ¿Dónde está tu gloria? Al ver todo esto, prefiero, encendido en tu amor, morir descuartizado, en testimonio de tu amor. Muestra, Señor, tu poder, sálvame y dame tu apoyo, para que la fuerza se manifieste en mi debilidad y sea glorificada ante los gentiles".

La carta sigue: "queridos hermanos al escuchar todo esto, llenos de alegría, tenéis que dar gracias incesantes a Dios, de quien procede todo bien; bendecid conmigo al Señor, porque es eterna su misericordia [...]. Os escribo todo esto para se unan vuestra fe y la mía. En medio de esta tempestad echo el ancla hasta el trono de Dios, esperanza viva de mi corazón".

Al respecto, el Sumo Pontífice reflexiona que ésta "es una carta desde el infierno’. Se expresa todo el horror de un campo de concentración en el cual, a los tormentos por parte de los tiranos, se añade el desencadenarse del mal en las víctimas mismas que, de este modo, se convierten incluso en nuevos instrumentos de la crueldad de los torturadores".

"Es una carta desde el ‘infierno’", pero "Cristo ha descendido al infierno’ y así está cerca de quien ha sido arrojado allí, transformando por medio de Él las tinieblas en luz".

El Pontífice prosigue reflexionando sobre la carta del mártir vietnamita: "el sufrimiento y los tormentos son terribles y casi insoportables. Sin embargo, ha surgido la estrella de la esperanza, el ancla del corazón llega hasta el trono de Dios. No se desata el mal en el hombre, sino que vence la luz: el sufrimiento –sin dejar de ser sufrimiento– se convierte a pesar de todo en canto de alabanza".

Para leer la encíclica completa ingrese a: http://www.aciprensa.com/Docum/benedictoxvi/documento.php?id=128

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