El personal de enfermería siempre ha desempeñado un papel central en la asistencia sanitaria. Todos los días experimentan, con la cercanía a los enfermos, el trauma que causa el sufrimiento en la vida de una persona. Son hombres y mujeres que han dicho "sí" a una vocación particular: la de ser buenos samaritanos que se hacen cargo de la vida y de las heridas de los demás. Custodios y servidores de la vida que, mientras administran las terapias necesarias, infunden ánimo, esperanza y confianza.
Queridas enfermeras y queridos enfermeros: La responsabilidad moral guía vuestra profesionalidad, que no se reduce al conocimiento científico-técnico, sino que está constantemente iluminada por la relación humana y humanizadora con el paciente. «Al cuidar a mujeres y hombres, niños y ancianos, en todas las etapas de su vida, desde el nacimiento hasta la muerte, participáis en una escucha continua, encaminada a comprender cuáles son las necesidades de ese enfermo, en la etapa que está atravesando. De hecho, frente a la singularidad de cada situación, nunca es suficiente seguir una fórmula, sino que se requiere un continuo -¡y fatigoso!- esfuerzo de discernimiento y atención a cada persona».
Vosotros -y también pienso en las parteras- estáis al lado de las personas en los momentos cruciales de su existencia, nacimiento y muerte, enfermedad y recuperación, para ayudarlas a superar las situaciones más traumáticas. A veces estáis junto a ellos cuando fallecen, dándoles consuelo y alivio en los últimos momentos. Por esta entrega vuestra, formáis parte de los "santos de la puerta de al lado". Sois la imagen de la Iglesia, "hospital de campaña", que continúa llevando a cabo la misión de Jesucristo, que se acercó y curó a las personas que sufrían todo tipo de males y se arrodilló para lavar los pies de sus discípulos. ¡Gracias por vuestro servicio a la humanidad!