Sus amigos organizaron todo, desde los difíciles permisos de Italia y Bélgica, donde Willy comenzó su vida. Hicieron contacto con su familia, sus cuatro hijos, a quienes Herteleer, de más de 80 años, no había visto en décadas.
Mons. Ciani concelebró la Misa con el rector del Camposanto Teutónico, P. Hans-Peter Fischer. Solo algunos amigos asistieron, incluyendo la Hermanas Franciscana de la Eucaristía Judith Zoebelein.
Willy vivía solo, pero no se sentía solo, dijo Mons. Ciani en la homilía. "La presencia de Dios era fuerte y viva dentro de él. Rezaba y rezaba. Rezaba por la conversión de todos, incluso para que los extranjeros se arrepientan".
Y así es como acaba la historia de Willy sobre la tierra, con una tumba en el cementerio del Vaticano, que por tradición acepta peregrinos alemanes y flamencos, rodeado por el afecto de aquellos que estuvieron cerca suyo en vida. La suya fue solo aparentemente una vida vivida en los márgenes.