Los mártires, a imitación de Jesús y con su gracia, convierten la violencia de quienes rechazan el anuncio en ocasión suprema de amor, que llega hasta el perdón de sus verdugos. Interesante esto: los mártires siempre perdonan a sus verdugos. Esteban, el primer mártir, murió rezando: "Señor, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Los mártires rezan por sus verdugos.
Aunque son pocos los llamados a ser mártires, "todos, sin embargo, deben estar dispuestos a confesar a Cristo ante los hombres y a seguirle por el camino de la cruz durante las persecuciones, que nunca faltan a la Iglesia" (ibid., 42). Pero, ¿es esta persecución cosa del pasado? No, no: hoy. Hoy hay persecuciones de cristianos en el mundo, muchas, muchísimas. Hoy hay más mártires que en los primeros tiempos. Los mártires nos muestran que todo cristiano está llamado al testimonio de vida, aunque no llegue hasta el derramamiento de sangre, haciendo donación de sí mismo a Dios y a los hermanos, a imitación de Jesús.
Y quisiera concluir recordando el testimonio cristiano presente en todos los rincones del mundo. Pienso, por ejemplo, en Yemen, una tierra herida desde hace muchos años por una guerra terrible, olvidada, que ha causado tantas muertes y que todavía hace sufrir a tantas personas, especialmente a los niños. En esta misma tierra ha habido testimonios luminosos de fe, como el de las Hermanas Misioneras de la Caridad, que dieron allí su vida. Todavía hoy están presentes en Yemen, donde ofrecen asistencia a ancianos enfermos y a personas con discapacidad. Algunas de ellas han sufrido el martirio, pero las demás continúan, arriesgan su vida pero siguen adelante. Acogen a todos, de cualquier religión, porque la caridad y la fraternidad no tienen fronteras.
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