La bondad es un factor importante de la cultura del diálogo, y el diálogo es indispensable si queremos vivir en paz, como hermanos, que no siempre se llevan bien -es normal- pero que, sin embargo, hablan entre sí, se escuchan e intentan comprenderse y encontrarse. Basta pensar "qué sería del mundo sin el diálogo paciente de tantas personas generosas que han mantenido unidas a familias y comunidades". El diálogo persistente y valiente no aparece en los titulares como los enfrentamientos y los conflictos, y sin embargo ayuda discretamente al mundo a vivir mejor" (ibid., 198). La bondad forma parte del diálogo. No es sólo una cuestión de "etiqueta"; no es una cuestión de "etiqueta", de formas galantes... No, no es esto a lo que nos referimos al hablar de cortesía. En cambio, es una virtud que hay que recuperar y ejercitar cada día, para ir contracorriente y humanizar nuestras sociedades.
De hecho, los daños del individualismo consumista están a la vista de todos. Y el daño más grave es que los demás, las personas que nos rodean, se perciben como obstáculos para nuestra tranquilidad, para nuestra comodidad. Otros nos "incomodan", nos molestan, nos quitan tiempo y recursos para hacer lo que nos gusta. Las sociedades individualistas y consumistas tienden a ser agresivas, porque los demás son competidores con los que hay que competir (cf. ibíd., 222). Y sin embargo, dentro de estas mismas sociedades nuestras, e incluso en las situaciones más difíciles, hay personas que demuestran que "todavía es posible elegir la bondad" y así, con su estilo de vida, "se convierten en estrellas en medio de la oscuridad" (ibid.).
San Pablo, en la misma Carta a los Gálatas de la que procede esta lectura litúrgica, habla de los frutos del Espíritu Santo, y entre ellos menciona uno con la palabra griega chrestotes (cf. 5,22). Esto es lo que podemos entender por "bondad": una actitud benévola, que apoya y reconforta a los demás evitando toda dureza y aspereza. Modo de tratar al prójimo, cuidando de no herir con palabras o gestos; procurando aligerar las cargas de los demás, animar, consolar, confortar; sin humillar, mortificar o despreciar nunca (cf. Fratelli tutti, 223).
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