Y añadió: “es necesario encenderles de caridad, que tenga su fuente de Dios, y del amor de Cristo; y cuando se ama realmente a Cristo, entonces son dulces las privaciones, los sufrimientos y el martirio” (Escritos, 6656). Su deseo era el de ver misioneros ardientes, alegres, comprometidos: misioneros –escribió– “santos y capaces. […] Primero: santos, es decir ajenos al pecado y humildes. Pero no basta: es necesaria caridad que hace capaces a los sujetos” (Escritos, 6655). La fuente de la capacidad misionera, para Comboni, es por tanto la caridad, en particular el celo en el hacer propios los sufrimientos de los otros.
Su pasión evangelizadora, además, no le llevó nunca a actuar como solista, sino siempre en comunión, en la Iglesia. “Yo no tengo otra cosa que la vida para consagrar a la salud de esas almas –escribió– quisiera tener mil para consumarlas con tal fin” (Escritos, 2271).
Hermanos y hermanas, San Daniel testimonia el amor del buen Pastor, que va a buscar a quien está perdido y da la vida por el rebaño. Su celo nació enérgico y profético en el oponerse a la indiferencia y a la exclusión. En las cartas se refería apremiante a su amada Iglesia, que por demasiado tiempo había olvidado a África.
El sueño de Comboni es una Iglesia que hace causa común con los crucificados de la historia, para experimentar con ellos la Resurrección. Yo, en este momento, os hago una sugerencia. Pensar en los crucificados en la historia de hoy. Hombres, mujeres, niños, ancianos, todos, que son crucificados por historias de injusticias, de dominaciones.