En el tradicional homenaje a María Inmaculada, realizado el 8 de diciembre en la Plaza de España, en el centro de Roma, el Papa Benedicto XVI remarcó que “Jesús es la alegría de María y la alegría de la Iglesia”.

El Santo Padre señaló que “la alegría de María es plena, porque en su corazón no hay sombra de pecado. Esta alegría coincide con la presencia de Jesús en su vida: Jesús concebido y llevado en el vientre, después niño confiado a sus cuidados maternos, adolescente y joven y hombre maduro. Jesús que parte de casa, seguido a distancia con la fe hasta la Cruz y la Resurrección”.

Benedicto XVI señaló que María Inmaculada “nos habla de la alegría, la verdadera alegría que se extiende en el corazón liberado del pecado”.

Mientras que “el pecado trae consigo una tristeza negativa, que nos induce a encerrarnos en sí mismos”, señaló el Papa, “la Gracia trae la verdadera alegría que no depende de la posesión de las cosas, sino que tiene sus raíces en lo más íntimo, en lo más profundo de la persona, y que nada ni nadie puede quitar”.

“El cristianismo es esencialmente un ‘evangelio’, una ‘buena noticia’, mientras que algunos piensan que es un obstáculo a la alegría, ya que lo ven en él una serie de prohibiciones y reglas”.

El Santo Padre remarcó que “en realidad, el cristianismo es el anuncio de la victoria de la Gracia sobre el pecado, de la vida sobre la muerte”.

Si esto “implica algunos sacrificios y disciplina de la mente, del corazón y del comportamiento”, explicó el Papa, “es precisamente porque en el hombre hay la raíz venenosa del egoísmo, que perjudica a sí mismos y a los demás. Por tanto, debemos aprender a decir no a la voz del egoísmo y a decir sí a la del amor auténtico”.

Benedicto XVI también indicó que siempre es motivo de sorpresa y reflexión “el hecho de que el momento decisivo para el futuro de la humanidad, el momento en que Dios se hizo hombre, está rodeado de un gran silencio”.

“El encuentro entre el mensajero divino y la Virgen Inmaculada pasa totalmente desapercibido: nadie sabe, nadie habla de ello. Es un acontecimiento que, si hubiera sucedido en nuestro tiempo, no dejaría huella en los periódicos y en las revistas, porque es un misterio que sucede en el silencio”.

El Santo Padre subrayó que “lo que es realmente grande a menudo pasa desapercibido y el silencio apacible se revela más fructífero que la frenética agitación que caracteriza nuestras ciudades, pero que - con las debidas proporciones - se vivía ya en las grandes ciudades de entonces, como Jerusalén”.

Esta agitación, explicó el Papa, corresponde a “aquel activismo que nos impide detenernos, estar tranquilos, escuchar el silencio en el que el Señor hace oír su voz discreta”.

“María, el día que recibió el anuncio del Ángel, estaba recogida y al mismo tiempo abierta a la escucha de Dios. En ella no había obstáculo alguno, ninguna pantalla, nada que la separa de Dios”.

Benedicto XVI señaló que “este es el significado de su ser sin pecado original: su relación con Dios está libre de la más mínima imperfección, no hay separación, no hay sombra de egoísmo, sino una sintonía perfecta: su pequeño corazón humano está perfectamente ‘centrado’ en el gran corazón de Dios”.

“La voz de Dios no se reconoce en el ruido y la agitación; su diseño en nuestra vida personal y social no se percibe quedándose en la superficie, sino yendo a un nivel más profundo, donde las fuerzas no son de índole económica o política, sino morales y espirituales. Es allí, donde María nos invita a ir y a sintonizar con la acción de Dios”.