Sábado 23 de febrero


Evangelio según Mateo, capítulo 5, versículos del 43 al 48

43 "Oísteis que fue dicho: "Amarás a tu prójimo, y odiarás a tu enemigo". 44 Mas Yo os digo: "Amad a vuestros enemigos, y rogad por los que os persiguen, 45 a fin de que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace levantar su sol sobre malos y buenos, y descender su lluvia sobre justos e injustos. 46 Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿Los mismos publicanos no hacen otro tanto? 47 Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis vosotros de particular? ¿No hacen otro tanto los gentiles? 48 Sed, pues, vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto".

Comentario

43. Odiarás a tu enemigo: Importa mucho aclarar que esto jamás fue precepto de Moisés, sino deducción teológica de los rabinos que "a causa de sus tradiciones habían quebrantado los mandamientos de Dios" (15, 9 ss.; Marc. 7, 7 ss.) y a quienes Jesús recuerda la misericordia con palabras del A. T. (9, 3; 12, 7). El mismo Jesús nos enseña que Yahvé - el gran "Yo soy" - cuya voluntad se expresa en el Antiguo Testamento, es su Padre (Juan 8, 54) y no ciertamente menos santo que El, puesto que todo lo que El tiene lo recibe del Padre (11, 27), al cual nos da precisamente por Modelo de la caridad evangélica, revelándonos que en la misericordia está la suma perfección del Padre (5, 48 y Luc. 6, 35). Esta misericordia abunda en cada página del A. T. y se le prescribe a Israel, no sólo para con el prójimo (Ex. 20, 16; 22, 26; Lev. 19, 18; Deut. 15, 12; 27, 17; Prov. 3, 28, etc.), sino también con el extranjero (Ex. 22, 21; 23, 9; Lev. 19, 33; Deut. 1, 16; 10, 18; 23, 7; 24, 14; Mal. 3, 5, etc.). Véase la doctrina de David en S. 57, 5.
Lo que hay es que Israel era un pueblo privilegiado, cosa que hoy nos cuesta imaginar, y los extranjeros estaban naturalmente excluidos de su comunidad mientras no se circuncidaban (Ex. 12, 43; Lev. 22, 10; Núm. 1, 51; Ez. 44, 9), y no podían llegar a ser sacerdote, ni rey (Núm. 18, 7; Deut. 17, 15), ni casarse con los hijos de Israel (Ex. 34, 16; Deut. 7, 3; 25, 5; Esdr. 10, 2; Neh. 13, 27). Todo esto era ordenado por el mismo Dios para preservar de la idolatría y mantener los privilegios del pueblo escogido y teocrático (cf. Deut. 23, 1 ss.), lo cual desaparecería desde que Jesús aboliese la teocracia, separando lo del César y lo de Dios. Los extranjeros residentes eran asimilados a los israelitas en cuanto a su sujeción a las leyes (Lev. 17, 10; 24, 16; Núm. 19, 10; 35, 15; Deut. 31, 12; Jos. 8, 33); pero a los pueblos perversos como los amalecitas (Ex. 17, 14; Deut. 25, 19), Dios mandaba destruirlos por ser enemigos del pueblo Suyo (cf. S. 104, 14 ss. y nota). ¡Ay de nosotros si pensamos mal de Dios (Sab. 1, 1) y nos atrevemos a juzgarlo en su libertad soberana! (cf. S. 147, 9 y nota). Aspiremos a la bienaventuranza de no escandalizarnos del Hijo (11, 6 y nota) ni del Padre (Juec. 1, 28; 3, 22; I Rey. 15, 2 ss). "Cuidado con querer ser más bueno que Dios y tener tanta caridad con los hombres, que condenemos a Aquel que entregó su Hijo por nosotros

44. Como se ve, el perdón y el amor a los enemigos es la nota característica del cristianismo. Da a la caridad fraterna su verdadera fisonomía, que es la misericordia, la cual, como lo confirmó Jesús en su Mandamiento Nuevo (Juan 13, 34 y 15, 12), consiste en la imitación de su amor misericordioso. El cristiano, nacido de Dios por la fe, se hace coheredero de Cristo por la caridad (Lev. 19, 18; Luc. 6, 27; 23, 34; Hech. 7, 59; Rom. 12, 20).

48. Debe notarse que este pasaje se complementa con el de Luc. 6, 36. Aquí Jesús nos ofrece como modelo de perfección al Padre Celestial, que es bueno también con los que obran como enemigos suyos, y allí se aclara y confirma que, en el concepto de Jesús, esa perfección que hemos de imitar en el divino Padre, consiste en la misericordia (Ef. 2, 4; 4, 32; Col. 3, 13). Y ¿por qué no dice aquí imitar al Hijo? Porque el Hijo como hombre es constante imitador del Padre, como nos repite tantas veces Jesús (Juan, 5, 19 s. y 30; 12, 44 s. y 49; etc.), y adora al Padre, a quien todo lo debe. Sólo el Padre no debe a nadie, porque todo y todos proceden de El (Juan 14, 28.).

Estos comentarios corresponden a la versión electrónica de la Biblia y Comentario de Mons. Juan Straubinger, cortesía de VE Multimedios