Respuestas del Papa a los Jóvenes
¿Que importancia tiene el diálogo
y el anuncio?
¿Quién es Jesucristo?
¿Qué dice el Evangelio
sobre los problemas de hoy?
¿Porqué el Papa se encuentra
con los hombres de estado?
¿Porqué decimos que
la Iglesia es una y Universal?
¿Cómo lograr la felicidad
en el mundo de hoy?
¿Porqué aceptar las
exigencias del orden moral?
¿En qué consiste la
vocación cristiana?
¿En qué consiste la
vocación sacerdotal o religiosa?
¿Qué importancia tiene
la oración hoy?
¿Cuál es el ministerio
del Papa?
¿Cómo ser fiel a la
Palabra de Dios?
¿Confía el Papa en
la unidad entre los cristianos?
¿Cómo promover la paz
y la justicia en el mundo?
¿Cómo ayudar al desarrollo
del tercer mundo?
¿Cómo ser testigo de
Cristo?
¿Cuál es la tarea de
los jóvenes y las jóvenes en la Iglesia?
LAS RESPUESTAS
Diálogo y Anuncio
Os doy gracias por este encuentro que habéis
querido organizar como una especie de diálogo. Habéis querido
hablar con el Papa. Lo cual es muy importante por dos razones.
La primera, porque este modo de actuar nos traslada
directamente a Cristo; en Él se desarrolla constantemente un diálogo,
una conversación de Dios con el hombre y del hombre con Dios.
Cristo -como habéis oído- es el Verbo,
la Palabra de Dios. Es el Verbo eterno. Este Verbo de Dios, como el hombre,
no es la palabra de un "gran monólogo", sino que es la Palabra
del "diálogo incesante" que se desarrolla en el Espíritu
Santo. Sé que esta frase es difícil de comprender, pero yo la
digo igualmente y os la dejo para que la meditéis. ¿No hemos,
quizá, celebrado esta mañana el misterio de la Santísima
Trinidad?
La segunda razón es ésta: el diálogo
responde a mi convicción personal de que ser el servidor del Verbo, de
la Palabra, quiere decir "anunciar" en el sentido de "responder".
Para responder conviene conocer las preguntas. Por eso está bien que
las hayáis planteado; de otra forma habría tenido yo que adivinarlas
para poderos hablar, para poderos responder.
He llegado a esta convicción no sólo
a causa de mi antigua experiencia como profesor a través de la cátedra
o en los grupos de trabajo, sino sobre todo a través de mi experiencia
de predicador; en las homilías o durante los retiros espirituales. Y
la mayoría de las veces yo me dirigía a los jóvenes; era
a los jóvenes a quienes ayudaba a encontrar al Señor, a escucharlo
y también a responderle.

¿Quién es Jesucristo?
Vuestra pregunta central se refiere a Jesucristo.
Queréis oírme hablar de Jesucristo y me preguntáis quien
es para mí, Jesucristo.
Permitidme que yo os devuelva la misma pregunta
y os diga: para vosotros, ¿quién es Jesucristo? De ese modo, y
sin eludir la cuestión, os diré también mi respuesta, diciendo
lo que es para mí.
El Evangelio todo entero es el diálogo con
el hombre, las diversas generaciones, con las naciones, con las diversas tradiciones...,
pero siempre y continuamente un diálogo con el hombre, con cada hombre,
uno, único, absolutamente singular.
Al mismo tiempo, se encuentran muchos diálogos
en el Evangelio. Entre ellos, considero especialmente elocuente el diálogo
de Cristo con el joven rico.
Voy a leeros el texto, porque quizá no todos
vosotros lo recordáis bien. Es el capítulo 19 del evangelio de
Mateo.
"Acercósele uno y le dijo: 'Maestro,
¿qué obra buena he de realizar para alcanzar la vida eterna?'
Él le dijo: '¿Por qué me preguntas sobre lo bueno? Uno
sólo es bueno: Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos'.
Díjole él: ¿Cuáles? Jesús respondió:
'No matarás, no adulterarás, no hurtarás, no levantarás
falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre, y ama al prójimo como
a ti mismo'. Díjole el joven: 'todo esto lo he guardado. ¿Qué
me queda aún? Dijole Jesús: 'Si quieres ser perfecto ve, vende
cuanto tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos, y
ven y sígueme'. Al oír esto el joven se fue triste porque tenía
muchos bienes".
¿Por qué Cristo dialoga con este
joven? La respuesta se lee en el texto evangélico. Y vosotros me preguntáis
por qué yo, en todas partes adonde voy, quiero encontrarme con los jóvenes.
Respondo: porque "el joven" significa
el hombre que, de manera especial, de manera decisiva; está en trance
de "formación". Eso no quiere decir que el hombre no se esté
formando durante toda su vida; se dice que "la educación comienza
ya antes del nacimiento" y dura hasta el último día. Sin
embargo, la juventud, desde el punto de vista de la formación, es un
periodo especialmente importante, rico y decisivo. Y si reflexionáis
sobre el diálogo de Cristo con el joven rico encontraréis la confirmación
de lo que acabo de decir.
Las preguntas de ser joven son esenciales. Las
respuestas lo son también.

El Evangelio y los problemas
de hoy
Esas preguntas y esas respuestas no son esenciales
solamente para el joven en cuestión, importantes por su situación
de entonces; son igualmente de primera importancia y esenciales para el tiempo
actual. Por eso, a la cuestión de saber si el Evangelio puede responder
a los problemas de los hombres de hoy, yo respondo: no solamente "es capaz
de ello, sino que hay que ir más lejos; sólo el Evangelio da una
respuesta total, que va completamente hasta el fondo de las cosas".
He dicho al comienzo que Cristo es el Verbo, la
Palabra de un diálogo incesante. Él es el diálogo, el diálogo
con todo hombre, si bien algunos no se presenten a él, ni todos sepan
como llevarlo adelante, e incluso hay quienes rechazan explícitamente
ese diálogo. Se alejan... Y, sin embargo..., quizás ese diálogo
sigue entablado también con ellos. Yo estoy convencido de que es así.
Más de una vez este diálogo "se desvela" de modo inesperado
y sorprendente.

El contacto con los hombres
de estado
Recojo también vuestra pregunta con la que
queréis saber por qué, en los diversos países donde voy,
y también en Roma, hablo con los diversos Jefes de Estado.
Simplemente, porque Cristo habla con todos los
hombres, con todo hombre. Por otra parte, pienso que -no lo dudéis- no
hay menos cosas que decir a los hombres que tiene tan grandes responsabilidades
sociales que al joven del Evangelio, y que a cada uno de vosotros.
A vuestra pregunta sobre el tema de mis conversaciones
con los Jefes de Estado, responderé que yo les hablo muy a menudo precisamente
de los jóvenes. No en balde, de la juventud depende "el día
de mañana". Estas últimas palabras están sacadas de
una canción que los jóvenes polacos de vuestra edad cantan frecuentemente:
"De nosotros depende el día de mañana. Yo también
la he cantado más de una vez con ellos. Por otra parte, me ha gustado
siempre mucho cantar canciones con los jóvenes, por la música
y por las palabras. Evoco este recuerdo porque me habéis hecho preguntas
sobre mi patria; pero para responder a ello, tendría que hablaros más
detenidamente.

La Iglesia es una y Universal
Evidentemente esta pregunta es más amplia
y va mucho más allá de cuanto acabo de decir respecto a la Iglesia
en Francia o en Polonia. En efecto, una y otra son "occidentales",
ya que pertenecen al mismo ámbito de la cultura europea y latina, pero
mi respuesta será la misma. Por su naturaleza, la Iglesia es una y universal.
Llega a ser Iglesia de cada nación, o de los continentes, o de las razas,
a causa y en la medida en que esas sociedades aceptan el Evangelio y hacen de
él, por así decirlo, propiedad suya. Recientemente he estado en
África. Todo indica que las jóvenes Iglesias de ese continente
tiene plena conciencia de ser africanas. Y aspiran conscientemente a vincular
el cristianismo con las tradiciones de sus culturas. En Asia, y sobre todo en
el Extremo Oriente, se cree frecuentemente que el cristianismo es la religión
"occidental", y, sin embargo, yo no dudo de que las Iglesia allí
establecidas sean Iglesia "asiáticas".

La felicidad en el mundo de
hoy
El joven del Evangelio pregunta: "Señor
¿qué obra buena he de realizar para alcanzar la vida eterna?"
(Mt. 19, 16).
Y ahora vosotros planteáis esta cuestión:
¿Se puede ser feliz en el mundo de hoy?
¡En verdad os planteáis la misma pregunta
del joven! Cristo le responde -a él y también a vosotros, a cada
uno de vosotros-: Sí, se puede. Esto es, en efecto lo que responde aunque
sus palabras sean aquellas: "Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos"
(Mt. 19, 17) Y responderá también más adelante: "Si
quieres ser perfecto, ve vende cuanto tienes, dalo a los pobres, y ven y sígueme"
(cf. Mt. 19, 21)
Estas palabras significan que el hombre no puede
ser feliz más que en la medida en que es capaz de aceptar las exigencias
que le plantea su propia humanidad, su dignidad de hombre, Las exigencias que
le plantea Dios.

Las exigencias del orden moral
Así, pues, Cristo no responde solamente
a la pregunta de si se puede ser feliz, sino que dice además cómo
se puede ser feliz, en qué condiciones. Esta respuesta es totalmente
original y no puede ser superada; ni puede dejar de tener vigencia. Debéis
reflexionar mucho sobre ella y adaptarla a vosotros mismos. La respuesta de
Cristo comprende dos partes. En la primera, se trata de observar los mandamientos.
Y aquí, yo haría una digresión motivada por una de vuestras
preguntas sobre los principios que la Iglesia enseña en el terreno de
la moral sexual. Exponéis vuestra preocupación al ver que son
difíciles y que los jóvenes podrían, precisamente por esa
razón, alejarse de la Iglesia. Y yo os respondo: si pensáis en
esta cuestión seriamente y vais al fondo del problema, os aseguro que
os daréis cuenta de una sola cosa: en este terreno, la Iglesia plantea
solamente las exigencias que están estrechamente ligadas al amor matrimonial
y conyugal verdadero, es decir, responsable. Exige lo que requiere la dignidad
de la persona y el orden social fundamental. Yo no niego que haya exigencias.
Pero es justamente ahí donde se halla el punto clave del problema: el
hombre se realiza a sí mismo solamente en la medida en que sabe imponerse
a sí mismo esas exigencias. En caso contrario, se aleja "todo triste",
como acabamos de leer en el Evangelio. La permisividad moral no hace a los hombres
felices. La sociedad de consumo no hace a los hombres felices. No lo han hecho
jamás.

La vocación cristiana
En el diálogo de Cristo con el joven. hay
como he dicho, dos fases. En la primera se trata de los mandamientos del Decálogo,
es decir, las exigencias fundamentales de toda moralidad humana. En la segunda,
Cristo dice: "Si quieres ser perfecto... ven y sígueme" (Mt.
19, 21)
Este "ven y sígueme" es un punto
central y culminante de todo este episodio. Esas palabras indican que no se
puede aprender del cristianismo como una lección compuesta de numerosos
y diversos capítulos, sino que hay que enlazarlo siempre con una Persona,
con una persona viviente: con Jesucristo. Jesucristo es el guía, es el
modelo. Se le puede imitar de diversos modos y en diversa medida, hacer de Él
la "regla" de la propia vida.
Cada uno de nosotros es como un "material"
particular del que se puede -siguiendo a Cristo- obtener cierta forma concreta,
única y absolutamente singular de la vida, que puede llamarse la vocación
cristiana. Sobre este punto se han dicho muchas cosas en el último Concilio,
por lo que se refiere a la vocación de los laicos.

La vocación sacerdotal
o religiosa
Habéis hecho otra pregunta sobre mi propia
vocación sacerdotal. Trataré de responderos brevemente, siguiendo
la línea de vuestra pregunta. Así, pues, diré en todo:
hace dos años que soy Papa hace más de veinte que soy obispo,
y, sin embargo, para mí sigue siendo lo más importante el hecho
de ser sacerdote. El hecho de poder diariamente celebrar la Eucaristía,
de poder renovar el propio sacrificio de Cristo, ofreciendo en Él todas
la cosas al Padre: el mundo, la humanidad, yo mismo. En eso, ciertamente, consiste
la justa dimensión de la Eucaristía. Por eso también tengo
presente en mi memoria ese desarrollo interior, mediante el cual "yo oí"
el llamamiento Cristo al sacerdocio, ese especial "ven y sígueme".
Al confiaros estas cosas, yo exhorto a cada uno
y cada una de vosotros, a que prestéis mucha atención a esas palabras
evangélicas. Con ello se formará hasta el fondo vuestra humanidad
y se definirá la vocación cristiana de cada uno de vosotros. Y
quizá, por vuestra parte, oiréis también la llamada al
sacerdocio o a la vida religiosa. Francia, hasta hace poco tiempo, era rica
de vocaciones. Ha dado, entre otras cosas, a la Iglesia muchos misioneros y
muchas religiosas misioneras. Ciertamente Cristo continúa hablando en
las orillas del Sena y dirige siempre la misma llamada. Escuchad atentamente.
Conviene en la Iglesia nunca falten quienes "han sido escogidos de entre
los hombres", a los cuales Cristo establece de modo especial, "para
el bien de los hombres" (Heb. 5, 1) y envía a los hombres.

La oración
Habéis hecho también una pregunta
sobre la oración. La oración puede definirse de muchas maneras.
Pero la más frecuente es llamarla un coloquio, una conversación,
un entretenerse con Dios. Al conversar con alguien no solamente hablamos, sino
que demás escuchamos. La oración, por lo tanto, es también
una escucha. Consiste en ponerse a escuchar la voz interior de la gracia. A
escuchar la llamada. Y entonces, ya que me preguntáis como reza el Papa,
os respondo: como todo cristiano; habla y escucha. A veces, reza sin palabras,
y es entonces cuando más escucha. Lo más importante es precisamente
lo que "oye". Trata también de unir la oración a su
obligaciones, a sus actividades, a su trabajo y unir su trabajo a la oración.
De esa mera, día tras día, trata de cumplir su "servicio",
su "ministerio", que se deriva de la voluntad de Cristo y de la tradición
viviente de la Iglesia.

El ministerio del Papa
Me preguntáis también como veo yo
ese servicio ahora que va ha hacer dos años que fui llamado a ser Sucesor
de Pedro. Lo veo sobre todo como una maduración en el sacerdocio y como
la permanencia en la oración como María, la Madre de Cristo, a
ejemplo de los Apóstoles, que eran asiduos en la oración, dentro
del cenáculo de Jerusalén, cuando recibieron el Espíritu
Santo. Además de esto, encontraréis mi respuesta a esa pregunta
al examinar las restantes. Y sobre todo la que se refiere a la realización
del Concilio Vaticano II (pregunta número 14) Preguntáis si es
posible. Y yo respondo: no solamente es posible la realización del Concilio.
Sino que es necesaria. Y esta respuesta es ante todo la respuesta de la fe.
Es la primer respuesta que di la mañana siguiente a mi elección.
ante los cardenales reunidos en la capilla Sixtina. Es la respuesta que me di
a mismo y los demás primeramente como obispo y como cardenal y es la
respuesta que doy constantemente, es ese el problema principal. Creo que, a
través del Concilio, se han realizado para la Iglesia en nuestra época
las palabras de Cristo, con las que prometio a su Iglesia el Espíritu
de verdad, que conducía a las almas y los corazones de los Apóstoles
y de sus sucesores, permitiéndoles permanecer en la verdad, realizando
a la luz de esa verdad "los signos de los tiempos". Es justamente
lo que el Concilio ha hecho en función de las necesidades de nuestro
tiempo, de nuestra época, Creo que, gracias al Concilio, el Espíritu
Santo "habla" a la Iglesia. Digo esto, recogiendo la expresión
de San Juan. Nuestro deber es comprender, de modo firme y honrado, lo que "dice
el Espíritu" y ponerlo en práctica, evitando las posibles
desviaciones, desde cualquier punto de vista, del camino que el Concilio ha
trazado.

Fidelidad a la Palabra de Dios
El servicio del obispo, y en particular el del
Papa, esta ligado a una responsabilidad especial en relación a lo que
dice el Espíritu: está ligado a esa responsabilidad por lo que
respecta al conjunto de la fe de la Iglesia y de la moral cristiana. En efecto,
son esa fe y esa moral las que deben enseñar en la Iglesia los Obispos
con el Papa, vigilando a la luz de la Tradición siempre viva, sobre su
conformidad, con la palabra de Dios revelada. Por eso deben a veces darse cuenta
también de que ciertas opiniones, ciertas publicaciones manifiestan claramente
la falta de esa conformidad. No constituyen una doctrina autentica de la fe
cristiana y de la moral. Y al hablar de esto respondo a una de vuestras preguntas
. Si tuviéramos más tiempo, podría dedicar a este problema
una exposición más amplia, sobre todo porque en este terreno abundan
las informaciones falsas y las explicaciones erróneas; pero hoy hemos
de contentarnos con esta pocas palabras.

El don de la unidad entre los
cristianos
Querríais saber si yo espero la unidad de
las iglesias y cómo me la figuro. Os responderé lo mismo que a
propósito de la aplicación del Concilio. También ahí
veo una llama particular del Espíritu Santo. Por lo que respecta a su
realización a las diversas etapas de esta realización, encontramos
en la enseñanza del Concilio todos los elementos fundamentales. Estos
son los que hay que poner en práctica, buscando sus aplicaciones concretas
y, sobre todo, rogando siempre con fervor, constancia y humildad. La unión
de los cristianos no puede realizarse más que con una maduración
profunda en la verdad una conversión constante de los corazones. Todo
esto debemos hacerlo según nuestras capacidades humanas, revisando todos
los "procesos históricos" que han durado tantos siglos, Pero,
en definitiva, esta unión, por la que no debemos ahorrar ni esfuerzo
ni trabajos, será el don de Cristo a su Iglesia. Como ya es de hecho
un don suyo el que hayamos entrado en el camino de la unidad.

Promover la paz y la justicia
en el mundo
Siguiendo con la lista de vuestras preguntas os
respondo. Ya he hablado muchas veces de los deberes de la Iglesia en el campo
de la justicia y de la paz, siguiendo la estela de las actividades de mis grandes
predecesores Juan XXIII y Pablo VI. Hago referencia a todo esto porque me habéis
preguntado: ¿qué podemos hacer por esta causa nosotros lo jóvenes?
¿Podemos hacer algo para impedir una nueva guerra, una catástrofe
que sería incomparablemente más terrible que la anterior? Creo
que, en la formulación misma de vuestras preguntas, encontraréis
la respuesta esperada. Leed esas preguntas, meditadlas. Haced de ellas un programa
comunitario, un programa de vida. Vosotros los jóvenes tenéis
ya la posibilidad de promover la paz y la justicia allí donde estáis,
en vuestro mundo. Eso supone ya actitudes precisas de acierto al enjuiciar la
verdad sobre vosotros mismos y sobre los otros, un deseo de justicia basado
sobre el respeto de los demás a sus diferencias, a sus derechos importantes;
así se prepara un clima de fraternidad para el mañana, cuando
vosotros tengáis grandes responsabilidades en la sociedad. Si se quiere
hacer un mundo nuevo y fraternal, conviene preparar hombres nuevos.

Ayudar al desarrollo del tercer
mundo
Y ahora, la pregunta sobre el Tercer Mundo. Es
un gran tema histórico, cultural, de civilización. Pero es sobre
todo un problema moral. Preguntáis con toda razón cuales deben
ser las relaciones entre nuestro país y los países del Tercer
Mundo: de África y de Asia, Hay ahí, efectivamente, grandes obligaciones
de orden moral. Nuestro mundo "occidental" es al mismo tiempo "septentrional"
(europeo o Atlántico) Sus riquezas y su progreso deben mucho a los recursos
y a los hombre de estos continentes. En la nueva situación en que nos
encontramos después del Concilio, no se puede continuar buscando allí
solamente la fuente de un enriquecimiento ulterior y del propio progreso. Se
debe conscientemente y organizándose para ello, ayudarles en su desarrollo.
Ese es quizá el problema más importante por lo que respecta a
la justicia y a la paz en el mundo de hoy y de mañana. La solución
de ese problema depende de la generación actual, y dependerá de
vuestra generación y de las que seguirán. Aquí también
se trata de continuar el testimonio dado a Cristo y a la Iglesia por muchas
generaciones anteriores de misiones, religiosos y laicos.

Ser testigo de Cristo
Y ahora la pregunta sobre cómo ser hoy testigos
de Cristo. Es la cuestión fundamental, la continuación de la meditación
central de nuestro diálogo, la conversación de Jesús con
el joven. Cristo le dice "sígueme". Es lo que le dijo a Simón,
hijo de Juan, a quien dio el nombre de Pedro; a su hermano Andrés, a
los hijos de Zebedeo, a Natanael. Dijo "sígueme" para repetir
luego, después de la resurrección "seréis mis testigos"
(Act. 1, 8). Para ser testigos de Cristo, para dar testimonio de El, ante todo
hay que seguirle. Hay que aprender a conocerle, hay que ponerse por decirlo
así, en su escuela, penetrar todo su misterio. Es una tarea fundamental
y central. Sino lo hacemos así, si no estamos dispuestos a hacerlo constante
y honradamente, nuestro testimonio corre el riesgo de ser superficial y exterior.
Corre el riesgo de no ser un testimonio, Si, por el contrario seguimos atentos
a esto, el mismo Cristo nos enseñará, mediante su Espíritu,
lo que tenemos que hacer, cómo debemos comportarnos, en qué y
cómo debemos comprometernos, cómo llevar adelante el diálogo
con el mundo contemporáneo, ese diálogo que Pablo VI denominó
dialogo de salvación.

Tarea de los jóvenes
y las jóvenes en la Iglesia
Por consiguiente, si me preguntáis "¿Qué
debemos hacer en la Iglesia, sobre todo nosotros los jóvenes?" tengo
que responderos: aprender a conocer a Cristo. Constantemente. Aprender de Cristo.
En Él se encuentran verdaderamente los tesoros insondables de la sabiduría
y de la ciencia. En el, el hombre, sobre quien pesan sus limitaciones, sus vicios,
sus debilidades y sus pecados, se convierte realmente el "hombre nuevo",
se convierte en el hombre "para los demás" y se convierte también
en la gloria de Dios, porque la gloria de Dios, como dijo en el siglo II San
Ireneo de Lyon, obispo y mártir, es el "hombre viviente". La
experiencia de dos milenios nos enseña que, en esta obra fundamental,
la misión de todo el Pueblo de Dios no existe ninguna diferencia esencial
entre el hombre y la mujer. Cada uno en su genero según as característica
específicas de la feminidad y la masculinidad, llega a ser ese "hombre
nuevo", es decir, ese hombre "para los demás" y, como
hombre viviente, llega hacer la gloria de Dios, en el sentido jerárquico,
está dirigida por los sucesores de los apóstoles, y, por lo tanto,
por hombres, es todavía más verdad que, en el sentido carismático,
las mujeres la "conducen" igualmente, e incluso mejor todavía:
os invito pensar frecuentemente en María, la Madre de Cristo.
Antes de concluir este testimonio basado en vuestras
preguntas, quisiera una vez más dar las gracias muy especialmente a los
numerosos representantes de la juventud francesa que, antes de mi llegada a
París, me enviaron millares de cartas. Os agradezco el que hayáis
manifestado este vínculo, esta comunión, esta corresponsabilidad.
Y deseo que ese vinculo, esta comunión y esa corresponsabilidad continúen
ahondándose y desarrollándose tras nuestro encuentro de esta noche.
Os pido también que reforcéis vuestra
unión con los jóvenes de toda la Iglesia y de todo el mundo, en
el Espíritu de esta certeza de que Cristo es nuestro camino, la verdad
y la vida (cf. Jn. 14, 6)
Unámonos ahora en esa oración que
Él mismo nos enseñó, cantando el "Padre Nuestro".
Y recibid todos, para vosotros, para los chicos y chicas de vuestra edad, para
vuestras familia y para los hombres que más sufren la bendición
del Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro.
"Padre nuestro que estas en los cielos, santificado
sea tu nombre, venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad, así
en la tierra como en el cielo. El pan nuestro de cada día dánosle
hoy, y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos
a nuestros deudores. Y no nos dejes caer en la tentación, más
líbranos del mal, Amén".
El Papa a los jóvenes de Francia, Junio
de 1980