Su "rabia", su fuerte reacción, explicó el predicador, nacen de la constatación de la "depravación religiosa y social" creados por los nuevos escenarios introducidos en Israel en los sistemas de comercio, de defensa militar, pero también en el campo de la agricultura. Novedad que han producido bienestar y algún "vértigo" de más. Y aquí también se añade la llegada de nuevos personajes que terminan por aturdir al pueblo.
Ante esta situación de "progresiva depravación y de pérdida de identidad moral y religiosa", el Dios viviente –que no es un "simulacro" – termina por ser considerado bueno, sólo para la gente "atrasada". Por esto la dura reacción de Elías, que amenaza al pueblo, sin ser enviado por Dios.
Entonces Dios se hace sentir, diciendo a Elías que se vaya. La realidad, recordó el sacerdote, es que "Elías no sustituye a Dios pero debe ser conducido por su palabra", debe "escuchar, obedecer" y "dejar que Dios sea el único Dios".
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