29 de diciembre de 2025 Donar
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Musulmanes bosnios asesinaron a su familia, pero él los perdonó y se hizo sacerdote

El sacerdote bosnio presentó el pasado 18 de diciembre, del Mensaje del Papa para la Jornada Mundial de la Paz 2026, que se celebrará el próximo 1 de enero./ Crédito: captura de pantalla Vatican Media

El sacerdote bosnio Pero Miličević conoció el rostro más cruel de la guerra siendo apenas un niño. El 28 de julio de 1993, un grupo de milicianos musulmanes del Ejército de Bosnia y Herzegovina irrumpió en su aldea natal, Dlkani, en el municipio de Jablanica. En apenas una mañana fueron asesinadas 39 personas, entre ellas su padre y varios miembros de su familia.

“Fue la experiencia de la oscuridad y del mal de la guerra”, resumió ante los periodistas en la Oficina de Prensa de la Santa Sede, durante la presentación, el pasado 18 de diciembre, del Mensaje del Papa para la Jornada Mundial de la Paz 2026, que se celebrará el próximo 1 de enero.

Treinta y dos años después de aquella jornada de terror, aquel niño, que perdió de golpe la inocencia, habla hoy con la serenidad de un sacerdote. El P. Miličević tenía sólo siete años cuando los disparos interrumpieron su infancia. Estaba jugando con su hermano gemelo y otro de sus hermanos mayores cuando comenzaron las ráfagas. “Los proyectiles pasaron por encima de nuestras cabezas”, recordó.

Su madre y su hermana los arrastraron al interior de la casa para ponerlos a salvo. Su padre, Andrija, no estaba allí. Había salido al campo para ayudar a una tía pero también lo asesinaron. Tenía 45 años. Su madre, Ruža, quedó viuda con nueve hijos, siete de ellos menores de edad.

Ese mismo día fueron asesinadas también dos hermanas de su madre y varios primos. “Cuando muere uno ya es terrible; cuando mueren tres hijos, como le pasó a mi tía, no sé cómo el corazón de una madre no se rompe”, confesó el sacerdote, con la voz contenida.

Siete meses retenidos en un campo de prisioneros

La devastación de aquel 28 de julio no terminó con la matanza. Su madre y sus hermanos fueron deportados a un campo de prisioneros conocido como el “Museo”, en Jablanica, junto a unos 300 católicos croatas. Permanecieron allí siete meses.

Las condiciones eran extremas. “No teníamos comida suficiente, no había higiene y dormíamos sobre frías losas de granito”, relató. La muerte formaba parte del día a día, pero —explicó— el dolor físico y el hambre no eran comparables a la angustia de no saber qué iba a ser de ellos.

“Nunca habríamos resistido sin la fe"

Lo que los sostuvo fue una fe sencilla, heredada de su madre: el rezo diario del Rosario. “Nunca habríamos resistido sin la fe, la oración y la necesidad de paz”, afirmó.

En aquel encierro, la tentación de la venganza era constante. Sin embargo, el P. Miličević asegura que salió del campo con una convicción firme: “Había que mantener la paz en el corazón y no pensar en la venganza”.

Cuando finalmente fueron liberados, llegó otro golpe devastador. El cuerpo de su padre había permanecido siete meses a la intemperie, sin sepultura. Sólo entonces pudieron enterrarlo. “Su cuerpo había quedado sin enterrar; lo que sepultamos fueron sus huesos”, explicó.

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A menudo le preguntan cómo fue capaz de soportar tanto sufrimiento. Su respuesta no ha cambiado con los años: la fe. “Esa educación en Dios nos alimentó y nos ayudó a atravesar horrores que ningún niño debería ver”, aseguró.

El perdón, sin embargo, fue un proceso. No llegó de inmediato hasta su corazón. El P Miličević reconoció sin rodeos que al principio le dominó la rabia. Durante años, el dolor permaneció abierto. Sin embargo, el verdadero punto de inflexión llegó cuando decidió hacerse sacerdote. Fue ordenado en 2012.

"No puede haber paz interior sin perdón"

“Cuando empecé a confesar a los fieles comprendí que no puede haber paz interior sin perdón, y que es necesario enfrentarse a lo vivido”, explicó. Sólo entonces la herida comenzó a cerrarse.

En 2013, veinte años después de su cautiverio, regresó al antiguo campo de prisioneros. “Volví entre lágrimas”, relató. No fue un ajuste de cuentas, sino un paso decisivo hacia la liberación interior.

El sacerdote bosnio volvió a visitar el campo de prisioneros donde estuvo recluido. Foto: radio-medjugorje.

Hoy, su historia encarna el mensaje que León XIV propone para la próxima Jornada Mundial de la Paz. “La paz debe ser vivida, cultivada y custodiada”, subrayó el sacerdote. Y añadió: “El mal se vence con el bien, no con la venganza ni con las armas”.

Citando al Pontífice, recordó que “la bondad es desarmante”. No son los arsenales de armas los que garantizan la paz, sino “corazones dispuestos a acogerla”. Y concluyó con una certeza forjada en la tragedia: “Cuando el hombre busca la justicia, la paz se convierte al mismo tiempo en su obra concreta”.


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