8 de diciembre de 2025 Donar
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¿Qué es el “privilegio español” de la casulla azul por el Día de la Inmaculada?

El Arzobispo de Sevilla, Mons. José Ángel Saiz Meneses, con la casulla azul purísima por la Inmaculada./ Crédito: Arzobispado de Sevilla.

Los sacerdotes de España y las naciones que formaron parte de su imperio tienen el privilegio de vestir una casulla azul purísima por la Solemnidad de la Inmaculada. Es el llamado “privilegio español”, una excepción litúrgica única. 

Esta excepción se oficializó en el siglo XIX, cuando se otorgó a los presbíteros de la Iglesia que peregrina en España (entonces, una nación con territorios en Europa, África y América), para vestir casulla de color azul purísima en la Solemnidad de la Inmaculada.  

Se trata de algo único y notable, ya que la Instrucción General del Misal Romano recoge que los colores litúrgicos son blanco, verde, rojo, morado, negro y rosado.  

En el tiempo de Adviento, cuando se celebra la solemnidad de la Inmaculada, se utiliza casulla morada, salvo el tercer domingo o domingo laetare (de la alegría), que los presbíteros lucen casulla rosa.  

Sin embargo, el uso de la casulla azul en las tierras transcontinentales españolas se remonta tiempo atrás de la proclamación del dogma en 1854. Su primer reconocimiento corrió a cargo del Papa Pío VII en 1817 y fue concedido a la Catedral de Sevilla para la fiesta de la Inmaculada y su octava.  

Este privilegio fue ampliado a toda la archidiócesis hispalense en 1879. Cuatro años más tarde, se extendió a todas las diócesis de España.  

En 1962 se modificó el privilegio español de tal forma que el color azul purísima se utilizara sólo el día de la solemnidad y en las Misas votivas de la Inmaculada. 

Siglos de reflexión teológica 

En España, la defensa de la Inmaculada Concepción de la Virgen María se remonta, no obstante, mucho antes de que se otorgara esta excepción litúrgica y se declarara el tercero de los cuatro dogmas marianos, junto a la Maternidad Divina, la Perpetua Virginidad de María y la Asunción en cuerpo y alma al Cielo.  

En el siglo VII ya defendían la Inmaculada Concepción de la Virgen María San Ildefonso de Toledo y San Isidoro de Sevilla, lo que se plasmó en los Concilios de Toledo IV y XI, en los años 633 y 675.  

En 1484, la portuguesa Santa Beatriz de Silva fundó la Orden de la Inmaculada Concepción en Toledo con ayuda de la Sierva de Dios Isabel de Castilla, la reina católica.  

En el Renacimiento, no fueron pocos los teólogos españoles que realizaron numerosas contribuciones a la reflexión mariológica sobre la Inmaculada Concepción, entre ellos el doctor de la Iglesia San Juan de la Cruz, reformador del carmelo junto a Santa Teresa de Jesús.  

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El escolástico jesuita Francisco de Suárez (1548-1617), una de las figuras más prominentes de la Escuela de Salamanca, realizó un desarrollo de la doctrina mariológica y en defensa de la Inmaculada dentro de la tradición escolástica española. 

El también jesuita Luis de Molina, el franciscano Francisco de Osuna y los dominicos Melchor Cano y Domingo de Soto, contribuyeron a esta defensa en los siglos XVI y XVII. 

La devoción popular a lo largo de los siglos también se debe al impulso de varios monarcas. Además de Isabel de Castilla, su hijo Carlos I y su nieto Felipe II impulsaron la devoción mariana en la corte y sus reinos. Por su parte, el Rey Carlos III estableció en 1761 el “universal patronato de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción en todos los Reinos de España y las Indias”.   

Precisamente la imagen de la Inmaculada es el emblema de la Orden de Carlos III, la más alta condecoración civil que se otorga en España desde 1771.  

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