Al mismo tiempo recuerda que la auténtica pertenencia supone un delicado equilibrio entre unión y libertad: “La pertenencia mutua propia del amor recíproco exclusivo implica un cuidado delicado, un santo temor a profanar la libertad del otro, que tiene la misma dignidad y, por tanto, los mismos derechos”.
El texto es explícito al condenar cualquier uso del otro como mero instrumento. “Quien ama sabe que el otro no puede ser un medio para resolver sus propias insatisfacciones, sabe que su vacío debe llenarse de otras maneras, nunca a través del dominio del otro”, afirma, advirtiendo que muchos deseos malsanos desembocan en “violencia explícita o sutil, opresión, presión psicológica, control y, finalmente, asfixia”.
“Hay que reaccionar a tiempo antes de que aparezcan formas de manipulación o violencia”
Para evitar estas dinámicas destructivas, el documento insiste en que “no existe un modelo único de reciprocidad matrimonial”. Por eso anima a intervenir cuando aparecen señales de deterioro: “Cuando, en lugar de una sana pertenencia recíproca —aunque esto siempre requiera paciencia y generosidad—, se manifiestan en el cónyuge signos de irritación e incluso algunas faltas de respeto, hay que reaccionar a tiempo antes de que aparezcan formas de manipulación o violencia”.
Ese “reaccionar” incluye un acto de afirmación personal. El documento propone una fórmula contundente: “La persona debe hacer valer su dignidad, poner los límites necesarios e iniciar un camino de diálogo sincero, de manera que se exprese un mensaje claro: ‘Tú no me posees, tú no me dominas’”. Y advierte que esta actitud es también un acto de amor, porque “en la lógica del dominio, también quien domina acaba negando su propia dignidad”.
La monogamia, por tanto, se concibe como encuentro entre dos libertades “dejando siempre a salvo un límite que no se puede sobrepasar, que no se puede traspasar con la excusa de alguna necesidad, de una ansiedad personal o de un estado psicológico”.
La exclusividad del matrimonio “no es una posesión”
La madurez conyugal supone comprender que la exclusividad del matrimonio “no es una posesión, sino que deja abiertas muchas posibilidades”. Entre ellas, respetar espacios personales, incluso secretos legítimos: “Por ejemplo, que uno de los dos pida un momento de reflexión, o algún espacio habitual de soledad o autonomía, o que rechace la intrusión del otro en algún ámbito de su intimidad, o que conserve algún secreto personal guardado en el sanctasanctórum de su conciencia sin ser seguido u observado”.
Y a pesar de la plena unión, recuerda que “el matrimonio no nos libera completamente de la soledad, porque el cónyuge no puede alcanzar un espacio que sólo puede ser de Dios, ni llenar un vacío propio que ningún ser humano es capaz de llenar”.
La relación matrimonial, sostiene el documento, siempre remite a Dios como fundamento: “Toda relación amorosa llama silenciosamente a la presencia de un Tercero infinito, que es Dios mismo”.
La caridad conyugal, motor de crecimiento
La segunda gran clave presentada por el Vaticano es la “caridad conyugal” que tiene su centro en la voluntad: “Se expresa en la acción de la voluntad que quiere, elige a alguien, decide entrar en íntima comunión con él, se une libremente a esa persona”. Incluso cuando cambian los ritmos del cuerpo, “la unión afectiva permanece, a veces con gran intensidad, en la voluntad”.
De ahí surge la fidelidad en las pruebas: “Sólo así es posible mantener la fidelidad en los momentos adversos o en la tentación, porque la caridad nos mantiene aferrados a un valor más alto que la satisfacción de las necesidades personales”.
El documento recuerda los innumerables signos cotidianos de estas parejas: “Los numerosos testimonios de parejas en las que los cónyuges se han apoyado mutuamente (…) dando así testimonio de la importancia profética de la monogamia”.
Finalmente, el Vaticano también alerta de que las parejas que se constituyen como un “nosotros” defensivo son, en realidad, “formas idealizadas de egoísmo y de mera autoprotección”. Por eso advierte contra “el riesgo de la ‘endogamia’, es decir, de un ‘nosotros’ cerrado, que contradice la naturaleza misma de la caridad y puede herirla mortalmente”.
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