León XIV en su homilía en la parroquia de Santa Ana en el Vaticano, advirtió que no se puede servir a Dios y a la riqueza, e invitó a los fieles a optar por un estilo de vida centrado en la confianza, la fraternidad y el bien común. Lea aquí la homilía completa.
A propósito, el Evangelio que acaba de proclamarse nos provoca a examinar con atención nuestro vínculo con el Señor y, por lo tanto, entre nosotros. Jesús plantea una alternativa clarísima entre Dios y la riqueza, pidiéndonos que tomemos una posición clara y coherente. «Ningún siervo puede servir a dos señores», por eso «no podéis servir a Dios y al dinero» (cf. Lc 16,13).
No se trata de una elección contingente, como tantas otras, ni de una opción revisable con el tiempo, según las situaciones. Es necesario decidir un verdadero estilo de vida. Se trata de elegir dónde colocar nuestro corazón, de aclarar a quién amamos sinceramente, a quién servimos con dedicación y cuál es realmente nuestro bien.
Por eso Jesús contrapone precisamente la riqueza a Dios: el Señor habla así porque sabe que somos criaturas necesitadas, que nuestra vida está llena de carencias. Desde que nacemos, pobres, desnudos, todos tenemos necesidad de cuidados y afecto, de una casa, de alimento, de vestido.
La sed de riqueza corre el riesgo de ocupar el lugar de Dios en nuestro corazón, cuando creemos que es ella la que salva nuestra vida, como piensa el administrador deshonesto de la parábola (cf. Lc 16,3-7). La tentación es esta: pensar que sin Dios igualmente podríamos vivir bien, mientras que sin riqueza estaríamos tristes y agobiados por mil necesidades.
Ante la prueba de la necesidad nos sentimos amenazados, pero en lugar de pedir ayuda con confianza y compartir con fraternidad, tendemos a calcular, a acumular, volviéndonos suspicaces y desconfiados hacia los demás.