La vocación de Jorge Antonio Escobedo Rosales, un joven seminarista de 27 años originario de la Diócesis de Linares (México), se forjó al calor de la fe de los sencillos.
Cuando era adolescente solía acompañar al sacerdote de su parroquia en sus visitas a las comunidades rurales en el norte del país. “Son zonas retiradas, de muy difícil acceso. Hay que ir en camioneta por caminos de terracería, sin asfaltar. Para ir de una comunidad a otra haces entre media hora y una hora y media. Es desértico, por así decirlo”, explica en conversación con ACI Prensa.
Allí, en medio de los campesinos que rezan con el corazón abierto al cielo y las manos agrietadas tras labrar la tierra, “hay más hambre de Dios”, asegura.
“Son comunidades agrícolas pobres, que viven con lo básico, pero inmensamente felices porque confían plenamente en Dios. Y eso era de admirar mucho”, detalla tras asegurar que estas experiencias fortalecieron su decisión de ser sacerdote.
A pesar de que en esas zonas de México hay un gran vacío pastoral por su aislamiento, sus habitantes parecen llevar tatuado el Evangelio en la piel: “Veías una fe de mucha devoción, pero también una gran falta de acompañamiento. Los sacerdotes no van muy seguidos”.