Inspirándose en lo mejor del papado de Francisco, nuestro próximo Papa debe ser un Pontífice de la Evangelii Gaudium más que uno de la sinodalidad.
¿Alguna vez has pasado un día entero en casa, sin atreverte a salir, distraído por la ropa sin lavar y sintiéndote cada vez más encerrado?
Es una receta para la ansiedad, que crea la sensación de encerrarse en sí mismo, pero sin ningún lugar adonde ir. Las personas y las comunidades prosperan cuando salen y viven su misión; se estancan cuando se encierran en sí mismas.
El próximo Papa debe llamar a toda la Iglesia Católica a retomar su sentido de tener una misión, de haber sido enviados, de la necesidad de salir. Nuestra misión como Iglesia está fundamentalmente determinada por la martyria, la leitourgia y la diakonia: dar testimonio de la Revelación de Cristo tal como se transmite en la Escritura y la Tradición, ofrecer culto y fomentar la contemplación, y vivir al servicio de los pobres y marginados. Debemos ser una Iglesia misionera, una Iglesia que no se encierra en sí misma, sino que se proyecta hacia Dios y el prójimo.
La Iglesia, como siempre ha sido, está marcada por tensiones: entre dinamismo y letargo, unidad y división, crecimiento y crisis. La tarea del Papa es, en la medida de lo posible, impulsar y promover los aspectos positivos de la Iglesia en su tiempo, contrarrestando al mismo tiempo los negativos. La mejor manera de lograrlo es centrándola siempre en su misión de ser el “sacramento universal de salvación”.
El próximo Papa debe llamarnos a esto. La Iglesia es menos dinámica cuando se ve moldeada por sus propias disputas intraeclesiales y, por lo tanto, no se manifiesta como sacramento. Es más dinámica cuando vive su triple tarea de testimonio, oración y servicio, y por lo tanto es un signo sacramental de Cristo.