Beato Marco D'Aviano (1631-1699)Día festivo: 18 abril

Beato Marco D'Aviano (1631-1699)
Marco D'Aviano, predicador capuchino del Veneto y una de las principales personalidades religiosas del siglo XVII, fue conocido por su incansable anuncio de la conversión y el perdón, promotor de una renovada práctica de la vida cristiana, apóstol del acto de contricción perfecto. Recorrió los caminos de Europa anunciando la palabra de Dios e invitando a los hombres de su tiempo a la vivencia de la fe y de la penitencia, mientras que su mensaje fue avalado y reforzado por el don de numerosas conversiones y curaciones Nació en Aviano el 17 de noviembre de 1631, hijo de Marco Pasquale Cristofori y Rosa Zanoni, ricos burgueses del pueblo y de quienes nacieron otros diez hijos, fue bautizado el mismo día de su nacimiento con el nombre de Carlo Domenico. Fue en su pueblo natal donde recibió la primera educación espiritual y cultural, la cual fue perfeccionada en los años 1643-1647 en el colegio de jesuitas de Gorizia. Aquí el joven Cristofori ensanchó las bases de su cultura clásica y científica y profundizó en su vida de piedad, la cual se acentúa debido a su pertenencia a las congregaciones marianas. El clima épico suscitado por el advenimiento de la guerra de Candia, que enfrentó a los ejércitos de la República de Venecia contra los del Imperio Otomano, tuvo un influjo decisivo en la vida del joven avianés. Animado por el deseo de llegar al frente de batalla, dispuesto a derramar su propia sangre por la defensa de la fe, dejó el colegio de Gorizia y llegó dás después a Capodistria, donde, extenuado por el hambre y las fatigas del viaje, tocó la puerta de los capuchinos. Recibió del superior del convento, además de alimento y cobijo, el sabio consejo de regresar a casa con sus padres. Durante su breve permanencia junto a los capuchinos de Capodistria, iluminado por la Gracia, el avianés, descubrió la posibilidad de seguir su vocación al apostolado y al martirio en modo diferente: abrzando la austeridad de la vida capuchina. Durante el mes de septiembre de 1648 fue admitido en el noviciado de Conegliano y un año después, el 21 de noviembre de 1949, profesaba sus votos religiosos con el nombre de Marco d´Aviano. Seguidamente realizó el curso regular de estudios, establecido por los capuchinos en tres años de filosofía y cuatro de teología, durante el cual el 18 de septiembre de 1655 fue ordenado sacerdote en Chioggia. Su vida se caracterizó por una gran dedicación a la oración y a la vida sencilla, vivida en humildad y recogimiento, y animada por el celo y observancia de la reglas y constituciones de la Orden. En setiembre de 1664, año en el que obtuvo “el permiso para predicar”, el Padre Marco profesó con abundante energía la palabra de Dios. En 1672 fue electo Superior del Convento de Belluno y en 1674 llamado a dirigir la Fraternidad de Oderzo. El hecho que sacó del humilde anonimato de la celda conventual al Padre avianés y que lo colocó como el centro de la atención universal, ocurrió el 18 de setiembre de 1676: enviado a predicar al monasterio paduano de San Prosdocimo, curó instantáneamente, por medio de su oración y bendición, a la monja Vincenza Francesconi, quien llevaba en su lecho de enferma cerca de 13 años. Un evento extraordinario de similar naturaleza se produjo un mes después en Venecia. Éstos sucesos atrajeron la atención de mucha gente que llegaba hasta él para ser sanada y fueron de determinante significación para su actividad apostólica. Sin dejarse perturbar por la fama que se difundía entorno a él y que a veces requería de su presencia aún fuera de Italia, el Siervo de Dios continuaba su ministerio apostólico, especialmente la predicación. En modo particular, exhortaba al oyente al incremento de la fe y la práctica cristiana, al arrepentimiento del propio pecado y la necesidad de la penitencia: a todos hacía recitar el acto de dolor perfecto e impartía enseguida su bendición, portadora de abundante fruto espiritual y, frecuentemente, de curación extraordinaria. Fueron precisamente estas curaciones milagrosas las que exigían por todas partes la presencia del Siervo de Dios y la causa de los innumerables y agotadores viajes por toda Europa en los últimos veinte años de su vida. Estos se realizaban siempre en obediencia a los superiores de la Orden o por mandato directo de la Santa Sede, que frecuentemente le concedía la facultad –sobretodo debido a los achaques de la edad– de poder usar medios convenientes de transporte. Continuamente reclamado por reyes, gobernante y autoridades públicas, era acogido con gran entusiasmo por grandes muchedumbres que deseaban escuchar su predicación y recibir su bendición. Entre los renombrados personajes que reclamaron insistentemente su presencia y le ofrecieron su amistad destacan el Gobernador de Tirol Carlo V de Lorena y su esposa Eleonora, el Duque de Neuburg Filippo Guiglielmo y su hijo Giovanni Guiglielmo, el Elector de Baviera Massimiliano Emanuele, Massimiliano Filippo, la princesa de Vaudemont Anna Elisabetta, la Delfina de Francia Maria Anna Cristina Vittoria, el Rey de España Carlos II y su segunda mujer Mariana de Neuburg y de un modo muy particular el Rey de Polonia Giovanni Sobieski, el Emperador Leopoldo I y muchos más exponentes de la corte imperial. Muchos de sus viajes fueron en este año a Alemania, Francia, Bélgica, Holanda, Suiza y Austria. El 12 de setiembre de 1683 contribuyó con su presencia y de manera determinante en la liberación de Viena del asedio turco. Del 1683 al 1689 participó personalmente en la campaña militar de defensa y liberación: el objetivo era instaurar y fortalecer recíprocas y amigables relaciones al interior del ejército imperial, exhortar a todos a una verdadera conducta cristiana y asistir espiritualmente a los soldados. No faltaron grandes sucesos militares como la liberación de Buda el 2 de setiembre de 1686, y la de Belgrado el 6 de setiembre de 1688. En los años siguientes fue muy intensa su acción por restablecer la paz en Europa, sobre todo entre Francia y el Imperio, también por promover la unidad de las potencias católicas en defensa de la fe, siempre amenazada por la potencia otomana. En mayo de 1699 Marco D´Aviano emprendió su último viaje a la capital del Imperio. Su salud sufrió un progresivo deterioro, tanto que tuvo que interrumpir todas sus actividades. El 12 de agosto recibió en el convento la visita de la familia imperial y luego, una tras otra la de los más ilustres personajes de Viena. El 12 del mismo mes, el Nuncio Apostólico Andrea Santa Croce le llevó personalmente la bendición apostólica del Papa Inocencio XII, quien recibió los últimos sacramentos y renovó su profesión apostólica. El 13 de agosto de 1699, asistido por su gran amigo el emperador Leopoldo y por la emperatriz Eleonora, apretando fuertemente el crucifijo entre sus manos, el Padre Marco expiró dulcemente. Con motivo de permitir que la numerosa población que venía de todas partes pudiera venerar por última vez los restos mortales del capuchino avianés, el emperador ordenó que los funerales fueran celebrados el 17, y dispuso que fuera enterrado en el cementerio de los hermanos, pero en una tumba a parte, cercana a los sepulcros imperiales. El emperador pensaba ya en promover la causa de su Beatificación, y con este propósito cuatro años después dispuso el traslado de sus restos mortales a una capilla de la iglesia capuchina de Viena, donde hasta ahora reposan. Si bien el mensaje de Marco D´Aviano, a nivel personal constituye una invitación a todos los cristianos a recorrer constantemente el camino de la conversión y de la fe, a nivel más amplio, este se dirige hacia una toma de conciencia permanente de la identidad cristiana de Europa, la cual debe ser salvaguardada con el apostolado y la oración. En esta perspectiva, él mismo se atribuyó el apelativo que hasta hoy en día lo define como el “médico espiritual de Europa”. Fue beatificado por el Papa Juan Pablo II, el domingo 27 de abril de 2003, durante la Misa celebrada en la Plaza San Pedro con ocasión del segundo Domingo de Pascua, solemnidad de la Divina Misericordia.