Pío IX proclamó solemnemente a san José patrono de la Iglesia universal el 8 de diciembre de 1870. Encontrándose la Iglesia en gravísimas dificultades, el Papa pensó justamente que lo mejor fuera recurrir a aquél que gozaba cerca de Dios de una “excelsa dignidad”: la Inmaculada Virgen María era su esposa y Jesús se había dignado ser tenido por su hijo y como tal le había estado sujeto.

Juan Pablo II recuerda los motivos de confianza de la Iglesia en san José, ya expresados por León XIII: “Las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial Patrono de la Iglesia, y por las que a su vez, la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él es el esposo de María y padre putativo de Jesús… José, en su momento, fue el custodio legítimo y natural, cabeza y defensor de la Sagrada Familia… Es, por tanto, conveniente y sumamente digno del bienaventurado José que, lo mismo que entonces solía tutelar santamente en todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celeste patrocinio a la Iglesia de Cristo” (RC, n.28).

En la oración: “A ti, beato san José”, que se reza después del santo Rosario, hay un elenco de los motivos que justifican el recurso a él: la peste de errores y de vicios, la lucha contra el poder de las tinieblas, las hostiles insidias y adversidades. “Aún hoy –escribe Juan Pablo II- existen suficientes motivos para encomendar a todos los hombres a san José” (RC, n.31). “Este patrocinio debe ser invocado y es necesario actualmente a la Iglesia no sólo como defensa contra los peligros que surgen, sino también y sobre todo como aliento en su renovado empeño de evangelización en el mundo y de reevangelización en aquellos `países y naciones, en los que----como he escrito en la Exhortación apostólica post-sinodal Christifideles laici---la religión y la vida cristiana fueron florecientes´ y que `están ahora sometidos a dura prueba´. Para llevar el primer anuncio de Cristo y para volver a llevarlo allí donde está descuidado u olvidado, la Iglesia tiene necesidad de un especial `poder desde lo alto` (cf Lc 24,49: Hch 1,8), don ciertamente del Espíritu del Señor, no desligado de la intercesión y del ejemplo de sus Santos” (RC, n. 29).

Ante las graves emergencias que la circundan, la Iglesia, en la medida en que más siente su limitación, recurre a la segura protección de san José: “Protector lo quiere la Iglesia---afirmaba Pablo VI---por la inquebrantable confianza que aquél a quien Cristo quiso confiada su frágil infancia humana, querrá continuar desde el cielo su misión tutelar de guía y defensa del Cuerpo místico del mismo Cristo, siempre débil, siempre insidiado, siempre dramáticamente en peligro” ( Homilía, marzo 19 de 1969).

Es necesario, además de lógico, que el título “Patrono de la Iglesia universal” regrese a su lugar en el Calendario Litúrgico, junto al de “Esposo de la beata Virgen María”.