La paternidad de José esta estrechamente ligada a la realidad de la encarnación, que asumió todo el misterio de la familia de Nazaret, como ha demostrado la mismo madre de Jesús, que en el Templo no duda en dirigir a Jesús de doce años, estas palabras: “Tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando” (LC 2, 48). A quien objetara que las generaciones registradas por Mateo no debieran seguir la genealogía de José, porque el no había engendrado a Jesús, Agustín contestaría aun hoy: “¿Por qué no debían serlo a través de José? ¿No era tal vez José el marido de Maria? (…) La Escritura afirma, por medio de la autoridad angélica, que él era el marido. No temas, dice, recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Se le ordena poner el nombre al niño, aunque no fuera fruto suyo. Ella, añade, dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. La Escritura sabe que Jesús no ha nacido de la semilla de José, porque a él, preocupado por el origen de la gravidez de ella, se le ha dicho: es obra del Espíritu Santo. Y no obstante, no se le quita la autoridad paterna, visto que se le ordena poner el nombre al niño. Finalmente, aun la misma Virgen María, plenamente consciente de no haber concebido a Cristo por medio de la unión conyugal con él, le llama sin embargo padre de Cristo” (RC, n. 7). San Agustín no sólo no acepta que la ausencia de la concupiscencia de la carne sea motivo para excluir a José de la paternidad de Jesús, sino que, al contrario. “La mayor pureza confirma la paternidad, para que no nos reprenda la misma santa María. Ella, en efecto, no quiso poner su propio nombre delante del de su marido, sino que dijo: “Tu padre y yo…”. No nos hagamos entonces los malignos murmuradores, lo que la casta cónyuge nos hizo… Los evangelistas, de hecho, hacen el elenco genealógico muy cautelosa y prudentemente a través de José. ¿Por qué? Porque es su padre. ¿Y por que padre? Porque tanto mas seguramente padre, cuando más castamente padre. El Señor no viene de la semilla de David, aunque así fuera creído, y sin embargo, por la piedad y caridad de José ha nacido de Maria Virgen el hijo, igualmente Hijo de Dios” (Sermo 51, 20, 30: PL 38, 350-1).