Nacido Jesús, María “lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre” (LC 2,7). Lucas describe aquí la modalidad con que Jesús quiere presentarse a la humanidad, hombre entre los hombres, hermano entre hermanos. Cuando aparecerá en la gloria, al final de los tiempos, para el juicio universal, el trono será diferente, mas por ahora, para presentarse con los hombres, escoge un pesebre, como más tarde escogerá un humilde jumento para entrar solemnemente en Jerusalén. Jesús es un rey manso (Mt 21, 5).

Jesús prefiere compararse con un pastor. Recordemos la cita que Mateo hace del profeta Miqueas: “Y tu, Belén, tierra de Judá… de ti saldrá un caudillo que será pastor de mi pueblo Israel” (2,6). Ya que nosotros los hombres somos siempre errantes como ovejas sin pastor, el quiere ser el pastor y el guardián de nuestras almas. Jesús inicia su ministerio entre los hombres encontrándose con los pastores, que simbolizan su misión. Él, en efecto, se calificara como el “buen pastor”, que dio su vida por sus ovejas. Para esto ha venido.

Un ángel convoca a los pastores: “os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (LC 2, 10ss). “Y fueron a toda prisa, y encontraron a María y José, y al niño acostado en el pesebre”. Es la primera epifanía o manifestación de Jesús a su pueblo. José esta presente, testigo de la adoración de los pastores, o sea del reconocimiento, en la misma ciudad de David, del Mesías por parte de su pueblo, pero también instrumento de identificación, o sea garantía de davicidad del niño, por el hecho de “ser el de casa y familia de David”.

Humilde entre los humildes, José tuvo la tarea de presentar oficialmente al Mesías a su pueblo, representado por los pastores.