El misterio de Dios

Tarcisio Stramare O.S.J.

La “Buena Nueva” o “Evangelio” es el anuncio d ela presencia de Jesús, aquel que salva a su pueblo de sus pecados (Mt 1, 21) restituye a la humanidad el estado de “integridad” originaria querida por Dios y perdida por el pecado.

San Pablo define todo esto con la expresión: “misterio escondido desde el origen de los siglos en Dios, Creador de todas las cosas” (Ef 3, 9). Ya que en el lenguaje común, cuando hablamos de “misterio” entendemos una verdad escondida, con facilidad identificamos el misterio cristiano como algo de impenetrable, incomprensible, oscuro. Especialmente las personas que conocen poco de religión, cuando discuten, acaban con decir: “Es todo un misterio”, o bien “no se entiende nada”. No es ciertamente esto el significado que San Pablo y la Iglesia quiere dar a la palabra “misterio”. Ésta, en efecto, no quiere tanto indicar una verdad esondida, sino mejor una “realidad sobrenatural”, como por ejemplo, la Iglesia, Cristo, la Eucaristía.

“El misterio escondido desde el origen de los siglos en la mente de Dios” se refiere en San Pablo a la “relación vital que existe entre Dios Padre y el hombre hijo en Cristo por obra del Espíritu Santo” o bien “Cristo en nosotros”. Eso se identifica con la realidad de nuestra filiación divina, que corresponde a cada hombre, en cuanto el Verbo de Dios, asumiendo la naturaleza humana, ha unido a sí mismo a todo hombre: “Jesús es el hombre perfecto que ha restaurado en la descendencia de Adán la semejanza divina deformada desde el primer pecado. Puesto que la naturaleza humana ha sido por Él asumida, no absorbida; por eso mismo, también en nosotros ha sido elevada a dignidad sin igual. El Hijo de Dios, por su Encarnación, se unió en cierto modo con el hombre. Trabajó con manos de hombre, reflexiono con inteligencia de hombre, actuó con voluntad humana y amó con humano corazón. Nacido de la Virgen María, es verdaderamente uno de nosotros, semejante a todo, excepto en el pecado” (Gaudoum et Spes, n. 22)

San José ha participado en la actuación de este misterio en calidad de singular y primer depositario, junto con María. San José se convirtió en el depositario singular del “misterio escondido desde los siglos en Dios” (Ef 3,9), lo mismo que se convirtió maría en aquel momento decisivo que el Apóstol llama “la plenitud d elos tiempos”, cuando envió Dios a su Hijo, “nacido de mujer” para “rescatar a los que se hallaban bajo la ley”, “para que recibieran filiación adoptiva” cf Ga 4, 4-5). Dispuso Dios –afirma el Concilio- en su sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad (Ef 1,9), mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tiene acceso al Padre en el Espíritu santo y se hacen consortes de la naturaleza divina (cf Ef 2, 18; 2 Pe 1, 4)

De este misterio divino José, es junto con María, el primer depositario. Con María – y también en relación con María – él participa en esta fase culminante de la autorrevelación de Dios en Cristo, y participa desde el primer instante” (RC, n.5). La íntima unión de María con José en el misterio de la Encarnación exige que la Mariología dedique la necesaria atención a la figura de San José, sin separar lo que Dios ha unido.

Stramare, Tarcisio
San José en la historia de la salvación


Transcrito por José Gálvez Krüger para ACI Prensa