Décimo segundo día

Estadía en Egipto

No se puede dudar que la estadía de la Sagrada Familia en Egipto no estuvo acompañada de circunstancias penosas. Vivía en medio de un pueblo pagano, que practicaba un culto abominable; era, exiliada, obligada a vivir de un trabajo asiduo, y San José, sobre quien reposaba la vida de Jesús y de María, experimentaba grandes fatigas, y no oponía más que su paciencia y su mansedumbre a los maltratos que los paganos prodigaban a los extranjeros, y sobre todo Hebreos. Sólo la presencia de Jesús consolaba a María y a José; lo adoraban con un más vivo ardor, cuando en torno de ellos, veían los excesos de la idolatría; lo contemplaban con ternura cuando estaban afligidos por las rudezas y las maldades de los hombres. Qué ejemplo y qué valor presenta la Sagrada familia a todos los que sufren, a las almas piadosas, exiliadas entre los impíos: a los pobres, que les cuesta trabajo satisfacer las necesidades de cada día; a los padres de familia, a la madres que se preocupan dolorosamente de las penas de aquellos que les son más queridos; a los hijos, finalmente, que ven el divino Infante, la dicha y el consuelo de su Padre y de su Madre. Meditemos este misterio, acompañemos a la Sagrada familia, para aprender en su escuela de dedicación, la resignación y la obediencia.

Oración

Salve José, varón justísimo, la sabiduría está contigo, bendito eres entre todos los hombres, y bendita es María tu Santa Esposa. San José, fiel padre nutricio, fiel compañero de María, ruega por nosotros, ahora u en la ha hora de nuestra muerte. Amén. San José, confidente de los designios del Cielo, ruega por nosotros.

Ejemplo

Protección de San José

“Un domingo, después de vísperas, el abuelo del joven Ferninand le Pen vino a llevarse del pensionado San José de los Hermanos de las Escuela cristianas del burgo de Plameur (Morbihan): “Vengo, Hermano director, a buscar a mi nieto para que pueda ver a su hermano con vida, ¡qué digo con vida! Probablemente ya esté muerto a nuestra llegada. El querido Hermano, escuchando esas palabras, lleno de compasión, fue inmediatamente y agarró un cordón y una medalla de San José. Dándolas al abuelo dijo: cuelgue esta medalla al cuello del joven enfermo y este cordón alrededor de los riñones. En todo caso, no le harán daño, y tal vez le devuelvan la salud”. El anciano y el niño llegaron a la casa. El pequeño moribundo no tenía sino un soplo de vida, no reconocía a ninguni de los numerosos amigos que lo circundaban; y los médicos nos sabían que más prescribirle; lo habían abandonado. Su madre, buena cristiana, llena de fe y esperanza, le coloca los objetos benditos en honor de san José. Inmediatamente ¡oh eficacia de la fe!¡Oh poder del augusto Esposo de María! El niño abre los ojos, sonríe a todos aquellos que lo miraban llenos de sorpresa, y habla a su hermano como si no sufriese nada. Todos los testigos de ese maravilloso cambio están maravillados de admiración y se preguntan que se hizo al joven enfermo. La feliz madre, transportada de alegría, mostrando la medalla y el cordón benditos, exclama: “San José acaba de operar un prodigio a favor de mi hijo”.

Al día siguiente, este querido hijo se levantó, se divirtió todo la mañana con su hermana, y desde ese momento comenzó a sentirse bien.

Sin embargo, para ser exacto, debo agregar que la madre del niño enfermo había rogado al hermano director de Plameur decir una misa en el altar de San José; pero las numerosas ocupaciones del buen Hermano se lo habían impedido: súbitamente se le viene a advertir que el niño de nuevo estaba delicado: Al día siguiente, la misa fue dicha, y, a partir de entonces el niño se siente bien.


Traducido del francés por José Gálvez para ACI Prensa