El cacique, asustado, huyó con dirección a la parte más densa del bosque. Entre el susto y el desconcierto, era ya incapaz de percatarse de lo que estaba sucediendo a su alrededor. De pronto, en un respiro, cuando pretendía recuperar un poco el aliento, sintió un dolor rápido y profundo: una serpiente venenosa lo había mordido.
Consciente de que su vida corría peligro, cambió de rumbo y se fue en dirección a Guanare, en busca de ayuda.
En el camino, la exaltación tras haber agredido a la Mujer se iba convirtiendo en temor por perder la vida. Empezó a sentir remordimiento por haber atacado a la Señora que siempre se había dirigido a él con respeto y dulzura. Llegado a Guanare, exhausto y débil, los “blancos” lo atendieron, salvándole la vida. Una vez repuesto físicamente, Coromoto pidió el Bautismo y se decidió a permanecer en el lugar con los suyos. Allí, en Guanare, los cospes se amistaron con los españoles y empezaron a ser catequizados.
Coromoto, en adelante, vivió como un buen cristiano; y muchos entre sus hermanos indígenas seguirían sus pasos, acercándose a Dios.