“Y está claro que un sacerdote así no tenía nada que hacer con otro sacerdote –el Arzobispo de Cracovia–, que venía de una Polonia donde la fe era algo heroico, donde la devoción popular atravesaba la vida cotidiana, donde la Virgen era omnipresente, donde el secularismo y el laicismo mostraban su rostro despiadado, y en lugar de atraer, creaban miedo y horror; donde el catecismo todavía se practicaba y no se leían los elegantes ‘papers’ de los teólogos de las universidades occidentales”, indicó.
Un Papa “molesto”
Según Messori, “Juan Pablo II fue execrado rápidamente por Küng y por aquellos como él porque no era ‘moderno’, sino ‘hijo de una Iglesia arcaica’. Con estas acusaciones, decenios más tarde, nuestro teólogo sigue erre que erre, pero el mundo hace ya tiempo que ha salido de esa ‘modernidad’ para adentrarse en un terreno desconocido que, a falta de algo mejor, llamamos ‘postmodernidad’”.
El mundo, agrega, “no sólo no sabe qué hacer con las teorías de los años sesenta, sino que parece desear precisamente lo contrario: no lo profano, sino lo sagrado, no los curas-manager, ni los ‘operadores pastorales’, sino religiosos como el Padre Pío; no los racionalismos, sino el misterio; no revolución ulterior, sino redescubrimiento de la tradición. Lo que queda del ‘pueblo de Dios’ no va hacia el debate de los académicos de teología, sino hacia las peregrinaciones a Medjugorje; no muestra ningún interés por votar para elegir a su párroco y a su obispo, no está frustrado porque sus hijas no puedan ir al seminario, pero sí está dispuesto para escuchar a un sacerdote, probablemente vestido de sacerdote, que le habla de Dios y de Cristo como antes”.