"El Espíritu Santo actúa en nosotros como primer iniciador de la oración, para que podamos luego hablar realmente con Dios y decirle Abbà a Dios. Por lo tanto su presencia abre nuestra oración y nuestra vida se abra a los horizontes de la Trinidad y de la Iglesia".
"Cuando nos dirigimos al Padre nuestro en nuestra celda interior, en el silencio y en el recogimiento, nunca estamos solos. El que habla con Dios nunca está solo. Estamos en la gran oración de la Iglesia, formamos parte de una gran sinfonía que la comunidad cristiana esparcida en cada parte de la tierra y en todo tiempo eleva a Dios; ciertamente los músicos y los instrumentos son distintos –éste es un elemento de riqueza– pero la melodía de alabanza es única y armoniosa".
Al hablar sobre la diversidad de carismas en la Iglesia, el Santo Padre resalta que "la oración guiada por el Espíritu Santo, que nos hace clamar ‘¡Abbá! ¡Padre!’ con Cristo y en Cristo, nos inserta en el único gran mosaico de la familia de Dios, en la que cada uno tiene un lugar y un rol importante, en profunda unidad con todo el conjunto".
"Una nota más para terminar: nosotros aprendemos a clamar ‘¡Abbá!, ¡Padre!’ también con María, la Madre del Hijo de Dios. El cumplimiento de la plenitud del tiempo, de la que habla San Pablo en la Carta a los Gálatas, sucede en el momento del ‘sí’ de María, de su adhesión plena a la voluntad de Dios: ‘Heme aquí, soy la sierva del Señor’"