Las figuras del antiguo testamento que anuncian al Mesías

Adán

Adán es la primera figura del Salvador prometido. Prefigura al Mesías por semejanza y por contraste. Por semejanza es la obra maestra de Dios, tanto  de la creación terrestre como de la celeste. Adán fue establecido rey del universo: Dios le dio el poder de dominar sobre los peces del mar, las aves del cielo y sobre todo animal terrestre; Jesús declara que “todo poder le ha sido dado, en el cielo como en la tierra”. Adán duerme; de una de sus costillas Dios le forma una compañera; Jesús duerme sobre la cruz con el sueño de la muerte; su costado es abierto y la Iglesia, su Esposa, surge prefigurada por la sangre y el agua.

Entre Adán y Eva existe una sociedad insoluble; entre Jesucristo y su Iglesia existe una sociedad que no terminará nunca: “He aquí que estoy con ustedes todos los días hasta la consumación de los siglos”.

Adán peca y es arrojado del paraíso terrestre; Jesús se hizo pecado por amor a nosotros, después de haber descendido del paraíso celeste.

Por contraste, Adán es el padre de todos los hombres según la carne; Jesús es el padre de todos los hombres según el espíritu.

Por el pecado de Adán, todos los hombres cayeron en la condenación; por la justicia de Jesús, todos los hombres reciben la justificación. Por Adán vino la muerte; por Jesús, la resurrección de los muertos. Todos mueren en Adán, todos revivirán, igualmente, en Cristo.


Abel

Abel, el segundo hijo de Adán es, también, una figura del Mesías: Abel fue pastor de ovejas: Jesús es el pastor de almas, llama a los cristianos sus ovejas y a la Iglesia su rebaño: “Yo soy el buen Pastor, y conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen”.

El sacrificio de Abel fue agradable a Dios y el Caín, rechazado; el sacrificio de Jesús es el único que Dios acepta para la remisión de los pecados; los de la antigua ley carecen de valor para este efecto: “Lo que se ofrece según la ley no te complació. Digo entonces: Heme aquí, vengo para hacer, Dios mío, tu voluntad; abolió el primer sacrificio, para establecer le segundo (Hebr X, 9-9).

Abel por su piedad y su inocencia, excitó la envidia de Caín, su hermano; Jesús, por su santidad y sus milagros, se atrajo el odio de los judíos, sus hermanos. Caín dijo a Abel: “Salgamos”, y cuando estuvieron en el campo, lo mató; los judíos condujeron a Jesús fuera de los muros de Jerusalén y lo crucificaron en el Gólgota.

“La voz de sangre de tu hermano clama hasta mí” dice Dios a Caín; la aspersión de sangre de Jesús es más elocuente que la de la sangre de Abel”, dice San Pablo.

Adán es consolado por el nacimiento de Seth, hijo de bendición, perpetúa la raza de los justos; Dios es, por así decirlo, consolado de la muerte de Cristo, por el nacimiento de una multitud incontable de cristianos, hijos de Dios por adopción.


Henoch

El Mesías es también prefigurado por el Patriarca Henoch, que Dios llevó vivo al cielo:

Henoch llevó una vida pura y “caminó siempre con Dios”, dice la escritura; Jesús conoció todas las miserias humanas, excepto el pecado, dice san Pablo.

Henoch, según el testimonio de san Judas, profetizó en estos términos: “He aquí que viene el Señor, acompañado de todos sus millones de Ángeles, para juzgar y condenar a todos loa malvados y todos los impíos (Jud. XIV); Jesús, sin dejar de hacer al bien por todos lados, no dejó de amenazar a los malvados con la cólera celeste.

Henoch fue llevado vivo al cielo: Jesús, después de su resurrección, subió al cielo por su propia virtud, los santos Padres aplican a Henoch y a Elías estas palabras del Apocalipsis: “Daré a mis dos testigos e poder de profetizar… la bestia que sube del abismo les hará la guerra, los vencerá y los matará; … sus cuerpos permanecerán tres días y medio sin sepultura… pero después Dios soplará sobre ellos un espíritu de vida… y subirán al cielo en una nube, a la vista de sus enemigos (Apoc. II 3 y ss); “¿esta profecía no se ha realizado en el Salvador? Jesús fue matado por los judíos, instigados por el demonio, y, luego permaneció tres días en la tumba, resucitó glorioso y subió al cielo cuarenta días después de su resurrección.


Noé

Noé fue la consolación de su padre Lamech: esto es lo que significa el nombre Noé; Jesús (este nombre significa Salvador) es, por la salvación que procura a los hombres, la consolación del Padre Eterno, que el pecado había irritado.

Noe fue un hombre justo y perfecto en medio de los hombres de tu tiempo; Noé, por orden de Dios, construyó un arca que debía salvar a todo aquellos que estaban con él. Jesús estableció la Iglesia, especie de arca providencial, fuera de la cual no hay salvación.

A la vez que construía el arca, Noé no dejaba de predicar la penitencia y no dejaba de decir a los judíos: “Hagan penitencia; si no hacen penitencia, perecerán todos”; y  nadie le escuchaba.

Después del sacrificio ofrecido a la salida del arca, Dios Hizo alianza con Noé; después del sacrificio de la cruz, Dios lo hizo con Nuestro Señor, y mediante Él con los hombres, una alianza que será eterna.

Noé repobló la tierra; nuestro Señor la pobló de justos, y el cielo de santos.

Noe fue ultrajado por Cam; Jesús expuesto sobre la cruz, fue ultrajado por los judíos. Cam, hijo de Noé, fue maldito en su posteridad, y sus hermanos, benditos de Dios; los Judíos insultadores fueron malditos de Dios y los verdaderos hijos de Israel, los discípulos de Jesús, fueron colmados de bendiciones.


Abrahán

Abrahán, dice la escritura, “estaba cargado de años (tenía cien) cuando engendró a Isaac; Jesús es llamado por Daniel “el Anciano de los días” (Dan. VII.9)”.

Abrahán es el padre del pueblo de Dios: “Te haré padre de un gran pueblo, te bendeciré, haré célebre tu nombre y serás bendito. Bendeciré a los que te bendicen y maldeciré a los que te maldigan (Gen XII. 2.3); Jesús es el Padre del pueblo cristiano; es el bendito de Dios y “recibió en heredad las naciones y en posesión las extremidades de la tierra. “Los que bendicen son bendecidos y malditos los que maldicen.

Las figuras que precede nos han presentado al Mesías como “el rey de un mundo nuevo, como un justo sufriente y perseguido, como un profeta amado por Dios y despreciado por los hombres, como un salvador y, finalmente, como el padre de un pueblo nuevo.


Melquisedec

San Pablo, en persona, nos muestra en Melquisedec la figura de Jesucristo (Hebr VII. 2.3)

“No se conoce ni a su padre ni a su madre, ni su genealogía, ni el comienzo ni el fin de su vida “; Jesucristo no tiene padre sobre la tierra ni madre en el cielo; no tiene comienzo y no tendrá fin.

Melquisedec quiere decir: rey de justicia y de paz: ¿Jesucristo no es por excelencia el rey de la justicia y de la paz?

Melquisedec era sacerdote del Altísimo; Jesucristo fue hecho “sacerdote eterno, según el orden de Melquisedec”.

Melquisedec, en su calidad de sacerdote, ofreció pan y vino; Jesucristo instituyó el santo sacrificio de la misa bajo esas mismas especies de pan y de  vino.

Melquisedec bendijo a Abrahán y en él a todas las naciones; Jesucristo bendice a la Iglesia, cuyos miembros son los verdaderos hijos de Abrahán, padre de todos los creyentes.

Melquisedec ejerció su sacerdocio, no sólo respecto de los paganos, sino también respecto de Abrahán, padre de los judíos; Jesús, el sacerdote por excelencia, instituyó su sacerdocio para la conversión tanto de judíos como de gentiles.

Melquisedec era a la vez sacerdote y rey; Jesús, también, es sacerdote y rey eterno.


Isaac

El nacimiento de Isaac fue anunciado a Sara por un ángel; de manera semejante, un ángel fue el que anunció a María el nacimiento de Jesús.

Isaac, hijo único de Sara, inocente, fue condenado a morir; Jesús, hijo único de María, la inocencia misma, fue también condenado a muerte.

Isaac debe ser inmolado por su padre; es Dios Padre que ejecuta, por la mano de los judíos, la sentencia de muerte pronunciada contra su Hijo.

Isaac subió el monte Moriah cargando la madera que debía consumirlo; Jesús subió la montaña del Calvario, cargando su cruz sobre sus espaldas.

Isaac consiente a su inmolación y se deja amarrar a la hoguera sin resistencia; Jesús se ofrece a la muerte y se deja clavar a la cruz, abandonándose a sus ejecutores.

Isaac no se inmola ni resucita más que en figura; Jesucristo muerte y resucita en realidad.

Isaac es recompensado por su obediencia por la promesa de una posterioridad numerosa: Jesucristo, “se hizo obediente hasta la muerte de cruz. Por ese motivo, Dios lo exaltó y le dio un nombre por encima de todo nombre”.

Esta figura agrega dos cosas a las figuras precedentes: nos dice en qué lugar será inmolado el Salvador, y nos enseña que morirá por orden de su Padre.

De esta manera, el gran retrato del Mesías-Redentor se forma poco a poco.


El carnero inmolado por Abrahán

No es sino hasta el carnero que substituyó a Isaac por el sacrificio, que se encuentran trazos de semejanza con el Mesías:

El carnero, emblema de la inocencia, de la paciencia, está consagrado a la muerte desde su nacimiento; Jesucristo, la inocencia misma, no vino a este mundo sino para morir y, durante el curso de su pasión, jamás abrió la boca para quejarse.
La lana del carnero sirve para hacernos vestidos; san Pablo nos invita a “revestirnos” de Cristo (Rom XIII. 14).”

La carne del cordero sirve para nuestro alimento; Jesús mismo nos dice que “si no comemos su carne y si no bebemos su sangre, no tendremos vida en nosotros (Jn VI. 50)”.

El carnero de Abrahán estaba cogido de los cuernos por las espinas de una zarza; es la imagen de Jesús coronado de espinas.

Abrahán percibió al carnero detrás de sí; el Mesías no debía salir de su raza sino mucho tiempo después de su muerte.

El carnero fue sacrificado en lugar del hijo de Abrahán; Jesús sufrió la muerte en lugar de los hombres, hijos de Dios, que lo habían merecido.

El carnero fue inmolado sobre el monte Moriah, no lejos de Jerusalén; Jesús fue crucificado sobre el monte del Gólgota, igualmente cercano a Jerusalén.


Jacob

De Padre a Hijo, los patriarcas van, uno tras otro, como pintores que darán según su turno algunas pinceladas a un retrato, a suministrar algunos elementos de semejanza con el Salvador:

Jacobo, dulce y virtuoso, fue perseguido por su hermano Esaú, debido a las bendiciones que recibió de su padre: Jesús, la dulzura y la santidad mismas, fue también odiado por los judíos, porque recibió de Dios, su Padre, omnipotencia en obras y en palabras.

Jacob, hijo de un padre muy rico, y él mismo muy rico, se pone en ruta solo y a pie; Jesús, hijo de Dios, y Dios mismo, desciende del cielo en la absoluta indigencia.

Jacob, sorprendido por la noche, se vio obligado a dormir en medio del desierto, y a colocar una piedra debajo de su cabeza para servirle de almohada; Jesús, es tan pobre que no tiene siquiera una piedra donde descansar la cabeza.

Jacob, por mandato de su padre, va a buscar una esposa en un país lejano; no la obtiene sino luego de largos y rudos trabajos y regresó a su patria para recibir de nuevo la bendición de Isaac; el Hijo de Dios fue enviado por su Padre a la tierra para adquirir, al precio de su sangre, la Iglesia que es su Esposa, y regresa al cielo donde será objeto de una bendición eterna.

Por sus doce hijos, Jacob se convierte en el jefe de una  multitud innumerable de elegidos.


José

Entre los hijos de Jacob, es una de las imágenes más sorprendentes del Mesías Redentor:

José estuvo expuesto a los celos de sus hermanos porque era más amado que ellos por su padre, quien les anuncia su grandeza futura; Jesús, objeto de las complacencias del Padre, se proclama el Mesías y se convierte, por eso, en el objeto del odio y de la envidia de los judíos, sus compatriotas.

José, enviado a sus hermanos, fue vendido por ellos a mercaderes extranjeros. Jesús, enviado a los judíos, fue vendido por un judío, Judas, y entregado a extranjeros, a los romanos.

La túnica de José fue empapada con la sangre de una cabra; la túnica de Jesús fue embebida con la sangre de su flagelación.
José fue vendido como esclavo a Putifar; Jesús padeció el suplicio de la cruz, reservado a los esclavos.

José, detenido con dos prisioneros, anuncia a uno su muerte, y al otro su liberación gloriosa; Jesús crucificado entre dos ladrones, promete a uno la felicidad del cielo y abandona al otro a la condenación, a causa de su impenitencia.

José pasa de su prisión a las gradas del trono; Jesús sale glorioso de la tumba.

José nutría al pueblo con el trigo que había almacenado; Jesús es el pan de vida bajado del cielo.

El faraón cambió el nombre de José y lo llamó Salvador del mundo; Jesús es, verdaderamente, el Salvador por excelencia.
José perdona a sus hermanos; Jesús perdona a sus verdugos.

El Faraón colma a José de honores; delante del nombre de Jesús toda rodilla se dobla sobre la tierra y en los infiernos.

Esta figura nos enseña que el Salvador será condenado por un crimen que no cometió y que perdona a sus enemigos con la mayor bondad.


Job

Job, hombre justo y temeroso de Dios, fue afligido por toda clase de penas; sufrió las pruebas más terribles; pero en medio de tantos males, mantuvo una paciencia inalterable reconociendo el supremo imperio de Dios  y su sabiduría infinita: "Dios, dice, me lo dio, Dios me lo quitó, ¡alabado sea el nombre del Señor"! Jesucristo, el justo por excelencia, es despojado de todo, abandonado por sus discípulos, cubierto de llagas de los pies a la cabeza; no abre la boca para quejarse: "Padre mío, dice, que se haga tu voluntad".


Moisés

Como es fácil darse cuenta, cuanto más se avanza en la historia del pueblo de Dios, la más grande figura del Mesías se dibuja de una manera luminosa: el gran profeta de la antigua ley, Moisés, él sólo, nos a va a suministrar muchos puntos de semejanza con el Salvador esperado.

Cuando Moisés Nació, u rey cruel hizo perecer a todos los hijos de los hebreos; cuando Jesús nació, Herodes, hizo morir a todos los hijos de Belén y de los alrededores.

Moisés escapó a las órdenes bárbaras del faraón, y pasó los primeros de su vida en Egipto; Jesús escapó a furor de Herodes y fugó a Egipto.

Moisés fue preparado a su misión de libertador de Israel  por 40 años de exilio en el desierto y 40 días de ayuno en el Sinaí; Jesús se preparó para su misión de Salvador del mundo durante 30 años de vida retirada en Nazareth y 40 días de penitencia en el desierto.

Moisés hizo milagros y condujo al pueblo hebreo a través del mar rojo, para liberar de la servidumbre de Egipto. Jesús hizo milagros e hizo pasar a los hombres por las aguas del bautismo, para liberarlos de la servidumbre original.

A la voz de Moisés, legislador del pueblo hebreo, profeta de la antigua alianza, ordenó inmolar el cordero pascual; Jesús, legislador de todos los hombres, profeta de la nueva alianza, verdadero cordero pascual, se inmola a sí mismo y manda continuar su sacrificio.

Moisés, condujo a los hebreos a través del desierto, hacia la tierra prometida, los nutrió con el maná caído del cielo y les dio a beber una agua milagrosa; Jesucristo, conduciendo a los cristianos a través del desierto de esta vida, hacia el cielo, que es la verdadera tierra prometida, la nutrió con el verdadero pan de vida bajado del cielo y les dio a beber las aguas de la gracia. Prodigios sorprendentes la publicación de la ley de Moisés; prodigios de caridad y de bondad acompañarán la publicación de la ley cristiana.

Moisés descendiendo de la montaña

Moisés, cuando descendió de la montaña tenía el rostro resplandeciente de luz; Jesús, en el Tabor, tenía el rostro como el sol. Moisés, mediante su oración, apaciguó la cólera de Dios; Jesús apacienta sin cesar la cólera de Dios irritado contra los hombres.

Moisés  elige entre el pueblo un senado compuesto de sesenta y dos ancianos que estableció jueces y jefes del pueblo, y Dios extendió sobre ellos su espíritu de consejo; Jesús envía a diversas comarca sesenta y dos discípulos que eligió para predicar su Evangelio y lo colmó de su espíritu.

Moisés curó a María, su hermana, atacada por la lepra; Jesús curó una multitud de leprosos.

Moisés envió doce hombres a explorar la tierra de Canáa, en la cual no debía entrar él mismo; Jesús envía a los doce apóstoles a convertir el mundo y sólo Él abrirá el cielo a los elegidos.

Moisés fue el más celebre de todos los profetas suscitados por Dios, sea respecto de las profecías, sea respecto de los milagros que operó; Jesús está por encima de todos los profetas que lo precedieron.


El cordero pascual

El cordero que los judíos inmolaban y comían en la fiesta de la Pascua no debía tener mancha; Jesús es el cordero inmaculado y sin mancha.

Para comer este cordero, los judíos debían ceñir sus riñones, calzar sus pies y tener un bastón en la mano; cuando se come la carne del Cordero de Dios, hay que tener los riñones ceñidos, es decir, ser castos, un bastón a la mano, es decir, ser fuerte contra el demonio; los pies calzados, es decir, ser un viajero que camina al cielo.

El sacrificio del cordero era ofrecido en expiación de los pecados; Jesús, el Cordero de Dios, borra, con su muerte, los pecados del mundo.

La sangre del cordero, impresa sobre las puertas de las casas de los hebreos, los preservó de la plaga que abatió a los egipcios; la sangre de Jesús salva a los hombres que se aplican sus méritos.

Estaba prohibido quebrar los huesos de la víctima; los soldados enviados para asegurarse de la muerte de Jesús no le quebraron las piernas.

Había que comer el cordero pascual con el pan sin levadura: "Comamos la Pascua, dice san Pablo, no con una vieja levadura, ni con una levadura de malicia y de maldad, sino con los ázimos de sinceridad y de verdad". Después de haber comido el cordero pascual, los hebreos fueron liberados de la servidumbre de Egipto; Jesucristo, en la Sagrada Eucaristía, nos hace triunfar de nuestras pasiones y del demonio. Esta figura nos hace conocer que el Mesías será de una admirable dulzura, que se unirá a los hombres como la comida se une a nuestro cuerpo, y que no habrá más salvados que los unidos a Él.


La nube luminosa

Se lee en San Pablo: “No quiero que ignoren, hermanos míos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube, que pasaron todos el Mar rojo, que uniéndose a Moisés, fueron bautizados todos en la nube y en el mar; que todos comiendo de una misma carne espiritual y que bebieron todos una bebida espiritual; porque recibían esta bebida de la piedra espiritual que los acompañaba, y esta piedra era Jesucristo (I Cor. X, I)

Estas palabras nos dan a entender que la columna que iluminaba a los hebreos durante la ruta, el maná que caía del cielo para su alimento y el agua que brotaba de la roca golpeada por la vara de Moisés. Eran misterios y profecías para el futuro.

Si para limitarnos al significado de la nube luminosa, los hebreos fueron como bautizados bajo la conducción de Moisés en la nube y en el mar, no es permitido ver en ellos la figura de los cristianos que “eran bautizados en nombre de Jesucristo” (Hech.).

La columna de nubes, sombra durante el día, luminosa durante la noche, era para los hebreos, a la vez, una luz, un fuego, una guía; Jesucristo es llamado por los Profetas, la Luz, el Fuego, el Jefe que conduce.

La nube acompañaba a los hebreos durante todas las peregrinaciones del desierto; Jesús nos acompaña y camina con nosotros cuando derrama sobre nosotros sus gracias; por otro lado, ha prometido estar con nosotros hasta la consumación de los siglos.


El maná y la peña de Horeb

El maná es llamado en la Sagrada Escritura el pan de los Ángeles, el pan del cielo. “Diste a tu pueblo el alimento de los ángeles; tu le hiciste llover pan preparado sin trabajo alguno, que contiene en sí todo deleite (Sab XVI 20-21); Jesucristo es el verdadero pan de los ángeles bajado del cielo: moisés, dice, no le dio de ninguna manera el pan del cielo… soy yo quien soy el pan de vida. Sus padres comieron el maná del desierto y murieron; este pan ha bajado del cielo y el  que coma de él no morirá (Jn IV 32, 48-51).

El maná fue dado a los hebreos después de la salida de Egipto, en el desierto, hasta su entrada a la tierra prometida; el verdadero pan del cielo es para aquellos que, salidos del pecado, atraviesan esta vida como un desierto, aspiran al cielo, donde verán a Aquél en quien creen.

Para calmar la sed del pueblo en medio de las arenas candentes del desierto, Moisés golpeó la roca y sacó benéficas aguas; para calmar las inquietudes de los hombres en medio de las sequedades de esta vida, Jesús permitió que de sus llagas dolorosas cayera sobre ellos el rocío de la gracia divina: EL que beba del agua que yo le diera, dice a la samaritana, no volverá a tener sed; pero el agua que le de será para él una fuente de agua que brotará hasta la vida eterna”.


El chivo expiatorio

No es sino hasta el chivo expiatorio, que no hay semejanza con Jesucristo (Huet). El chivo expiatorio recibía la maldición de todos los pecados de Israel, era cazado a través del desierto donde iba a perderse; Cristo, siguiendo las palabras del Apóstol, quiso ”tomar todos nuestros pecados en su cuerpo” y, cargado de este fardo, fue conducido fuera de Jerusalén condenado a muerte.


Los sacrificios

En la antigua ley, había dos clases de sacrificios: el sacrificio sangriento y el sacrificio no sangriento; desde que Cristo confirmó su nueva alianza, hubo, en los cristianos el sacrificio sangriento del Calvario y permanece el sacrificio incruento de nuestros altares.

La materia del sacrificio incruento, bajo la ley antigua, era harina y vino; la materia del sacrificio incruento bajo la nueva ley es el pan y el vino.

Todos los sacrificios de la Antigua Ley era ofrecidos por cuatro fines principales: adorar, agradecer, pedir y expiar; el sacrificio de la Nueva Alianza encierra en él sólo todas estas ventajas: es un sacrificio de adoración de acción de gracias, de petición y expiación.

En la Antigua Ley, para realizar todos los sacrificios, se inmolaba cada día, mañana y tarde, un cordero sin mancha; para perpetuar el sacrificio del calvario, que reemplaza todos los sacrificios antiguos, el Cordero de Dios se inmola cada día y a cada hora del día y de la noche sobre nuestros altares.

En resumen, todos los sacrificios de la Antigua Ley no eran sino la figura del sacrificio de Jesús como la Antigua Ley misma no era sino figura de la Nueva.


La serpiente de bronce

Moisés, por orden de Dios, hizo fabricar una serpiente de bronce cuya contemplación curaba las mordeduras hechas por serpientes venenosas: “De la misma manera, es necesario que el Hijo del Hombre sea elevado, para que cualquiera que crea en el no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn III, 14, 15). Con excepción del veneno, la serpiente de bronce se asemejaba a las otras serpientes; el Hijo de Dios fue enviado en una carne semejante a la del pecado. Con excepción del pecado, experimentó, como nosotros, todas las tentaciones.

La serpiente erigida por Moisés fue elevada en el aire; Jesús mismo fue elevado en el aire y suspendido sobre una cruz.

La serpiente de bronce fue elevada como un signo de curación; Jesús de acuerdo a la profecía del anciano Simeón, fue enviado para ser un “signo de contradicción”.


Aarón

Aarón es el pontífice de la Antigua Alianza; Jesús es el Pontífice de la Nueva Alianza.

Aarón está consagrado al servicio de Dios con el óleo santo; la palabra Cristo significa consagrado por unción santa.

Aarón entraba solo, una vez al año al Sancta Sanctorum, no sin llevar sangre que ofrecía por si ignorancia y por la del pueblo; Jesucristo entró una vez en el Santuario con su propia sangre, a cuyo precio nos conquistó una eterna redención
Aarón debía cargar las iniquidades de los hijos de Israel por las faltas cometidas en los sacrificios; Jesús “tomó sobre él nuestras debilidades y cargó nuestros dolores; fue herido por nuestras iniquidades y quebrado por causa de nuestros crímenes”, dice el Profeta Isaías.

Aarón  era el mediador entre Dios y el pueblo hebreo; no hay más que un mediador entre Dios y los hombres, dice san Pablo, es Cristo Jesús”.

Cuando el fuego del cielo caía sobre Coré, Dathán y Abirón, Aarón de pie entre los muertos y vivos, oraba por el pueblo y la peste cesó; para impedir que la humanidad pereciese bajo la multitud de los pecados, Cristo vino a liberarnos y a ponernos a salvo.


Josué

El nombre Josué quiere decir Salvador; el nombre Jesús, también, significa Salvador.

Josué era guerrero; Jesús vino a manejar la espada de la palabra.

Josué sucedió a Moisés después de su muerte; Jesús vino a traer al mundo ka ley nueva para reemplazar la ley mosaica.

Fue Josué, y no Moisés quien introdujo a los hebreos en la tierra prometida, después del paso del Jordán; es la nueva ley de Cristo y no la ley antigua dada por Moisés, la que nos introduce en el cielo, después de hayamos sido purificados por las aguas del bautismo.

Josué hizo elevar un altar con doce piedras tomadas del lecho del Jordán; Jesús eligió doce apóstoles que destinó a ser el fundamento de su Iglesia y les da un jefe cuyo nombre es Pedro (piedra).

Josué fue “grande para salvar a los elegidos de Dios, para derribar a los enemigos que se elevaban, con el fin de conquistar la herencia de Israel”; Jesucristo es el “león de la tribu de Judá, que domina a sus enemigos y los quebrará como vaso de alfarero”.


Gedeón

Entre los patriarcas, si pasamos a los jueces de Israel, encontramos, también, en algunos de ellos, elementos de semejanza con Aquel que un día ha de juzgar a los vivos y a los muertos.

Gedeón es el último entre sus hermanos; Jesucristo quiso aparecer como el último de los hombres.

La misión de Gedeón le fue manifestada por milagros; de la misma manera, fue por medio de milagros que Jesucristo demuestra su misión divina.

Gedeón, a pesar de su debilidad, fue elegido por Dios para liberar a su pueblo de la tiranía de los Madianitas; Jesús, a pesar de su debilidad aparente, fue elegido por Dios para liberar al mundo de la tiranía del demonio.

Gedeón, antes de liberar a su pueblo, ofrece un sacrificio; Nuestro señor no libera al mundo sino después de ofrecerse como sacrificio en la cruz.

Los soldados de Gedeón no se detenían ni para beber; para convertir al mundo, los apóstoles olvidaban las cosas más necesarias para la vida.

Los soldados de Gedeón no tienen más que trompetas y antorchas; los apóstoles de Jesús no tienen más que la trompeta de la predicación y la antorcha de la caridad.

Gedeón triunfa sobre los madianitas con una pequeña hueste; con doce apóstoles, Jesucristo hace la conquista del mundo.

Esta figura, agregada a las enseñanzas precedentes, nos muestra que nuestro Señor salvará al mundo por los medios más débiles.


Sansón

El nombre Sansón significa sol; Jesús es llamado “Sol de justicia”. Un ángel apareció a la madre de Sansón y le dijo: “Eres estéril y no tienes hijos, pero concebirás y parirás un hijo que será nazareno de Dios. Es él quien comenzará a liberar a Israel de los filisteos. El ángel Gabriel dijo a María: He aquí que concebirás en tu seno y parirás un hijo a quien pondrás por nombre Jesús. Él salvará a su pueblo de sus pecados”. Y Jesús habitó en Nazareth, cumpliendo la profecía: “Será llamado Nazareno”.

Sansón eligió su mujer de entre los filisteos y le confió sus secretos; Jesús forma su Iglesia de pueblos paganos y le confía el depósito de su doctrina.

Sansón, sin armas, encontró un leoncillo que separó en partes. Jesucristo, si armas, domó a los gentiles y les hizo aceptar su yugo.

Sansón mató mil filisteos con la quijada de un asno; Jesús triunfa sobre sus enemigos por medio de la simplicidad de sus apóstoles y sus santos.

Encerrado en Gaza, Sansón arranca, en medio de la noche las puertas con los cerrojos y las lleva a través de una emboscada de soldados hasta lo alto de una montaña; encerrado tres días en la tumba, Jesús quiebra, durante la noche, las puertas y los cerrojos de la muerte, y las carga a través de sus gradas hasta el cielo, donde la muerte nada puede contra él ni contra sus elegidos.

Sansón muere voluntariamente, bajo las ruinas de un edificio que derriba y, a través de su muerte, destruye  más enemigos de los que mató en vida; Jesús, muriendo voluntariamente, derriba el poder del demonio a quien hizo más daño mediante su muerte voluntaria que durante su vida.

Esta figura de sansón nos revela que el Mesías nacerá de una manera milagrosa, que elegirá la Iglesia, su esposa, entre los gentiles, y que a través de su muerte obtendrá una victoria completa sobre el demonio, coronamiento de todas sus obras.


Samuel

Samuel, hijo único de una madre hasta entonces estéril, fue consagrado por ella al nazareato: Jesús, hijo único de una Virgen, pasó la mayor parte de su vida en Nazareth.

“El joven Samuel, leemos en el primer libro de los Reyes, crecía y complacía tanto a Dios como a los hombres (I Re, XX 26)”; “Jesús, dice el evangelista, crecía en sabiduría lo mismo que en edad y en gracia delante de Dios y delante de los hombres (Lc II.52)”.

Samuel fue sacerdote y profeta; Jesús es el sacerdote eterno y el profeta por excelencia.


David

Después de los Jueces, llega el turno de los tres Reyes, que van a aumentar aun más y precisar la semejanza con Jesús, el Rey eterno de los siglos.

David, nacido en Belén, recibió de Samuel la consagración real por orden de Dios; Jesús, nacido en Belén, fue establecido rey por Dios sobre Sión, su montaña santa.

David, con un golpe de honda, derribó al gigante Goliat; Jesús, con su cruz doma a Satán, príncipe de los infiernos.

David no llegó a reinar sobre la casa de Israel sino luego de grandes trabajos y de numerosas persecuciones; Jesús no fue reconocido como el  Rey de reyes sino después de 33 años de humillaciones, y después de tres siglos contra su Iglesia.
David regresó a Jerusalén el arca de la alianza que había sido secuestrada por los Filisteos; Jesús, después de haber quebrado el poder del demonio, estableció su Iglesia sobre una base firme.

David fue el triste testigo de la división y de la guerra entre sus hijos: Jesús, nuestro padre, es todavía el testigo de las caídas y de los crímenes de los hombres que son sus hijos.

David es a la vez rey y profeta; Jesús es el Rey de reyes, desde la fundación de su Iglesia, fue frecuentemente traicionado, abandonado, expuesto al odio de muchos.

David terminó por triunfar sobre todos sus enemigos; Jesucristo triunfa siempre sobre todos sus enemigos.

Esta figura nos enseña que el Mesías será rey y que no es sino a fuerza de trabajos y contradicciones que llegará a fundar su imperio.


Salomón

A pesar de su caída, los santos Padres, no sólo no dejaron de ver a Salomón como una figura del Mesías, sino que lo vieron glorioso y triunfante.

El nombre Salomón significa paz; Jesús es Príncipe de la paz; la mayor parte de los profetas lo llaman el “conquistador pacífico”.

Salomón toma por esposa a la hija del rey de Egipto; Jesús elige la Iglesia, su esposa, entre los Gentiles.

Después de las guerras y las conquistas de David, Salomón tuvo un reinado tranquilo y glorioso; después de sus luchas y sus victorias terrestres, Jesús sube al cielo donde su reino no tendrá fin.

Los judíos y los tirios, invitados por Salomón, se unieron para la construcción del templo e Salomón; los judíos y los Gentiles, llamados por Jesucristo, se unieron para fundar la Iglesia.

La sabiduría de Salomón era renombrada en tierras lejanas y atraía a los reyes de las naciones con ricos presentes; la sabiduría de Jesucristo, conocida en el mundo entero, hace afluir hacia él a los reyes y los pueblos que ponen a sus pies sus corazones y sus riquezas.

La reina de Saba, atraída por todos los elogios que se hacía a Salomón, fue a admirar su sabiduría y sus riquezas; la Iglesia primitiva, compuesta en gran parte de paganos convertidos, se entregó enteramente a Jesús, vencida por la sublimidad de su doctrina, por sus virtudes y su gracia.


Jeremías

Jeremías, santificado en el seno de su madre, permanecerá virgen durante toda su vida; Jesús es la santidad misma, la pureza por excelencia.

Desde su infancia, Jeremías fue elegido por Dios para enseñar al pueblo la voluntad divina; Jesús vino a la tierra para traer a los hombres la nueva ley que debían cumplir.

Jeremías vino a desviar a muchos judíos del culto a los ídolos Jesús vino a sacar a los hombres de las tinieblas de las idolatría para conducirlos al conocimiento del verdadero Dios.

Jeremías fue, por causa de su piedad y de sus actos buenos, maltratado por el pueblo judío, al que quería sacar del mal camino; Jesús, debido a los milagros y a las curaciones que operó, fue acuitado y condenado por los judíos.

Jeremías soportó con dulzura y paciencia las injurias y los malos tratos, pidiendo incluso perdón por aquellos que lo maltrataban; Jesús aguantó sin decir nada los insultos y los golpes y, sobre la cruz, pidió a Dios perdón por los sayones.
Para vengar a su servidor, Dios castigó duramente a la nación judía; algún tiempo después de la muerte de Jesús, Dios permitió que en expiación de sus crímenes, el pueblo judío perdiera su nacionalidad.


Jonás

Jonás, durante una tempestad espantosa, cuando los marineros temblaban por sus vidas, dormía tranquilamente; Jesús, sentado en una barca con sus apóstoles, duerme en medio de los furores de la tempestad.

Antes de arrojar al mar, los marineros oraron al Señor para que no se les imputara el crimen de la muerte de un inocente; Pilatos, antes de entregar a Jesús a la muerte, se lava las manos diciendo: “Soy inocente de la sangre de este justo”.

Jonás fue arrojado al mar para salvar el equipaje y de inmediato las olas se apaciguaron; Jesús da su vida para salvar al mundo.

“Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre de la ballena; igualmente, el hijo del hombre estaría en el seno de la tierra tres días y tres noche (Mat XII 40)

Jonás clamó al Señor: “He sido rechazado delante de tus ojos”; Jesús sobre la cruz exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Jonás, arrojado vivo del seno de la ballena, predicó la penitencia a los ninivitas, que se convirtieron; “Hagan penitencia, dice Jesús, porquen el reino de los cielos está cerca”


Zorobabel y Jesús, hijo de Josedec

Finalmente, los dos jefes que sacaron a los judíos de la cautividad son también figuras del Mesías: Zorobabel, como Jefe civil, Jesús, como jefe religioso.

Zorobabel, de la raza de David, se encargó de conducir a Jerusalén a los judíos liberados de la cautividad de Babilonia; el Mesías, hijo de David, vino a la tierra para sacar a los hombres de la servidumbre de este mundo y conducirlos a la Jerusalén celeste.

Zorobabel reconstruyó el templo de Jerusalén; Jesucristo construyó el edificio de su Iglesia con las “piedras vivas” que son los cristianos. (I Pe 5).

El sumo sacerdote, hijo de Josedec, fue, con Zorobabel, el guía de los judíos que regresaban de la cautividad; la sagrada Escritura lo representa revestido con hábitos sórdidos, con Satán a su derecha, para hacerle la guerra (Zac III, 1 a 3); Jesús, sumo sacerdote de la nueva ley, vino a liberar a los hombres de la cautividad del pecado. Para esto, se revistió con nuestra débil y humana naturaleza y declaró a Satán una guerra sin cuartel.

“Un ángel, dice el profeta, hizo quitar a Jesús, hijo de Josedec, sus vestiduras, lo revistió con un hábito precioso y le colocó sobre la cabeza una tiara resplandeciente”; Jesucristo, después de haber dejado sus despojos humanos, para revestir la inmortalidad, fue a recibir en el cielo la diadema del triunfo.

El ángel dijo al hijo de Josedec: “Gobernarás mi casa y guardarás mi templo (zac III 7)” Jesucristo fue establecido por su Padre Juez soberano del universo y guardián de toda la Iglesia.

El hijo de Josedec trabajó en la restauración del templo; Jesús fundó una Iglesia que es el templo del Dios vivo.

Es así como, en el curso de los siglos, el Dios de bondad, consolaba, y alentaba  a los hombres en sus desventuras, recordándoles frecuentemente, por imágenes sensibles. Al Redentor que los libraría de sus males, que daba ya merito a sus obras y que les devolvería todos los bienes que habían perdido.

Dios hizo aparecer esta larga secuencia de figuras también para nosotros. Afirmaba, mediante ella,  nuestra creencia, mostrándonos que la religión cristiana extiende sus raíces hasta los tiempos más alejados, y que es el cumplimiento de un designio comenzado en el origen del mundo y desarrollado sucesivamente durante cuarenta siglos.


El deseado de las naciones

Y ahora puede venir el Mesías esperado, figurado y profetizado; es según la palabra del profeta Ageo; “el deseado de todas las naciones”. El universo entero lo llama con todas sus voces y repite con los profetas:

¡“Oh Sabiduría, salida de la boca del Altísimo, que lo alcanza todo de un extremo a otro y dispone todo con fuerza  y dulzura, ven a enseñarnos el camino de la prudencia!”.

¡“Oh Adonai, oh Jefe de la casa de Israel que te apareciste a Moisés en la llama de una zarza ardiente, y le diste la ley sobre el Sinaí, ven a extender tu brazo para rescatarnos!

¡“Oh brote de Jesé, que has sido expuesto delante de las naciones como un estandarte, delante del cual los reyes guardarán silencio, a quien las naciones vendrán a ofrecer sus oraciones, ven a liberarnos sin tardanza!”

“Oh llave de David, cetro de la casa de Israel, que abres, sin que nadie pueda cerrar, que cierras sin que nadie pueda abrir, ven a sacar al prisionero del calabozo en el que está sentado en tinieblas a la sombra de la muerte!”

“Oh Oriente, esplendor de la luz eterna, Oh sol de justicia, ¡ven a iluminar a los que están en tinieblas y en sombras de muerte!”

“Oh Rey de los pueblos, Deseado de las naciones, piedra angular, que de dos pueblos no haces más que uno solo, ven a salvar al hombre que formaste del limo de la tierra!”

“Oh Emmanuel, nuestro Rey y nuestro legislador, la Espera y el Salvador de las naciones, ve y sálvanos, oh Señor, Dios nuestro (Antífonas de Adviento).

Jesús-Christ par l’Abbé Duterne
Les Figures Messianiques
Le Conferencier – Journal Mensuel
Noviembre 1908


Texto compilado por
José Gálvez Krüger
Directo de Studia Limensia
Para ACI Prensa y la Enciclopedia Católica