Domingo 3 de noviembre

Evangelio según San Mateo, capítulo 11, versículos del 25 al 30

Infancia espiritual

25 Por aquel tiempo Jesús dio una respuesta, diciendo: "Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque encubres estas cosas a los sabios y a los prudentes, y las revelas a los pequeños. 26 Así es, oh Padre, porque esto es lo que te agrada a Ti. 27 A Mí me ha sido transmitido todo por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre conoce bien nadie sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelar (lo). 28 Venid a Mí todos los agobiados y los cargados, y Yo os haré descansar. 29 Tomad sobre vosotros el yugo mío, y dejaos instruir por Mí, porque manso soy y humilde en el corazón; y encontraréis reposo para vuestras vidas. 30 Porque mi yugo es excelente; y mi carga es liviana".

Comentario

25. El Evangelio no es privilegio de los que se creen sabios y prudentes, sino que abre sus páginas a todos los hombres de buena voluntad, sobre todo a los pequeñuelos, esto es, a los pobres en el espíritu y humildes de corazón, porque "aquí tienen todos a Cristo, sumo y perfecto ejemplar de justicia, caridad y misericordia, y están abiertas para el género humano, herido y tembloroso, las fuentes de aquella divina gracia, postergada la cual y dejada a un lado, ni los pueblos ni sus gobernantes pueden iniciar ni consolidar la tranquilidad social y la concordia" (Pío XII en la Encíclica "Divino Afflante Spiritu").

28. No sólo los muy agobiados; también todos los cargados, para que la vida les sea llevadera.

29. Nótese que no dice que soy manso, sino porque soy manso. No se pone aquí como modelo, sino como Maestro al cual debemos ir sin timidez, puesto que es manso y no se irrita al vernos tan torpes.

30. El adjetivo griego "jrestós" que Jesús aplica a su yugo, es el mismo que se usa en Luc. 5, 39 para calificar el vino añejo. De ahí que es más exacto traducirlo por "excelente", pues "llevadero" sólo da la idea de un mal menor, en tanto que Jesús nos ofrece un bien positivo, el bien más grande para nuestra felicidad un temporal, siempre que le creamos. El yugo es para la carne mala, mas no para el espíritu, al cual, por el contrario, Él le conquista la libertad (Juan 8, 31 s.; II Cor. 3, 17; Gál. 2, 4; Sant. 2, 12). Recordemos siempre esta divina fórmula, como una gran luz para nuestra vida espiritual. El Evangelio donde el Hijo nos da a conocer las maravillas del Eterno Padre, es un mensaje de amor, y no un simple código penal. El que lo conozca lo amará, es decir, no lo mirará ya como una obligación sino como un tesoro, y entonces sí que le será suave el yugo de Cristo, así como el avaro se sacrifica gustosamente por su oro, o como la esposa lo deja todo por seguir a aquel que ama. Jesús acentúa esta revelación en Juan 14, 23 s., al decir a San Judas Tadeo que quien lo ama observará su doctrina y el que no lo ama no guardará sus palabras. Tal es el sentido espiritual de las parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa (13, 44 ss.). Del conocimiento viene el amor, esto es, la fe obra por la caridad (Gál. 5 y 6). Y si no hay amor, aunque hubiera obras, no valdrían nada (I Cor. 13, 1 ss.). Todo precepto es ligero para el que ama, dice S. Agustín; amando, nada cuesta el trabajo: Ubi amatur, non laboratur.


Estos comentarios corresponden a la versión electrónica de la Biblia y Comentario de Mons. Juan Straubinger, cortesía de VE Multimedios